viernes, 29 de abril de 2022

La guerra civil. ¿Cómo pudo ocurrir?

 

La reflexión sobre España ha acompañado a Julián Marías, atravesando su vida, manifestándose en toda su obra con la misma infatigable vitalidad que en el caso de su maestro Ortega y Gasset. En la primavera de 1980, seguramente porque era una idea que sobrevolaba su mente desde hacía mucho tiempo, Marías escribe un breve ensayo titulado La guerra civil. ¿Cómo pudo ocurrir? Aparecido el ensayo en un libro colectivo, La guerra civil española, coordinado por Hugh Thomas, y en España inteligible, del propio Marías, se publica por primera vez de forma independiente gracias a la editorial Fórcola en 2012, con un prólogo, además, de Juan Pablo Fusi.                  

El texto plantea una cuestión que atormenta a Marías en torno a la guerra civil: ¿cómo pudo ocurrir? La compleja respuesta a esta determinante cuestión pone en marcha la narración de Marías. Pero, en realidad, late desde el inicio del ensayo un intento de justificación por parte del autor: una forma de ratificar su posición respecto a la guerra, expresada de forma contundente cuando ya daba sus últimos coletazos en marzo de 1939. Esta idea no debe pasar desapercibida si se quiere comprender la gestación de este libro. En este sentido, la posición de Marías en 1980 es clara, es la misma que en 1939: la resistencia a la guerra, cuyo “ejemplo más eminente fue el de Julián Besteiro”. Marías era partidario de firmar la paz, de no prolongar la guerra, siguiendo la postura que había adoptado Besteiro. Por eso vuelve sobre el tema al final del ensayo, retorna a lo que él denomina “la historia del mes de marzo de 1939”, y por eso insiste en el cansancio y en la desilusión dentro del bando republicano, incidiendo sobre todo en los beligerantes.

Dicho esto, la intención de Marías desde un principio es tratar de entender la guerra para poder superarla, porque cuando estalló, siendo todavía un joven de veintidós años, todo le parecía desmesurado, no podía entender cómo había podido estallar el conflicto. En 1980 Marías tiene claro que la escisión del país en 1936 es una división moral. Habla de “anormalidad social”. Ahora bien, ¿cuáles son las raíces del conflicto, qué hechos van deslizando esa división moral y social? Rastreando en los orígenes de la guerra, Marías atribuye, en primer lugar, un papel relevante a la quema de conventos el 11 de mayo de 1931, al poco de iniciarse la segunda República. Este acto que no duda en calificar de “despreciable”, aunque fuese minoritario, generó en una parte de la población española un sentimiento de rencor hacia la República. Luego está el hostigamiento al otro, la oposición automática a todo lo que se plantea desde el gobierno. Marías pone como ejemplo la ley de Azaña que pretendía la reducción de las Fuerzas Armadas y que generó “resentimiento” entre los militares.

En este rastreo de los orígenes del conflicto, Marías escribe que “la falta de entusiasmo es el clima en que brota la desintegración”, refiriéndose a la incapacidad del gobierno republicano para generar entusiasmo entre la población. Define a los partidos republicanos como “excesivamente burgueses”, “prosaicos” y a la sociedad civil con un tono “gris, neutro, negativo”. Esta idea parece ser algo así como una marca de fábrica, “un tremendo prosaísmo” que Marías achaca también a la República francesa y a la República de Weimar.  

Otro cuestión en la que incide Marías es la puesta en marcha de “una reforma agraria demagógica y poco inteligente”, que agravaría la situación en el campo. A todo ello hay que añadir determinados aspectos y actitudes en la sociedad española que no deben pasar desapercibidos, como la pereza, la frivolidad de los políticos, los intelectuales, los representantes de la Iglesia y los sindicalistas.

Una cuestión que considera decisiva es la extrema politización de la población, que facilitaría los enfrentamientos y que engendraría, al menos en una porción del país, el “horror ante la pérdida de la imagen habitual de España”, por la ruptura de la unidad y el fin de la condición de país católico, entre otras cosas. Este énfasis que pone en la politización del país viene acompañado, además, de un clima de extrema violencia en toda Europa en los años 30, con el auge del fascismo y del comunismo, y la actitud “débil”, “borrosa”, de las potencias democráticas.

            Entre los factores que ponen en jaque el juego democrático, Marías señala los sucesos acaecidos el 10 de agosto de 1932 (que no menciona, aunque todos sabemos que se refiere al golpe militar de Sanjurjo), pero sobre todo “la irresponsabilidad máxima fue la insurrección del Partido Socialista en octubre de 1934, aprovechada por los catalanistas” (aquí sí que da nombres), “que llevó a la destrucción de una democracia eficaz y del concepto mismo de autonomía regional”.

            El aspecto más determinante en los orígenes del conflicto, en la visión de Marías, es la polarización del país por la influencia cada vez mayor de los partidos más extremistas o radicales. Falangistas y comunistas, que en principios eran grupos minoritarios, pasan a imponer poco a poco sus puntos de vista. “El proceso que se lleva a cabo entre los años 1931 y 1936 (y, si se quiere mayor precisión, de 1934 a 1936)”, escribe Marías, “consiste en la escisión del cuerpo social mediante una tracción continuada, ejercida desde sus dos extremos”. Se van imponiendo determinado tipo de opiniones, más o menos relacionadas con estos grupos más extremistas y beligerantes, sin ningún tipo de actuación o intervención por parte de los intelectuales de la época, hasta el punto de que Marías escribe que “los intelectuales responsables se desalentaron demasiado pronto”.

            El fracaso que conduce a la guerra, entonces, es producto no sólo de los que “creían que se iba a reducir a un golpe de Estado”, sino también de “los que llevaban muchos meses de provocación y hostigamiento, los que habían incitado a los militares y a los partidos de derechas a sublevarse”. Las observaciones de Marías son bastante significativas y parecen apuntar a una ineludible sublevación militar. Se llega a la guerra, en definitiva, por una disociación entre “la situación mental colectiva” y la realidad española en 1936. Aquí es donde Marías concede un papel decisivo a la “interpretación” que se hace de esa realidad objetiva y que provoca una “anormalidad de la vida colectiva”.

Acabada su interpretación de los orígenes de la guerra, es interesante constatar que Marías se hace eco de la dura represión tras el conflicto, una represión que se podría haber evitado, piensa, si se hubiese llegado a un acuerdo, a una paz y reconciliación. Sus palabras, llenas de humanismo y bondad, parecen chocar con el espíritu del momento, que hacían imposible cualquier tipo de acuerdo. La suerte estaba echada. La prolongación de la guerra se manifestaba en el exilo y la represión. Resultaba imposible, en ese contexto, “vencer a la guerra”, tal como esperaba Marías en 1939 e incluso todavía en 1980, cuando escribe este breve ensayo sobre la guerra.

 

 

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