martes, 27 de febrero de 2018

Libro y libertad


En 2005 la editorial italiana Laterza publica un opúsculo de Luciano Canfora, una colección de ensayos titulada, de forma muy significativa, Libro y libertad (Madrid, Siruela, 2017). Antiguo y múltiple, tal como señala Canfora, el nexo entre libro y libertad, implícito en la palabra latina liber, se convierte en el hilo conductor de incontables historias relacionadas con el amor a los libros y las bibliotecas. Sabemos que los libros que yacen en los anaqueles de las bibliotecas nos dicen mucho de sus dueños. Así pues, por ejemplo, intuimos gracias a la biblioteca de Cristóbal Colón que su origen era posiblemente judío, y por los libros que leía Danton podemos deducir que no sentía excesiva pasión por la literatura antigua. A veces, las bibliotecas imaginadas en la literatura, como es el caso de la descrita por Montesquieu en las Cartas persas, nos ofrecen detalles de los libros que conformaban verdaderamente la biblioteca de esos autores. En ocasiones, como es el caso de Focio, los escritores nos hablan de libros que configuran una auténtica biblioteca perdida, o, en sentido contrario, como es el caso de Marino, describen una biblioteca imaginada. La biblioteca se puede convertir, a decir verdad, en una especie de paraíso, pero también en un pequeño infierno en el que anida acaso la locura. No es casualidad, en este sentido, que Canfora hable de la bibliomanía, esa especie de obsesión por aglutinar libros y configurar enormes bibliotecas, una suerte de locura que se observa ya en el principado, cuando los patricios romanos empiezan a considerar que una biblioteca otorga prestigio a una casa señorial. Entre el amor a los libros que experimentan Cicerón y Varrón, ávidos lectores, y las observaciones de Séneca sobre la necesidad de seleccionar los libros de lectura media un espacio en el que se ha colado la idea de la biblioteca como un lugar de prestigio.
            En Libro y libertad, la desbordante cultura de Canfora permite enlazar el papel crucial que juega la biblioteca en la historia de Le rouge et le noir, de Stendhal, con la censura y posterior quema de libros en el famoso capítulo VII de El Quijote, o relacionar la huida de Don Quijote y Sancho para iniciar su aventura con la huida de Tolstoi, o, finalmente, vincular el efecto de los libros sobre la imaginación de Don Quijote con la locura que acontece a los habitantes de Abdera –según cuenta Luciano de Samosata- como consecuencia del impacto del teatro, de los versos de Eurípides, causantes –junto al calor tórrido- de una epidemia. Canfora hace acopio de historias que ponen en evidencia la obsesión que provocan los libros, como la locura que aconteció a J. G. Tinius, un pastor sajón capaz de cometer asesinatos para obtener dinero con el que comprar nuevos libros o la historia de W. G. Struve, que sumergido en la lectura del Antiguo Testamento había penetrado en un estado tan melancólico que renunciaba a leer otros libros. Pero, en última instancia, más allá de esta obsesiva presencia de un único libro en múltiples historias de escritores maniáticos, el ensayo de Canfora apunta en una dirección muy clara, a saber, el estudio de la relación entre los libros y el poder. Sabedor que desde tiempos primitivos siempre se ha concedido al libro una especie de poder mágico, la idea de Canfora es mostrar la victoria final del libro, tal como pensaba Tácito. Como se sabe, los ejemplos de quema de libros y de autores perseguidos son múltiples desde la antigüedad (Ovidio, Giordano Bruno, Galileo, Diderot y su Encyclopédie). Canfora recopila historias de escritores amenazados por la censura y traza determinadas comparaciones relacionando la decisión de quemar libros de historia y poesía por parte de un consejero chino del emperador con la tradición de un Alejandro Magno destructor de libros. Pero la idea que prevalece al final, recordando la historia que cuenta Diodoro implícita en la legislación de Carondas, es la de que una generalización de la alfabetización puede mejorar la vida de los hombres, que a través del libro se puede alcanzar la libertad. Nadie podía sospechar que esa “revolución”, tal como la denomina Canfora, vendría con la difusión de un códice religioso, el Nuevo testamento. No es casualidad, por lo demás, que Canfora relacione, con cierta amargura, la historia de Cervantes pergeñando su magna obra en la cárcel y las penurias de Gramsci escribiendo, también en la cárcel, algunos libros “que han llevado a luchar por la libertad a generaciones enteras”.