1. En un
contexto internacional marcado por el avance de partidos políticos situados en
el ala más radical del conservadurismo, por decirlo de algún modo, que
enarbolan la bandera del patriotismo como propuesta de identidad y que
defienden, en consecuencia, posturas cercanas al supremacismo racista, la
discusión sobre el fascismo ha surgido con fuerza, de nuevo, en muchos ámbitos
de la vida pública y, sobre todo, en determinados países, como Italia,
evidentemente. El fascismo nunca ha estado muerto (Bauplan, 2024) es la
respuesta de Luciano Canfora a este ambiente de crispación suscitado en torno
al concepto de fascismo y su aplicación en la actualidad. Canfora ha escrito
unas breves páginas sobre el fascismo, entendido como un fenómeno histórico,
siendo consciente de que “tiene raíces específicas y su propia historia
peculiar, aunque simultáneamente también una amplia difusión, favorecida por un
creciente -durante más de una década- interés internacional”. Canfora
tiene claro que, tras el colapso político y militar que supone la segunda
guerra mundial, el fascismo ha permanecido latente en la segunda mitad del
siglo XX, tanto en el debate historiográfico como en el debate político. “Nunca
abandonó la escena. Como es normal en un movimiento derrotado”, señala Canfora,
“operó entre bastidores”. Para explicar y justificar esta visión sobre
el fascismo, es decir, para poner en evidencia que es plenamente operativo
emplear el término fascismo para referirse a determinados movimientos políticos
que se dan en nuestros días, el historiador italiano recuerda, en primer lugar,
que el núcleo del fascismo es “el supremacismo racista en cuanto punto terminal
de la exaltación constante de la propia nación, percibida como comunidad
natural”. Es evidente que se pueden rastrear los orígenes de este
supremacismo, de la superioridad de la raza blanca, en pleno siglo XIX, pero
Canfora se centra en la controversia de 1934 en torno al concepto de raza
superior y cómo el discurso atañe tanto a Italia y Alemania como a la Unión
Soviética. Se trata de un discurso y una controversia motivados quizá por los
acontecimientos de 1933, ligados a la progresiva disolución de las
instituciones en la república alemana. En el desarrollo del fascismo, por lo
demás, también funcionan el antisemitismo y la demagogia, la búsqueda de la
reacción instintiva de las masas. En cualquier caso, parece claro que enfatizar
este núcleo del fascismo como punto de partida del libro es una respuesta de
Canfora a aquellos que sostienen, como una idea consoladora, “la tesis de la
desaparición definitiva del fascismo de la escena política”, como es el
caso de Emilio Gentile, al que no se menciona en el texto pero hacia el que
puede apuntar la ironía de Canfora.
2. Ahora bien, otro debate se escenifica en el libro cuando Canfora plantea la probable cronología del fascismo, porque más allá de una fase de fascismo totalitario entre 1926, tras la aplicación de las leyes de excepción por parte del gobierno italiano, y 1943, con la derrota militar del gobierno de Mussolini, se pueden rastrear, evidentemente, fases previas del fascismo, que Canfora sitúa ya en 1919, con el “diciannovismo” y las reivindicaciones anticapitalistas de los “fasci di combattimento”. Considera fascismo, en este sentido, toda la fase anterior a 1926, pero también los meses de gobierno de la República Social Italiana, desde 1943 a 1945. Para fortalecer su punto de vista sobre esta cuestión, Canfora define el fascismo como un “proteico fenómeno”, que experimenta sucesivas transformaciones, capaz de sobrevivir y adaptarse a las circunstancias, moviéndose dentro de la constitucionalidad y abogando por lo que denomina “reconciliación”. Gracias al arraigo de la mentalidad fascista en el tejido social, el fascismo siempre reaparece con nuevas vestiduras. “El fascismo”, escribe Canfora, “fue fascismo en todas sus fases y mutaciones, por lo que sigue siendo el modelo para experimentos y la recuperación de métodos ya probados”. Por eso precisamente la geografía del fascismo es tan amplia, y no sólo en el periodo de mayor difusión en los años veinte y treinta del pasado siglo XX, época en la que se extiende por Occidente, Oriente Medio, norte de África y la India. Después de la segunda guerra mundial, el fascismo sigue siendo fuerte en España y Portugal, con Franco y Salazar, pero también se puede mencionar el ejemplo del peronismo, “una reinterpretación latinoamericana duradera y original del fascismo italiano”, y el caso de la Europa del Este, desde el