1. El camino que va a la ciudad (Acantilado, 2019) es la primera novela de Natalia Ginzburg, publicada en 1942 y escrita en un pueblo de los Abruzos, donde la escritora está confinada por el régimen fascista de Mussolini, acompañada de su marido, Leone Ginzburg, y de sus hijos. Los días transcurren en medio del tedio, de la tristeza y la melancolía, allí, en los Abruzos. Después de haber ensayado con varios relatos, Natalia Ginzburg prueba con una narración más larga. El camino es la metáfora. El camino es la vida. La libertad de una joven, Delia, está en juego. Pero de qué libertad estamos hablando. La ciudad representa el matrimonio y lo que la joven desea, en definitiva, es casarse. Como la vida es aburrida y absurda, Delia emprende el camino a la ciudad, reproduce el comportamiento y la actitud de su hermana Azalea y, a decir verdad, el de la mayoría de las mujeres italianas de la época. La casa familiar es un ámbito cerrado y oscuro, y la única oportunidad para una mujer parece ser el matrimonio. Todo en la narración parece plegarse a esta idea. Es curioso observar, en este sentido, que la única forma de alcanzar la libertad es en cierta medida una forma de sometimiento al marido, a la tradición.
2. La narración, como suele suceder en los libros de Natalia Ginzburg, se desliza al hilo de los acontecimientos familiares. Delia es una joven que sólo quiere disfrutar de la vida. No quiere trabajar o no encaja en ningún trabajo. La falta de educación lastra su futuro y, en general, el de todas las mujeres de su generación. Es como si no hubiese futuro para una muchacha sin educación. Es un tema, por lo demás, recurrente en la narrativa de Natalia Ginzburg. El embarazo de la joven marca el rumbo de su vida. Encerrada en casa de sus padres o aislada en casa de su tía, en un pueblo más al norte, Delia se mantiene lejos de la malicia de la gente, de los rumores que circulan. Ha tenido que esconderse, como si fuera algo vergonzoso lo que ha sucedido. Mientras tanto, el aislamiento en casa de su tía sirve para mostrar la pobreza, la mentalidad de la época. En la vida de Delia sólo hay una posibilidad: esa esperanza que siempre se desvanece en nuestras vidas. La ternura que muestra el Nini, un joven vinculado a la familia, es un remanso de paz en medio de la violencia familiar, que ejerce lógicamente el padre, y la velada historia de amor entre Delia y el Nini es el único anclaje sentimental en la historia, un soplo de aire fresco en medio del ambiente enrarecido de la época. Pero hasta el Nini se deja arrastrar por la vida al perder su oportunidad con Delia, si es que alguna vez la tuvo. “Hubo una época”, dice el joven, “en que estaba siempre contento, me gustaba mirar a las mujeres, me gustaba pasear por la ciudad y comprarme libros, pensaba muchas cosas y me creía inteligente”. El Nini habla con nostalgia de una felicidad pasada, se pronuncia como si su vida estuviese acabada. Y, en efecto, en el trayecto final de la narración sabemos que ha fallecido de pulmonía, viviendo en una pequeña habitación, consumido por el alcohol.
3. Aquello que encontramos en El camino que va a la ciudad es un pueblo que Natalia Ginzburg ama y odia, pero también es una familia que ama y odia. Todos los personajes parecen atrapados en sus propias circunstancias y en las circunstancias de su época, como la propia autora, confinada en los Abruzos. Por eso, aunque Delia ama la vida, da la impresión, en ocasiones, de que no quiere seguir viviendo, quizá como la propia autora, otra vez. La joven está, en definitiva, atrapada entre sus ansias de vivir y la melancolía que la envuelve por no poder estar con el Nini. Absorta en sus pensamientos, en medio de la nada que representa su vida, es entonces cuando es capaz de recordar, es entonces cuando surge inmaculado el recuerdo del camino que va a la ciudad y se agolpan en su memoria todos los momentos vividos. “Recordaba bien aquel camino, los montones de piedras, los setos, el río que aparecía de pronto y el concurrido puente que llevaba a la plaza mayor”. Si nos conmueve el destino que ha sufrido el Nini, todavía nos sentimos más afligidos al comprobar que, con el paso del tiempo, hasta los recuerdos de Delia van borrándose de la memoria. El camino que va a la ciudad, el río, el cariño por el Nini, todo se va difuminando, hasta desvanecerse, como se desvanece la vida.
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