lunes, 31 de marzo de 2025

El dolor de los demás

 

1. Una historia terrible, ocurrida en la huerta de Murcia, permanece anclada en la memoria del escritor, esperando el momento de salir a flote, de revivir en las páginas de un libro. Es un acontecimiento luctuoso que ha tenido lugar veinte años atrás, en la nochebuena del 24 de diciembre de 1995: en esa fatídica noche, el mejor amigo del escritor, Nicolás, ha asesinado a su hermana, Rosi, y luego se ha suicidado. La historia se resume, a fin de cuentas, en estas dos líneas, pero el escritor necesita comprender, de modo que todo el esfuerzo de escritura de Miguel Ángel Hernández se concentra en la forma de hilvanar esa historia. Toda la narración se mueve, en este sentido, entre el pasado y el presente, entre lo ocurrido veinte años atrás y la necesidad interior, que experimenta el autor, de escribir esa historia, aun sabiendo que las dudas sobre el desarrollo del relato son razonables, aun siendo consciente de las emociones que la propia narración puede despertar entre los familiares, provocando de este modo, seguramente, el naufragio del escritor ante el dolor de los demás. El resultado de este esfuerzo de escritura, de rememoración y de investigación, es una novela titulada El dolor de los demás (Anagrama, 2018).

2. La novela se presenta ante todo como un proceso de indagación en las entrañas de un suceso acaecido veinte años atrás. El narrador cuenta cómo ese proceso de investigación, iniciado en junio de 2016, avanza lentamente, está lleno de tropiezos, de vericuetos, de meandros por donde circulan las noticias sobre el suceso. Obsesionado con las imágenes del pasado, el escritor contempla fotos en las que aparece junto a Nicolás, observa una y otra vez, en los periódicos de la época, la imagen que realza la muerte de su amigo en el barranco y revisa, en definitiva, el vídeo de las entrevistas en televisión tras el suceso. Son imágenes que permanecen inalterables en la mente del escritor. Adentrarse en este mundo es para el autor una forma de penetrar en sueños y pesadillas desasosegantes. A veces, intenta huir, alejarse de esas imágenes recurrentes; por eso viaja con su mujer, para olvidar y descansar, para relajar la mente, saturada por el pasado, pero se da cuenta de que no puede escapar y percibe que las pesadillas continúan. Al hilo de la investigación, el autor se detiene en una reflexión sobre lo que se puede escribir y sobre lo que no es lícito escribir por el daño que se puede infligir a los demás y por la necesidad de respetar el dolor. Esto es algo que llega a ser reiterativo en la novela, sin duda alguna porque es una de las cuestiones morales que preocupan al autor, que se muestra reticente a continuar la indagación en muchas ocasiones porque siente que algo le impide ir hacia adelante, aunque ansía escribir la historia. Estas dificultades que atenazan al escritor y que dificultan la investigación se combinan con una constante sensación de traición hacia su amigo, con un extraño desasosiego. Es importante constatar, en este punto, que la necesidad que se impone el escritor de iniciar la búsqueda del procedimiento judicial relacionado con el crimen y continuar, de algún modo, una historia que está totalmente atascada es ciertamente un compromiso con la novela. Este compromiso se alarga en la medida en que puede el autor, reproduciendo el viaje de Nicolás hacia la muerte en el barranco, en una especie de performance, tratando de imaginar las sensaciones del asesino, pero, sobre todo, indagando en la vida de Rosi, la asesinada. Es, entonces, cuando el escritor habla, por primera vez, de compasión. No obstante, la investigación acaba porque el autor considera, en tono confesional, que la novela, con esta entrevista, con esta nueva visión, está acabada. La lectura del expediente judicial ha perdido interés. Pero da lo mismo, porque el escritor ha renunciado ya a continuar la historia, siente un enorme peso sobre sus espaldas y es necesario soltar ese peso, definitivamente.

3. Desde el principio de la novela, Hernández establece una distinción entre el mundo de los libros, de la ciudad, de la universidad, es decir, el universo en el que se mueve, y la vida en la huerta, que define como “un mundo viejo y pequeño, cerrado y claustrofóbico, un lugar donde pesaba el aire”. En este sentido, El dolor de los demás es un libro que explora el pasado, pero también es un libro en el que el pasado vuelve sin ser convocado, “el pasado del que toda mi vida”, dice el narrador, “he estado intentando escapar". La huerta se convierte en un espacio para la imaginación, para la difusión de anécdotas que no tienen nada que ver con la verdad de los hechos. La narración ofrece detalles del pasado, de la infancia del escritor, de su amistad con Nicolás, un chico tímido, retraído. Es el retorno al pasado. Fluyen, de este modo, los recuerdos de la vida en la huerta, que están ahí para hacer hincapié en el complejo de culpa, de abandono, que lleva arrastrando durante años el escritor y que llegan envueltos en lo que considera una nostalgia paradójica, porque la huerta es en sí mismo un lugar simbólico que ahoga al narrador, pero al que, en ocasiones, siente anhelos de volver. Al acudir de nuevo, por ejemplo, a la romería en Los Ramos, después de muchos años, lo que pretende es evocar el pasado, traer a la memoria acontecimientos de su vida. No sólo se trata de recordar a su amigo. En otra ocasión, caminando solo por el carril de la huerta, el autor busca el árbol de la infancia, desde el que los dos amigos contemplaban el mundo, en silencio, creyendo ser libres y dichosos. Y también camina por el pequeño sendero tras la casa donde vivía Nicolás. Son, evidentemente, espacios de la memoria. Los recuerdos del pasado, en todo caso, culminan en los funerales, en la ermita, y en el cementerio, que es donde, como sabemos, todo tiene su punto final.

4.  Cuando la investigación ha dado sus últimos pasos y la escritura de El dolor de los demás parece definitivamente acabada, el escritor decide ir al cementerio, en un acto reflejo, para despedirse de Rosi y Nicolás. Allí, entre las lápidas del cementerio tiene lugar el último acto de la historia: la imagen de Nicolás como un monstruo aparece reflejada en la tumba y los hechos acaecidos aquella noche se antojan nítidos, definitivos. Ahora el escritor ya no experimenta ninguna duda, al menos en este sentido. Pero una vez más, la historia se desdibuja. El escritor comprende que hay cosas que nunca se podrán dilucidar y, a su vez, el lector comprende que la historia de El dolor de los demás es la historia de un fracaso, de un naufragio.  

 

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