
El libro está lleno de digresiones que remiten a los temas de la novela y a las preocupaciones del autor: la historia de nuestro héroe encuentra paralelos en la vida de los ajedrecistas Spassky y Fischer, dos emboscados, dos desaparecidos (y también dos emigrantes); las películas que se mencionan en el texto (In the Mood for Love, Lost in Traslation, Mala sangre, Brokeback Mountain, Ficció, El amor en los tiempos del cólera) no son exclusivamente el resultado de una cinefilia concreta sino la expresión de una idea que deambula por toda la novela, a saber, la imposibilidad del amor; la imagen imborrable de Li Zhen observada, a través de las persianas que separan una habitación y un patio, por los ojos oscuros de un joven de Pekín, en medio de la noche, en medio de una tormenta, hacen referencia también a esa magia del amor que nunca llega; la pasión por el escritor M. Houellebecq, en especial su libro Las partículas elementales, nos transporta a otro tema latente en la novela, la dualidad, y no olvidemos que la historia de Intercanvi se cierra precisamente en un avión donde el protagonista se encuentra con un polaco que parece su doble y que lee el ya mencionado libro de Houellebecq; la presencia de E. Jünger en el hotel Raphaël durante la segunda guerra mundial, como oficial de la Wehrmacht, mientras observa la vida parisina y escribe unos diarios, está en la base, en el origen de Intercanvi; la historia del escritor M. Bulgakov, un posible emigrante que nunca pudo salir de la antigua Unión Soviética por razones políticas, es una forma de insistir sobre un tema redundante en la novela, la represión de los Estados y la falta de libertad; la descripción de la miseria del corredor de Les Halles y la historia del hospital de La Salpêtrière (tomada del libro de Foucault, Historia de la locura en la época clásica) permiten hacer un retrato de la pobreza y la marginalidad, obsesiones del escritor; las historias que cuenta el anciano Le Pélletier al protagonista nos hablan de la presencia de los soldados alemanes en París –en realidad emigrantes forzosos-, de la deleznable actuación del gobierno de Pétain contra los judíos y de la situación incómoda de los emigrantes argelinos en París durante los años cincuenta y sesenta, historias que en su conjunto confluyen en la vida de Maurice Papon, responsable de las cuestiones judías en el gobierno de Vichy y prefecto de policía encargado de reprimir las manifestaciones de los emigrantes argelinos; las vicisitudes de Pere Espadilla, comerciante textil que vende camisetas con caligrafía oriental impresa y que tiene un importante mercado en China, nos remiten directamente a la historia que imagina el protagonista de la novela y nos devuelven al tema de la dualidad (no es causalidad que la cinefilia del autor nos deje la siguiente pista: la mención de La doble vida de Verónica); el viaje que emprende nuestro héroe a Berlín invita a comparar los trenes franceses y españoles, lo viejo y lo nuevo, pero, sobre todo, da pie a una reflexión sobre el odio a lo antiguo y lo viejo en nuestro país, sean trenes, casas, libros o cines; la visión de un cuadro de Friedrich, El monje frente al mar, es una invitación a la soledad y la melancolía (en el mismo sentido funcionan las referencias a Sisley, Munch o Turner, que no son únicamente fruto de un determinado gusto estético) que impregnan en definitiva toda la historia de Intercanvi. Ante este cúmulo inagotable de pequeñas historias que pululan por la novela –pensemos que el viaje a Berlín funciona como una amplia digresión ¡que ocupa un tercio de la novela¡- da la impresión de que J. M. Sanchis encuentra cualquier excusa para abandonar el argumento central, para desviarse de la narración principal que parece no interesarle demasiado y que queda en cierta medida inconclusa.

Todos –o casi todos- los personajes de la novela, sean reales o de ficción, sea Boris Spassky o Li Zhen, están marcados por el exilio forzoso y el problema de la identidad. No es casualidad, pues, que el problema de la lengua esté también en el punto de mira de la novela. La dialéctica entre el valenciano y el catalán, entre el castellano y el catalán, y la degeneración del lenguaje son algunos aspectos tratados en la novela, a veces de forma seria, a veces de forma irónica, como cuando dos españoles se encuentran en el metro y charlan a propósito de sus experiencias parisinas de esta guisa: “Para mí yo creo que es mejor que el Louvre, que también es una pasada, pero que es tan grande que te pierdes y ya no sabes qué es esto y qué es lo otro. Ya, cuando nosotros también, con la Mona Lisa, todos los japoneses haciendo fotos y el guardia ahí dale que te pego: please, no photos, no photos...”. También está recorrido el libro por metáforas y comparaciones siempre relacionadas con las tribulaciones del paseante parisino de Intercanvi y con las intenciones de la novela: así, por ejemplo, el retorno del pasado después de un período prolongado de olvido se expresa mediante la imagen del lecho de un río vacío que de repente se llena de forma inesperada por las lluvias torrenciales (“Així com els vells llits de riu dessecats per la misèria d’unes pluges que no arriben són de nou omplerts pels inesperats diluvis, els oblits, capses antigues on roman encara la flaire dels afectes, poden tornar de les golfes on estaven abandonats al menjador on fem la vida”).
Es importante detenerse ahora un momento en un pasaje que, hacia la mitad de la novela, nos puede ayudar a comprender mejor las intenciones del escritor: Ariane, la hija de Li Zhen, camina por las calles de Changsha y la visión del río Xiang le recuerda un paisaje de Turner, Rain, steam and speed. La comparación de los dos espacios impulsa al narrador a escribir la siguiente reflexión: “De vegades, els paisatges sobre la terra es repeteixen come els rostres dels humans que l’habiten, és com un aire de família que emparenta dos llocs separats per milions de cares distintes, com si l’etern retorn d’allò igual jugara a mostrar-se ací i allà i prescindira del temps i de l’espai, simplement tornara a aparéixer davant dels ulls humans disposats a constatar, una vegada més, que hi ha en l’ambient algun fil feble que uneix les parts distants i fa posible els intercanvis”. Intercambio de paisajes, de rostros, de identidades. ¿Acaso no estamos ante el tema principal de la novela?
Para finalizar una historia. Como el protagonista se deja llevar en múltiples ocasiones por determinadas ensoñaciones recordaré la más hermosa de ellas. Al salir de París en dirección a Berlín, desde la ventanilla del tren nuestro héroe se abandona a la contemplación del cementerio de Saint-Ouen: “El tren va passar fregant la tàpia del cementeri de Saint-Ouen, des del moviment cadenciós dels vagons les tombes provocaven un estrany joc de perspectives, les primeres creus passaven molt de pressa i desapareixien de seguida mentre les últimes romanien uns instants en silenci, aferrades a la possibilitat inútil de restar fixes en la finestra de doble vidre que separava ara els vius dels morts”. Las primeras cruces del cementerio pasan deprisa delante de nuestra retina, las últimas permanecen en silencio, tratando de quedarse fijas en nuestra memoria. La sensación que ofrece este estimulante libro, Intercanvi, es muy semejante. Fluye como una melodía cadenciosa, tratando de escaparse, pero luego se resiste a abandonarnos.