lunes, 23 de abril de 2012
Blas de Otero
Con la inmensa mayoría es una
recopilación de trabajos de Blas de Otero, publicada por la editorial Losada en
Buenos Aires (1960) y que incluye dos poemarios, Pido la paz y la palabra y En
castellano. Atravesaba Blas de Otero en los años cincuenta, cuando escribe
estos poemarios, una etapa de profunda reflexión social, de humanismo
exacerbado, de doloroso existir. Apegado a la fuerza de la palabra, ansioso por
respirar aire libre, Blas de Otero despliega un contradictorio amor por España
y por los hombres en general. El sufrimiento del pueblo español es el sufrimiento
del poeta. Desgarrado por dentro, Blas de Otero lanza gritos de desesperación.
“…Debo callar y callar tanto” y “hay tanto que decir”, afirma
rotundamente el poeta.
Blas de Otero habla de una España
pobre, del rostro terrible de la patria, del llanto desconsolado de sus gentes.
España es el país donde sufre y canta. Expresiones como “espantosa
podredumbre”, “patria triste y hermosa” o “tiempo amargo” reflejan sin tapujos
la situación gris del país, pero el poeta no pierde la esperanza, confía en la
masa de hombres que configuran la patria, hombres que están “ahogándose”,
esperando un poco de luz. La caricaturesca España de los años cincuenta
contrasta, por otro lado, con la descripción que Blas de Otero hace del país
vecino, Francia. “La fina Francia, la brutal España”, “la Francia con los campos
bien peinados. España miserable”, escribe el poeta.
El sentido existencialista asoma
pocas veces, pero surge en algunos versos producto del desgarramiento interior:
“por qué nacemos, para qué vivimos”, se pregunta el poeta. Blas de
Otero se considera un hombre aferrado a la vida, a la tierra, al suelo. Se
presenta en numerosos versos como un hombre que ha sufrido el hambre y la sed.
“Calvario como el mío pocos he visto”, pronuncia el poeta. Sin embargo,
Blas de Otero ansía vivir, el goce de la vida, salir al aire libre, salir de la
espaciosa cárcel en la que vive. Ello le conduce a ruar, rondar calles y plazas
de Madrid, Bilbao, París o Barcelona. Siente ternura y piedad ante los seres
desvalidos, como esa mujer a la que ama, que friega suelos y tiene, a pesar de
su juventud, un niño a cuestas. Blas de Otero, pues, protesta contra el dolor
de los humildes. Por eso escribe para el hombre de la calle, para el hombre que
no sabe leer.
No faltan las referencias a la
guerra civil (“somos hijos de la gran guerra… llevamos el signo de Caín grabado
en la sangre”), a las dos Españas, a la sangre derramada, a una patria
derruida, arrastrada como un árbol sobre un río, ni tampoco faltan las notas
autobiográficas: el frío de la infancia, el refugio de la madre, el hambre, la
escritura llegado a Madrid, la estancia en París. Blas de Otero habla de un
tiempo en que es difícil la ternura, de una vieja cárcel en el Cantábrico, de su
maldito encierro, de los que no pueden hablar, muertos de miedo o de hambre. La
obsesión por la paz y por la búsqueda de una palabra verdadera, necesaria, le
lleva a pronunciar “palabras vivas” que dan testimonio del hombre. La
falta de aire, de libertad en suma, le motiva enrabietado a levantar la voz,
buscando para la patria árida y triste la tan anhelada “fuente serena de la
libertad”. Nos conmueve, en definitiva, la fe que atesora Blas de
Otero, la confianza que despliega en el hombre, en la paz, en la patria, y su
voz, que se alza para lanzar “duras verdades como puños” , y “romper
el silencio espesado sobre España”.
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