El carácter de ambos personajes principales se deja traslucir en las hermosas cartas. Frank Doel posee la típica reserva británica, es un hombre sobrio, discreto, apegado a las convenciones sociales. Helene Hanff posee un sentido del humor delicioso que emplea para fastidiar un poco al librero y una generosidad fuera de lo común; detesta leer libros nuevos (“va contra mis principios comprar un libro que no he leído previamente”, afirma Hanff); anhela la Inglaterra de la literatura inglesa; rechaza los libros de ficción y admira las fuentes literarias que le retrotraen a otros tiempos. Enamorada de los libros bellos padece un cierto sentimiento de culpabilidad al ser propietaria de uno de ellos: “Un libro así, con reluciente encuadernación en piel, sus estampaciones en oro y su hermosa tipografía debería estar en la biblioteca revestida de madera de una casa solariega en la campiña inglesa, y está pidiendo ser leído junto a la chimenea por un caballero sentado en una butaca de cuero”.
A través de la lectura del libro vamos conociendo aspectos de la vida en la Inglaterra de la posguerra, las dificultades provocadas por el racionamiento de alimentos; descubrimos el funcionamiento de una vieja librería, cómo se adquirían libros en las viejas mansiones inglesas; recordamos el sentido de camaradería existente entre los amantes de los libros, esa sensación que suscita “el volver páginas que algún otro ha pasado antes”; revivimos el olor de los libros, volvemos a ver inacabables estantes de librerías; admiramos una forma de lectura que supone desprenderse de los libros que no se van a volver a leer; en fin, descubrimos la sencillez de la vida cotidiana de los ingleses y su ingenuidad al observar con pasión la coronación de la reina.
La correspondencia entre Helene Hanff y Frank Doel se vuelve cada vez más espaciada como si un poso de melancolía fuese inundando sus sentimientos. La muerte del librero cierra la relación de forma abrupta. Helene Hanff organiza su biblioteca, rodeada de libros que le recuerdan a Frank Doel. Al igual que la señorita Hanff, el lector ansía -y sueña- visitar esa pequeña librería situada en 84, Charing Cross Road. “Sigo pensando que soy una escritora sin cultura ni demasiado talento”, ha llegado a decir Helene Hanff, “pero a pesar de todo ¡me han dedicado una placa en un muro de Londres¡”. Esa placa reposa como símbolo de gratitud en el emplazamiento de la vieja librería.