viernes, 28 de septiembre de 2012
Mont Elín de los caballeros
Mont Elín de los caballeros es la
primera novela en solitario del escritor albaceteño Juan Jordán. Previamente
había sido coautor de Las puertas de
Moeris, una historia ambientada en el Egipto de Amenofis IV. Publicada en 2007, Mont Elín se encuentra ya en su segunda
edición. Ambientada a finales del s. XV, tras las guerras de Granada y la
expulsión de los judíos –cuyas consecuencias se dejan ver en el relato-, el
autor comenta en las advertencias que acompañan la historia que Mont Elín de los caballeros “no pretende
ser una novela histórica”. Este comentario -fruto de la modestia del
escritor, que se califica como no capacitado para el género histórico- no debe
llevarnos a engaño: Mont Elín es una
novela histórica de primera línea. Más aún, resultado de un esfuerzo titánico
de años de trabajo, el autor ha tenido la osadía de recrear el lenguaje de la
época, de tal modo que el lector tiene la impresión de estar leyendo un clásico
castellano del siglo XV o XVI.
Mon
Elín cuenta las andanzas de un caballero, don Fernando de Balboa, que
decide vengar la muerte de su hija, maltratada y violada por unos desaprensivos
nobles. El autor dice inspirarse en un caso real acaecido a Ana Jaraud, una
niña que existió en la Baja Edad
Media en Albacete. Es más, todos los nombres de los personajes que aparecen en
la novela, según nos informa Jordán, se corresponden con individuos de la época
que el autor ha convertido en ficción. Cada uno de los enfrentamientos que
tiene don Fernando con sus enemigos es tratado como un duelo, no sólo guerrero
sino también dialéctico, que nos recuerda ampliamente las escenas del maestro
Homero. No es extrañar, por otro lado, en un escritor de formación clásica. No
hay más que recordar el pasaje en que don Fernando es transportado al infierno
en un sueño y ve las imágenes de sus enemigos, ya muertos. También ve a su
esposa e hija. Ni que decir tiene que el relato tiene ecos de la Odisea ,
como señala el mismo autor: “D. Fernando, al adentrarse en el misterioso mundo
de los sueños, tuvo terribles visiones, removidas de los fangos de la Estigia , y fue como cuando
Odiseo descendió a los infiernos”. Por lo demás, son muy evidentes
también las influencias de la literatura española de los siglos XV, XVI y XVII,
fuentes en las que ha bebido nuestro autor: El
Quijote, El Lazarillo, La Celestina ,
las novelas de caballerías.
Don Fernando es presentado como un caballero de la época, haciendo
hincapié en el hecho de que lo es “tanto para el rey como para el villano, para
el alto como para el bajo”. La fama del caballero va aumentando con
cada nueva gesta. De hecho, en el relato se nos muestra al ciego cantor Bocanegra
entonando un romance que habla de la figura de don Fernando. Se nos presenta al
héroe ayudando a los débiles, a los desprotegidos, sean gitanos, judíos o
moriscos, niños o ancianos. Jordán nos cuenta que al deshacerse de su primer
enemigo, don Fernando siente “un leve y suave consuelo”, y se supone
que el mismo tipo de sensación experimenta en las sucesivas refriegas. Sin
embargo, el afán de venganza cede al final y el caballero decide perdonar al
último de sus enemigos a instancias de su amigo Luis el ermitaño. Es como si el
perdón cristiano hubiese triunfado definitivamente y permitiese a don Fernando
iniciar una nueva vida en el exilio. En este sentido se nota, tal como luego
reconoce Jordán en las advertencias finales, que “el libro está escrito por
cristiano convencido”.
Inspirado sin duda alguna por
Cervantes, Jordán juega con el tema de la autoría de Mont Elín de los caballeros. La obra se presenta como un conjunto
de legajos de autor desconocido encontrados por un tal Juan de Juanes, que
contienen “una extraña historia” y además “portentosa”. A lo largo de
la narración se incide con frecuencia en las fuentes del autor. Se menciona en
varias ocasiones a Iniesta de Villanueva. También recurre a menudo Jordán a la
tradición oral, que juega un papel fundamental en los mecanismos de la
narración, tal como ocurre en la literatura clásica española. Es constante la
referencia al “se dice” de la tradición, casi siempre en forma de leyendas que
adornan y engrandecen la figura de Fernando de Balboa. Por lo demás, juega
Jordán con la verosimilitud de la historia, pues sabemos por Juan de Juanes que
“hay en todos los relatos del tal caballero hidalgo [don Fernando] muy mucho de
leyenda y poco de verdad”, pero al mismo tiempo se nos dice nada más
iniciar la historia que es cierto todo lo que se narra “pues lo hallamos en
documentos escritos y lo recibimos en testimonios dignos de crédito”.
Oficiando de antropólogo y de etnógrafo, Jordán realiza minuciosas descripciones
de los lugares por donde transita don Fernando, dándonos a conocer los más
recónditos escondrijos de la geografía albaceteña y murciana. Son frecuentes al
mismo tiempo las detalladas pinturas de costumbres. Y en términos generales,
más allá de las aventuras y hazañas de don Fernando, el libro plantea con
hondura problemas como el conflicto entre la venganza y el perdón, la relación
y tolerancia entre culturas, el amor profundo y respetuoso hacia la naturaleza,
y vertebrando todos los hilos de la narración un exaltado sentido de lo divino.
Para acabar, Jordán enfatiza su amor
por los libros (no hay más que pensar en don Fernando salvaguardando sus libros
en el incendio de su casa), pues tal como nos recuerda en las advertencias
finales “los libros divierten, conducen a la reflexión e inducen al
pensamiento. Y el que los lee se vuelve más sensible y disfruta más de la vida,
y comprende mejor a los seres humanos, y les ama más”.
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