viernes, 30 de junio de 2023

Vida de Guastavino y Guastavino

 

1. Es bastante significativo que en la nota introductoria a Vida de Guastavino y Guastavino (Anagrama, 2020), Andrés Barba haya escrito que “toda biografía es inevitablemente una ficción”. No es de extrañar, pues, que la presunta biografía del arquitecto valenciano Rafael Guastavino se inicie con una frase que suena a apotegma: “No sabemos nada y la historia es mentira”. Este punto de partida ofrece sin duda alguna un gran margen de libertad al autor, más aún cuando las fuentes que hablan de Guastavino son también contradictorias. Eso incita a Barba a presentar la biografía como si se tratase de una ficción, como si fuese una fabulación. Es la historia imaginada de un arquitecto y constructor, duplicada y continuada en su hijo. Es la historia de un maestro de obras que se traslada desde su Valencia natal a Barcelona para vivir las “fantasías burguesas” y “veleidades burguesas” y que, más tarde, siguiendo un impulso imparable, se marcha a Estados Unidos para desarrollar una arquitectura que protege contra el fuego, una arquitectura ignífuga. 

2. La vida de Guastavino, o al menos la que nos cuenta Barba, parece moverse en el alambre, con decisiones arriesgadas, como el hecho de marcharse a Huesca en 1871, tras la muerte de su tío, para dedicarse a la producción de vino, abandonando prácticamente a su mujer y a sus hijos, o la partida hacia Estados Unidos, amparada en ese afán de crear una arquitectura contra el fuego que sirva para evitar incendios como el de Chicago en 1871 o el de Boston en 1872, y provocada en parte por el miedo que causan sus engaños y sus estafas. Pero Nueva York es un gran monstruo, en perpetuo crecimiento, y la ingrata realidad acecha a los emigrantes, más aún cuando no se domina el idioma, como es el caso de Guastavino. Consciente de que va a tener problemas para aplicar su visión de la arquitectura en un país que no tiene arquitectura y no tiene historia, en realidad, la idea que desarrolla como arquitecto no es más que una adaptación de la bóveda tabicada, empleada desde el siglo XII y ahora mejorada con el empleo del cemento y cinchas de hierro. En las bóvedas tabicadas Guastavino tiene la ocurrencia de dejar a la vista unos diseños, unos patrones, que se repetirán en sus bóvedas y que se convertirán en “la marca de la Guastavino Fireproof Construction Company y luego en la textura de la arquitectura modernista norteamericana”. Barba imagina a Guastavino construyendo un relato mítico sobre esta invención, porque efectivamente toda invención, aunque no lo sea en realidad, necesita de un mito bien construido. En este caso, el relato sitúa el origen de la arquitectura cohesiva de Guastavino en una epifanía que tiene lugar en una cueva (el “Monasterio de Piedra” en Zaragoza), donde muros y techos forman un compacto unitario que impresiona a Guastavino. Así pues, en la época dorada del crecimiento de Nueva York allí están Guastavino, sus azulejos, el futurismo y la bóveda tabicada, y todas sus obsesiones, hasta el final en 1908.

3. Barba se detiene en pequeños detalles que pueden resultar definitivos, como esa conversación que imagina entre padre e hijo tras ganar Guastavino hijo un concurso, porque a partir de aquí el relato se duplica: Barba acomete la historia de Guastavino y Guastavino, padre e hijo. Guastavino hijo sigue a Guastavino. Sin haber estudiado arquitectura se implica en el estudio de los cálculos de tensión y resistencia de las bóvedas. El dolor y la orfandad, no obstante, sacuden su vida, pero no el amor, que sólo llegará más adelante, cuando Barba imagina una historia de amor entre Guastavino y una joven neoyorkina a modo de miniserie, con estructura de guión incluida. La historia de Guastavino hijo sorprende, en este sentido, porque avanza con una cierta alegría, con viajes a Europa, recorriendo incluso el territorio familiar en España, construyendo bóvedas tabicadas, como su padre, hasta que el relato se detiene, justo en el momento en que Barba imagina la muerte simbólica de Guastavino hijo en 1919, en la isla de Ellis, mientras contempla cómo llegan los emigrantes. Sabemos que Rafael Guastavino hijo falleció en 1950, pero este detalle poco importa cuando intuimos que, siguiendo la gran tradición de Marcel Schwob, lo que Barba ha escrito es una fábula, un relato mítico: la vida imaginaria de Guastavino y Guastavino.