domingo, 29 de septiembre de 2013
Extraña noche en Linares
La idea de que
sólo por el arte merece la pena vivir, evocada por uno de los personajes de Extraña noche en Linares, se encuentra
en el centro de toda la obra y el pensamiento del escritor –y editor- madrileño
Miguel Ángel de Rus. La belleza eterna, de difícil acceso a veces, se encuentra
escondida en los libros, en el cine, en la música, en las artes en general. En
un entorno sacudido por la vulgaridad cotidiana, los personajes creados por De
Rus se refugian en la cultura, se aíslan alejándose de la tormenta de la vida y
de la zafiedad del mundo. No quieren saber nada de los seres humanos, viven rodeados
de cosas viejas, sosteniendo entre sus manos acaso un libro de Proust o de
Valle Inclán, y seguramente una copa de armagnac, mientras luchan con determinación
por vivir entre los sueños. Ahora bien, en Extraña
noche en Linares (M.A.R. Editor, 2013), una colección de cuentos que
compendia de forma ejemplar los principales temas y obsesiones del escritor
madrileño, la gran paradoja radica en que, mientras los personajes huyen de una
realidad enfermiza que les agobia, el autor no puede evitar inmiscuirse en los
problemas de nuestro tiempo mostrando de forma acerada las miserias de la
sociedad, desde la globalización y el paro hasta las lacras de la iglesia y la
política en general.
El carácter irreverente del autor, que ha marcado toda su trayectoria
literaria, se pone en evidencia en Extraña
noche en Linares a través de digresiones que se intercalan en los cuentos a
modo de cuña, aunque a veces el argumento principal y el desarrollo de algunas historias
constituye en sí mismo un ataque frontal a determinadas instituciones o
situaciones del mundo actual, como
ocurre en “Los dados”, que se asemeja a un alegato contra la brutalidad de la religión
a lo largo de la historia, o en “Gente importante”, donde se vincula las
grandes fortunas con la alta política y la actividad criminal, o en “SW”, que
hace hincapié en el espectáculo de la violencia cotidiana en las televisiones, o
en “Mennini, últimas consideraciones”, donde se describe la hipocresía, los
engaños y los negocios de la
Iglesia católica y el Banco Vaticano, o en “No debisteis
poner vuestras sucias manos sobre los libros” que refleja claramente las mentiras
de la televisión, o, finalmente, en “Yo fui quien imaginó aquella escena de 451 Fahrenheit ,
donde el autor aprovecha para lanzar andanadas contra el funcionamiento del
sistema y el falseamiento de la democracia.
Esta faceta iconoclasta, heterodoxa de Miguel Ángel de Rus, enfatizada en
ciertos pasajes con verdaderos arrebatos de furia, no debe despistarnos a la
hora de valorar su trabajo. Siendo considerado el abanderado de una generación
irreverente –que seguramente lo es-, y quizá a pesar de ello, el aspecto que
verdaderamente seduce del escritor madrileño es su capacidad para crear una
narrativa de altos vuelos que, sometiéndose a una gran tradición castellana,
apela a un juego entre realidad y ficción, que se convierte en el soporte
literario del discurso. No experimentamos, por lo demás, ninguna sorpresa al
comprobar que los personajes de De Rus prefieren corretear por la ficción, atrapados
entre los sueños, como ocurre en “Me está esperando la eternidad”, donde una
actriz venida a menos está obsesionada por mantener su estrella rutilante tal
como ha sido moldeada por el cine, o en “Setenta y dos esposas”, que muestra a
un musulmán al borde de la muerte mientras sueña con un paraíso del que no
desea volver a la chata realidad, aun a costa de estar muerto, o en “El café ya
estaba frío”, en donde una pareja de amantes decide refugiarse en el amor
olvidando que a su alrededor se está produciendo el atroz desenlace de las
Torres Gemelas de Nueva York, o en “El corazón delator, en directo” y “Extraña
noche en Linares”, que describe a personajes refugiados en los sueños que
provocan las drogas, o en “Irma, calle Casanova”, que presenta a un individuo
que sólo es feliz cuando se adentra en la película Irma la dulce y en el París imaginado en la pantalla de cine.
