lunes, 31 de diciembre de 2012
Roberto Calasso 3
Giambattista
Tiepolo ha sido considerado tradicionalmente como un pintor meramente
decorativo y ornamental. Esta visión del artista ha sido completada por otros
tópicos y convenciones. Así, Tiepolo ha sido visto como un descendiente de
Veronese, como un gran virtuoso y como un hombre fiel a los encargos que
recibía. Pero este falso esquema simplifica la figura de Tiepolo y no desvela
los misterios de su pintura. El pintor no ha sido reconocido ni comprendido
verdaderamente y de él se guarda una confusa memoria. El imponente libro de
Roberto Calasso, El rosa Tiepolo (Barcelona,
Anagrama, 2009), trata de hacer justicia a la grandeza del pintor veneciano,
desentrañando los entresijos y las claves de su arte.
Tiepolo es un pintor que no ha sido
tomado demasiado en serio y da la impresión de que él deseaba que fuese así. Al
observar la obra del pintor veneciano da la sensación de que “trabaja sin
esfuerzo y casi sin pensarlo”. En realidad, el desdén en Tiepolo es una
forma de ocultación. Los elementos indispensables de su arte son la luz, el
teatro (la máscara, el disfraz) y la reverencia a la imagen. La naturaleza
teatral de la pintura de Tiepolo parece fuera de toda duda, más aún cuando
“todo parece como puesto en escena”. Calasso no tiene ninguna duda de
que Tiepolo marca el final de una época. Es el radiante y último soplo de
felicidad en Europa.
El trabajo de Tiepolo se
circunscribe, tal como apunta Calasso, a un cierto número de formas, perfiles y
expresiones aisladas dentro del género humano, que se repiten con variaciones
configurando el repertorio del pintor, siempre con gran desenvoltura en el
pincel y en la concepción. Al estudiar a Tiepolo se ha de tener en cuenta,
además, que “amaba las superposiciones y los dobles significados”. La
admiración que Calasso siente por Tiepolo se manifiesta en su deseo de
interpretarlo como el pintor de la vida moderna, trazando equivalencias con su
también admirado Baudelaire. En Tiepolo asimismo se disimulan las diferencias
sociales gracias a la cualidad estética, de tal modo que “los pobres no parecen
menos ricos que los ricos”. Por lo demás, es evidente que en cierta
forma Tiepolo sigue la tradición de Veronese.
Entre otras cosas, en El rosa Tiepolo, Calasso defiende al
pintor italiano del ataque de sus críticos que tachaban de inexpresividad los
rostros pintados por Tiepolo. Descifrando los grandes temas de su pintura,
Calasso nos hace ver cómo Tiepolo mezcla Verdad (o Venus) y Tiempo, la joven
rubia y el hombre con barba, viejo y temible, una polaridad típica del pintor,
una disonancia de elementos. Un análisis minucioso revela que los personajes
preferentes de Tiepolo se repiten con cierta asiduidad en sus pinturas: los
orientales, adolescentes y mujeres rubias, lozanas. Calasso habla de “una
severa selección de los tipos humanos, una reducción fisiognómica que dejaba
sobrevivir un número de posibilidades muy restringido”. Al mismo
tiempo, una de las cualidades distintivas y omnipresentes de Tiepolo es el
erotismo.
Pero lo que verdaderamente seduce a
Calasso y ocupa la parte central de su libro es el estudio de los grabados de
Tiepolo. El carácter enigmático, misterioso y oscuro de las imágenes contenidas
en los grabados (los Scherzi y los Caprichos) ha causado numerosos
quebraderos de cabeza a la crítica, precisamente porque están separados de
cualquier antecedente local y de toda su época. Calasso define la serie de los
grabados como algo esóterico, en donde adquiere densidad “todo lo que en su
pintura está presente pero sólo como alusión y variación marginal”. En
concreto, en los Scherzi los
personajes se caracterizan por su gravedad, están concentrados en la
observación de algo, quizá miran lo invisible. Los mismos elementos se repiten
con variaciones en los Scherzi: los
magos –orientales-, las serpientes, las astas, el ara, la trompeta, un gran
libro abierto, rollos de pergamino, pájaros. Es esta continuidad de los
personajes de Tiepolo, que se transmite a todas sus obras y que forma una
auténtica comedia humana, lo que tanto gusta a los devotos del pintor.
Obsesionado con los grabados,
Calasso no cesa de preguntarse: ¿Qué representan los Scherzi y los Caprichos de
Tiepolo? La idea de Calasso es que el pintor “prefirió representar el momento
en que lo invisible está a punto de aparecer”, en un acto de teurgia.
Sorprendentemente, las escenas teúrgicas de los Scherzi se desarrollan a plena luz del día, bajo la atenta mirada de
animales nocturnos como los búhos y las lechuzas. En un ejercicio de erudición,
Calasso relaciona a los orientales de los Scherzi
con los magos de Hermes Trimegisto y con la prisca sapientia procedente de
Egipto, aunque, a decir verdad, en los orientales se juntan las tradiciones
pagana, judía, islámica y cristina. En los Scherzi,
los orientales miran algo que es destruido por el fuego y que se vuelve
invisible. Siguiendo el erudito análisis, Calasso vincula las serpientes de los
Scherzi con el tema de la salvación
por la mirada, que está en la Biblia. En
definitiva, el tema de los grabados es el mirar y el observase, una doble
mirada que es el presupuesto de toda magia. Los Scherzi son, pues, “imágenes que se miran a sí mismas”.
La parte final del libro de Calasso
está dedicada a los últimos trabajos de Tiepolo. El escritor italiano define el
techo de Wurzburg como una epifanía pictórica, como un auténtico experimento
antropológico, comparando la pintura de Tiepolo con una especie de malla o tela
de araña. En la Residenz
de Wurzburg lo que hace el pintor es convocar a los hombres, mujeres y animales
que lo habían acompañado desde siempre. También concede importancia Calasso a
los nueve pequeños cuadros realizados en Madrid porque se alejan de lo
convencional, configurando lo que él denomina el estilo tardío. En uno de estos
cuadros reaparecen el viejo y la muchacha, los dos seres, Venus y Tiempo, los
dos poderes supremos que rigen el arte de Tiepolo. Un sentimiento enorme de
soledad anida en estos pequeños cuadros de Madrid.
Al terminar la lectura de El rosa Tiepolo tiene uno la sensación
de quedar atrapado entre las mallas del pintor, tejidas con mano sabia por
Calasso. La identificación de Calasso con la pintura de Tiepolo es tal que se
pueden trasladar al escritor italiano aquellas palabras que pronunció el joven
Barrès en 1889: “Mi compañero, mi verdadero yo, es Tiepolo”.
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