

La idea sugerente, aunque arriesgada, de Strauss es que en la ciudad griega el filósofo y la filosofía se encontraban en grave peligro, y esto no se contradice para nada con lo que Platón dice en sus escritos. Los filósofos estaban convencidos de que su actividad era sospechosa e incluso odiada por la mayoría de los hombres. No hay más que leer en el Gorgias las páginas que Platón dedica a la distinción entre filosofía y política. Calicles expresa de forma muy clara la opinión del vulgo sobre la filosofía: la filosofía sólo tiene su gracia y encanto si se practica de forma moderada en la juventud, pero, abusando de ella, se puede convertir en la perdición de los hombres. La filosofía es una especie de juego de niños, un entretenimiento de juventud que contribuye en cierta medida a la paideia, pero que debe ser abandonado en la edad madura. El filósofo es considerado por el vulgo como un hombre privado que abandona el “centro de la ciudad”, el ágora, las reuniones públicas y las asambleas, y pasa la vida hablando con jóvenes en lugares privados y en rincones ocultos. De este modo, la filosofía no puede contribuir a crear “hombres de bien e ilustres”. Bajo este prisma, la filosofía se presenta casi como una actividad contraria a los intereses de la ciudad y del ciudadano. A partir de aquí es fácil de entender que buena parte de los escritos platónicos sean concebidos como una defensa de la filosofía. L. Strauss también insiste sobre este punto, tan bien reflejado en el Gorgias: “La sociedad no reconocía la filosofía ni el derecho a filosofar. No había armonía entre la filosofía y la sociedad. Los filósofos estaban muy lejos de ser exponentes de la sociedad o de los partidos. Ellos defendían los intereses de la filosofía y nada más. Al hacer esto, creían verdaderamente que estaban defendiendo los más altos intereses de la humanidad. La enseñanza exotérica era necesaria para defender la filosofía. Era la coraza con la que la filosofía tenía que aparecer”. He aquí, sin duda, una idea que contribuye a explicar la escritura de la filosofía. Los escritos de Platón pueden ser presentados de este modo, y no de un modo desacertado diría yo, como una apología de la filosofía. Strauss piensa, además, que dada esta relación entre filosofía y sociedad, el filósofo debía guardar gran parte de sus opiniones para los propios filósofos, “limitándose a sí mismos a la instrucción oral de un grupo cuidadosamente escogido de pupilos, o escribiendo sobre los temas más importantes por medio de una breve indicación”.
Desde esta perspectiva, Strauss concede una gran importancia al arte de Platón, es decir, el arte de la escritura. El filósofo Platón es un hombre cauto, y maneja con habilidad la técnica de la escritura. Su lenguaje es en cierta medida elíptico, entendiendo por elíptico la habilidad que tiene el filósofo para dejar en suspenso determinadas situaciones, sin dar una imagen clara de sus conclusiones. Las aparentes ambigüedades y contradicciones del texto platónico no son sino fruto de un elaborado y concienzudo ejercicio de estilo. Esto explica el especial cuidado que se ha de tener a la hora de interpretar a Platón. El intérprete tiene que ser más atento y perspicaz si cabe, al tiempo que intuir aquello que está sobreentendido o implícito.
Este arte de la escritura al que me refiero al hablar de Platón es lo que Leo Strauss denomina “escribir entre líneas”. Strauss sostiene con firmeza que todos aquellos escritores que en el pasado han defendido ciertas ideas de carácter heterodoxo han desarrollado una peculiar técnica de escritura en donde la verdad sobre asuntos fundamentales se presenta entre líneas. La hermenéutica de Strauss se fundamenta a la sazón en la idea de que las ambigüedades y supuestas contradicciones de un autor están conscientemente colocadas por el escritor, que domina el arte de escribir y pretende escapar a los problemas que plantea defender puntos de vista heterodoxos. A diferencia de otros intérpretes modernos, Strauss da por supuesto que “el autor se comprende a sí mismo”. En todo caso, quien no lo comprende es el lector. La pretensión hermenéutica de Strauss se resume de forma admirable en el siguiente pasaje: “Un deber más modesto se le impone al historiador. Demandará, mera y correctamente, que, a pesar de todos los cambios que hayan ocurrido o que ocurrirán en el ambiente intelectual, prosiga la tradición de exactitud histórica. En consecuencia, no aceptará un arbitrario patrón de exactitud histórica que pudiera excluir a priori del conocimiento humano los hechos más importantes del pasado, pero adaptará las reglas de certeza que guían su investigación a la naturaleza de su objeto. Seguirá entonces reglas como ésta: leer entre líneas está estrictamente prohibido en todos los casos en que sea menos exacto que no hacerlo. Sólo es legítima una lectura entre líneas que comience por una exacta consideración de los juicios explícitos del autor. El contexto en que ocurre un juicio, y el carácter literario de la obra en conjunto y de su plan, deben quedar perfectamente entendidos antes de que una interpretación del juicio pueda razonablemente pretender ser adecuada o incluso correcta...Los puntos de vista del autor de un drama o un diálogo no deben, sin prueba previa, ser identificados con los puntos de vista expresados por uno o más de sus caracteres, o con aquellos convenidos para todos sus caracteres o para sus caracteres atractivos. La opinión real de un autor no es necesariamente idéntica a la que expresa en el mayor número de pasajes. Brevemente, la exactitud no ha de confundirse con el rechazo o inhabilidad para ver el bosque detrás de los árboles. El historiador verdaderamente exacto se reconciliará a sí mismo con el hecho de que hay una diferencia entre vencer con un argumento o demostrar prácticamente a todos que está en lo cierto, y entender el pensamiento de los grandes escritores del pasado” . Fiel a la tradición de exactitud histórica, Strauss añade un nuevo elemento, la “lectura entre líneas” (siempre que sea apropiado hacerlo), después de haber abordado los juicios explícitos del autor.
Los principios hermenéuticos de L. Strauss son traídos a colación porque parecen pensados a propósito para plantear diversas cuestiones sobre la interpretación del pensamiento platónico. En un importante ensayo sobre la hermenéutica de Strauss, que ya he mencionado unas líneas más arriba, A. Momigliano realiza algunas observaciones sugerentes a la hora de abordar la interpretación de textos. Momigliano intuye y señala con claridad meridiana los dos principios fundamentales implícitos en la hermenéutica aplicada por Strauss. El primero de estos principios es que “para comprender a un escritor hay que seguirlo -no conducirlo -, tratar de darse cuenta de todos los vericuetos y de las aparentes contradicciones que sigue su pensamiento”, y el segundo principio “es que hay que contemplar la posibilidad de que un escritor haya decidido mantener velado, e incluso oculto, el punto más importante de su pensamiento”. El primer principio permite sugerir la distinción hermenéutica entre interpretar y criticar. Y Momigliano,