Se advierte además en Extraña noche
en Linares, como no podía ser de
otro modo, que el mejor soporte para los personajes en sus anodinas vidas -su
último refugio- se encuentra en los libros. En los cuentos de De Rus aletea una
suerte de apología de los libros, a veces comprados en viejas tiendas, siempre
elegidos con cuidado, con amor, y que conforman, como se cuenta en “Yo fui
quien imaginó aquella escena de 451 Fahrenheit ”, bibliotecas llenas de vida, de
mundos posibles. Conviene insistir en este valor purificador de la cultura porque
es uno de los aspectos más relevantes de la poética de De Rus. Por eso se
ensaña tanto con la quema de libros a lo largo de la historia, porque observa
en este hecho el gesto aniquilador de la civilización. Los personajes de Extraña noche en Linares, en definitiva,
sueñan a través de los libros otros mundos. El problema principal es que, pese
a este aislamiento, la vulgaridad de la realidad termina envolviendo a los
personajes, de una forma u otra, casi sin querer. Y lo que es peor, esa maldita
realidad acaba imponiéndose a los sueños, fulminando los recuerdos, el pasado y
la esencia de la vida misma. Es como si no hubiese escapatoria posible. Es como
si el mundo caminase en una dirección equivocada y los únicos capacitados para
resolver este proceso galopante de deshumanización, los hombres cultos -la
auténtica élite de la sociedad-, quedasen marginados, arrinconados, reducidos
en muchos casos al ámbito de la locura.
En semejantes circunstancias es fácil comprender la sensación de
impotencia que puede sentir cualquier intelectual independiente, que no comulga
con ninguna facción política. “Toda persona que tenga conceptos éticos o
estéticos no puede vivir en esta época”, escribe De Rus.” Y quizá en ninguna”.
Cansado de tanta vulgaridad, el escritor madrileño ha optado por refugiarse en
la soledad y los sueños, como sus personajes, en una perfecta conexión entre
literatura y vida. Afectado en ocasiones por la nostalgia, observa
desilusionado el paso del tiempo: “Paseo por las calles de mi infancia y todo
es desolación”. Esta visión del mundo, expresada con tan hermosas palabras,
conduce directamente a la decepción de la vida. Por eso emociona tanto
comprobar en Extraña noche en Linares la
lucha incesante e infatigable del autor por hacer irreductibles los frutos de
la imaginación, por mantener su fidelidad a un ideal en el que radica la
nobleza de su existencia como escritor.
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Muchas gracias, Pedro, por tus bellas palabras. Diría que son un bálsamo para mi alma, pero seguro que me llaman cursi.
ResponderEliminarYa me dejaste imrpesionado en la presentación de Murcia al hablar de Extraña noche en Linares. Bastantes lectores no han sabido comprender esa lucha en la búsqueda de la elevación intelectual, de lo sublime del espíritu, y se han quedado en las anécdotas. Y es, como muy bien dices, mucho más que una sucesión de crímenes, amores, desesperaciones... es una postura ante el mundo. Y uniría a esa tradición que tan acertadamente citas, la de ciertos autores franceses de finales del S.XIX y comienzos del XX, que ya inluyeron antes a autores mucho más gradnes que yo, como Valle Inclán. Cuando la realidad te produce tamañan desazón, y a veces incluso repugnancia, sólos nos quedan dos opciones; mirar fuera o mirar dentro. Y has sabido mostrar esas dos formas de sobrevivir.
Te agradezco mucho tus palabras y el tiempo que me has dedicado. Al final, pasado todo, sólo vivimos en la eternidad de las palabras. Y esas nos unen.