miércoles, 31 de enero de 2024

Efímero infinito

 

1. La lectura de Efímero infinito (Cuadernos del Laberinto, 2021), de Diego Alonso Cánovas, deja una extraña sensación de acabamiento de las cosas, pero, al mismo tiempo, de plenitud. Se percibe en el poemario, en este sentido, una permanente sensación de querer resumir todo lo que ha sido y lo que es el poeta, porque la vejez aprieta y “porque fue pleno de un sentir esplendoroso / lo que pronto será solo vacío”. Por eso, el poeta se conforma con vivir, con contemplar los campos, “pasajero de un tiempo sin regreso”, pero manifiesta también las cosas que todavía se pueden hacer, consciente de que el sueño y la utopía están plenamente presentes en la vida. El tiempo inexorable se hace visible, pues, en oposición a la necesidad del infinito. Pero, ¿dónde se encuentra, dónde habita el infinito? Quizá en la contemplación de una rosa, que “avanza inmóvil, cada vez más bella”, quizá “más allá de esa nube, / allí donde convergen las rectas paralelas”, más allá del cielo, de los límites, quizá frente al mar, en la amplitud de la luz, donde se suceden “las rumorosas ondas”, quizá en los sonidos naturales de cada amanecer. La mirada hacia la lejanía se mueve aquí en contraposición con los objetos cercanos que, a veces, pasan desapercibidos. Esa necesidad de soñar con lo imposible entronca con una mirada de amplios horizontes, hacia el infinito, hacia la utopía, pero también con una imagen de la infancia que define toda la poesía de Alonso Cánovas. En oposición, la sensación de que el tiempo se agota está muy presente en el poemario, como algo que está ahí, permanente, al acecho, como algo que se desploma sobre el poeta. Entretanto, la nostalgia evocadora se recrea en una época de belleza, quizá la infancia, una época y un “eterno tiempo que se agota”.  

2. En Efímero infinito algunos poemas suenan a despedida o son autobiográficos. El poeta se descubre ante el lector, definiéndose como un ser agudo, recto y obtuso, como las matemáticas. Se muestra reacio “ante la jerigonza de lo hermético”, componiendo versos “blancos, libres, rimados”. No oculta sus referencias literarias en determinados poemas, que son como variaciones musicales. Escribe contra la estulticia, contra la ignorancia, contra la masa enfervorizada, contra el consumo, que nos conduce al precipicio. El poeta experimenta, así pues, en Efímero infinito, la necesidad implícita de disfrute de la vida, el ansia de volar frente a la llegada de la ancianidad. Se nota en algunos versos, en efecto, la cercanía de la muerte, el diálogo con la muerte, “porque saben muy bien que ya se acerca / el final de esta obra”. Una suerte de divinidad, un daimon, parece acompañar al poeta. Es quizá la conciencia, que aflora en las noches de insomnio, y que urge a encontrar “la llave para abrir el infinito / y comprenderlo al fin”. En la inagotable búsqueda de verdad y amor resuena con fuerza, finalmente, esa calle rescatada del olvido. Son los recuerdos que brotan desde la infancia, desde la tierra natal, con el árbol, la calle donde se halla el amor, el cerro, el valle y la higuera, socavada ahora por el cemento.