miércoles, 31 de agosto de 2016
Autobiografía (o algo parecido)
En 1982 se
publica la Autobiografía de Akira
Kurosawa (Fundamentos, 1998). En el prólogo, el director japonés expone los
motivos que le impulsan finalmente a escribir sobre su vida, señalando como factor decisivo la lectura de la autobiografía de Jean Renoir. Esa idea que late en el
libro de Renoir en la que se pretende recordar a las personas y los
acontecimientos que le han convertido en lo que es también está presente en el
libro de Kurosawa, es decir, la necesidad implícita que siente de explicar cómo
se ha convertido en director de cine. Todos los recuerdos de Kurosawa, en
efecto, parecen caminar en la misma dirección, todas las vivencias parecen
abocarlo al destino que le estaba esperando, sea la amistad en la infancia con
el futuro guionista Uekusa Keinosuke o la
experiencia adquirida con el director Yamamoto Kajiro.
Kurosawa valora todas las circunstancias de su existencia en términos cinematográficos.
Una anécdota que relata en su autobiografía pone en evidencia esta idea. Cuando
muere su padre, Kurosawa pasea desconsolado por las calles de Tokio y, sin
embargo, a pesar del dolor que le embarga, al escuchar una música comprende que
ha encontrado la melodía para la película que está rodando en ese momento, El ángel ebrio (1948). El propio
director se da cuenta de que elementos como los zuecos y el traje de esgrima
que habían jugado un papel importante en una historia de su infancia, en una
pelea de niños, son empleados posteriormente en su primera película.
Precisamente porque la memoria alienta la imaginación. Todo es susceptible de
ser empleado e identificado con su afán de hacer películas. Los recuerdos de
Kurosawa fluyen en imágenes, de modo tal que uno podría pensar que las visitas
-con Uekusa- a casa del profesor Tachikawa, donde lee libros de héroes
samurais, se reproducen en la última película del maestro, Madadayo (1993), y también podría pensar que las imágenes del
pueblo donde nació el padre de Kurosawa, un pueblo que parece suspendido en el
tiempo, son las mismas que el director imagina para el pueblo medieval de Los sueños (1990).
Al margen de las cuestiones cinematográficas, Kurosawa sólo se hace eco
de aquellos accidentes o episodios que han configurado su carácter, como el
gran terremoto Kanto o el suicidio de su hermano. La experiencia del terremoto
de Tokio, acaecido el 1 de septiembre de 1923, ha marcado sin duda
la vida del cineasta. Quedando el centro de Tokio envuelto en llamas y lleno de
cadáveres, Kurosawa cuenta cómo, acompañado de su hermano mayor, pasea por las
ruinas de la ciudad caminando entre montones de cadáveres calcinados. Más tarde
se da cuenta de que ha sido una expedición para comprender el horror, para conquistar
el miedo. Kurosawa ha relatado varias veces esta misma historia en distintos
documentales sobre su filmografía, lo que puede dar una idea de la obsesión que
esta visión ha ejercido sobre el cineasta.
Entre los episodios que Kurosawa relata con más pesar se encuentra la
muerte de su hermano. Tras acabar sus estudios en el instituto, el cineasta
había encontrado refugio en casa de su hermano, que trabajaba como narrador en
el cine mudo. La influencia que ejercen los artistas populares de la narración
y las películas del cine mudo en el cine de Kurosawa es tan evidente como
ciertos temas que son recurrentes en sus historias. Ni que decir tiene que el
suicidio aletea en la biografía de Kurosawa. El propio director cuenta un
episodio que nos deja algo desconcertados, cuando siendo todavía joven, en el
camino hacia el instituto, se suelta de la barra del tranvía sin aparente
motivo y es sostenido por otros dos estudiantes. A este episodio desconcertante
hay que añadir la trágica desaparición de su hermano, un hecho decisivo en la
vida de Kurosawa. Por no hablar, finalmente, de la cuestión de la guerra y el
tema del suicidio colectivo. El sacrificio es un tema que late en el ambiente,
sobre todo durante el periodo de la segunda guerra mundial. De hecho, Lo más hermoso (1944) es una película
sobre el sacrificio que se debe al país, algo que jamás se pone en duda.
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