Báltico y Ucrania hasta Croacia. La forma en que se ha desarrollado el fascismo en esta fase posterior a la segunda guerra mundial está relacionada con lo que Canfora denomina defascitizzazione, o proceso de depuración del fascismo, como reacción ante el antifascismo de Estado. El núcleo de valores básicos es el mismo, aunque se haya modificado el vocabulario, las recetas o los enemigos. El ejemplo de Francia resulta bastante evidente en la actualidad, con el Front National de Le Pen. “Por eso”, vuelve a insistir Canfora, “no se sostiene la consoladora tesis de la desaparición del fenómeno fascismo”. En el caso alemán también se observa hoy en día una vivificación del fascismo. Canfora relaciona en parte esta situación con “el retraso en el ajuste de cuentas con el pasado” que tiene lugar en la antigua República Federal, es decir, el olvido estatal, el bloqueo de la desnazificación, algo que, en última instancia, se explica por “la asunción tan repentina de la República Federal como baluarte antisoviético”, como “germen de la OTAN”, como “punta de lanza del despliegue”. Las palabras de Canfora son contundentes y apuntan a un cambio en la posición de Occidente después de la segunda guerra mundial, desde una voluntad de castigo contra Alemania, con la posible división en diversos Estados, a una posición de apoyo al país para su inmediato renacimiento, pensando, es evidente, en la guerra fría. En realidad, el fascismo se había convertido ya, en los años veinte y treinta, con toda su ambigüedad, en la barrera que permitía salvar a Occidente del socialismo. “Se sabe”, escribe Canfora, “que para los conservadores ingleses, como también para numerosos ‘demócratas’ estadounidenses, el gobierno de Mussolini fue la solución justa para el caso italiano”.
3. Canfora desemboca, finalmente, en el caso italiano. El trayecto que ha seguido el Movimiento Social Italiano, heredero de la fascista República Social Italiana, conduce a la Alianza Nacional en 1994. De esta tradición proceden algunos de los principales dirigentes de Italia en la actualidad, de Giorgia Meloni a Ignazio la Russa, que sin tapujos reivindican claramente su pasado cuando apelan a “la ‘reconciliación’, destinada a poner fin a la guerra civil de 1943-1945”, para “dar legitimidad”, en palabras de Canfora, “después de 80 años, a las razones de la República Social Italiana”, siempre dejando al descubierto sus creencias fundamentales. Esta vigencia del fascismo o neofascismo queda de manifiesto en la polémica política e ideológica que estalló en Italia, en agosto de 2023, en la conmemoración de la masacre de Bolonia de 1980, a propósito de la validez de la sentencia judicial. Aprovechando la tibieza de las declaraciones institucionales de Giorgia Meloni e Ignazio la Russa sobre el papel del neofascismo en la masacre, la intención de Canfora es demostrar que lo que trata de lograr la derecha más radical italiana es dar la sensación de que no se ha llegado al fondo de la verdad, que, más allá de la sentencia contra los cabecillas de índole fascista, existe la posibilidad de que interviniese un terrorismo internacional, extranjero, vinculado al Frente para la Liberación de Palestina, al tiempo que lanza un aviso a los ‘compañeros’, que han alcanzado las más altas instancias del Estado, para que no se desvíen de sus creencias, lógicamente de índole fascista. Más allá del fascismo, por supuesto, está el capital financiero. La derrota del gobierno de Meloni en su intento de gravar los beneficios extraordinarios de los grandes bancos y el fracaso en el “plan Mattei” a propósito de los emigrantes así lo demuestra. “Para el gran capital”, escribe Canfora, “-o más bien para una parte de él- el fascismo sólo puede ser útil en ciertas situaciones peligrosas; pero cuando ya no es necesario lo desecha”. En este sentido, para el capital financiero es más cómodo dialogar con una izquierda domesticada, “porque es celosamente ‘atlantista’, ‘europeísta’ ad abundantiam y seducida desde hace tiempo por el mito de la gobernabilidad”. El análisis de Canfora, pues, se centra finalmente en la izquierda europea porque, atrapada en lo que denomina “fantasma ideológico-geográfico (‘el europeísmo’)”, ha sido incapaz de solucionar los dos grandes problema de la actualidad: las crecientes desigualdades y la emigración. Mientras, el fascismo, más vivo que nunca, se presenta como “una respuesta ‘nacional’ -atractiva y seductora- a los efectos devastadores del dominio del capital financiero”.
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