viernes, 31 de mayo de 2013
El asalto y la venganza
La publicación
de El asalto y la venganza (Ediciones
Irreverentes, 2013), una colección de relatos llenos de vigor y fuerza
narrativa, confirma que el escritor mexicano Juan Patricio Lombera es un
contador de historias de primera línea. El lector que se adentra en los cuentos
de Lombera se siente atrapado por una espiral, una especie de vértigo que le
contagia y que le arrastra por los vericuetos que siguen unos personajes
generalmente hastiados, cansados de esta vida y de la forma en que suceden las
cosas. Una sensación de desasosiego atraviesa, pues, todos los relatos, como si
Lombera quisiera transmitirnos la desorientación existencial que anida en
nuestra sociedad. Este interés por reflejar aspectos de la vida contemporánea
es característico de la poética del autor y queda de manifiesto en continuos
detalles que desmenuzan las miserias de la sociedad actual, desde la violencia
implícita en el tratamiento de los dueños de las empresas sobre los
trabajadores hasta la actuación de los bancos y las grandes corporaciones, sin
olvidar la lacra del paro y la marginación social.
Pero es en el tratamiento individual
de los personajes donde alcanza verdadero calado el libro de Lombera. Los
héroes de sus relatos son seres anodinos y vulgares en la mayor parte de las
ocasiones. Su vida está marcada por la desidia y el aburrimiento. Normalmente
viven en soledad y realizan trabajos que no les complacen (cuando se da el caso
de que trabajan). Son seres viciados que a veces disponen de una segunda
oportunidad para redimirse. Es el caso del protagonista de “El libertador
encadenado”, que, después de convertirse en millonario gracias a un juego de
azar, decide dedicar su vida a actos filantrópicos, a saber, salvar empresas
que se encuentran en una situación difícil. O como el caso de Neto en “Tiempo
prestado”, un funcionario alcohólico que lleva una vida rutinaria, a modo de
penitencia después de haber presenciado el asesinato de un joven comunista y
mantenerse al margen, y que logra la redención denunciando a la dictadura e
incorporándose a Amnistía Internacional. O como el caso de Gil en “El jugador
redimido”, un adicto al juego, destruido como persona, que logra lavar su
imagen al salvar la vida de un niño evitando que sea atropellado por un coche,
aun a costa de su propia vida. O como el caso de “El superviviente”, Andrés, un
indígena mexicano que, tras una vida llevada al límite llena de violencia y
miseria en Francia y Estados Unidos, se plantea regresar a sus orígenes, al
pueblo de sus padres, y reorientar su vida de forma digna. O finalmente, como
el caso de Martín en “Viaje por el mar amargo”, que, después de perder en un
accidente a su ex-mujer y su hijo, y de pensar seriamente en el suicidio, halla
un resquicio a la esperanza pensando que puede iniciar una nueva vida en
Islandia junto a otra mujer. Estas historias de culpa y redención, de segundas
oportunidades, nos hacen pensar que existe una posibilidad de regeneración en
todo individuo.
Ahora bien, en ocasiones se hace
evidente la impotencia, cuando los protagonistas de los cuentos tratan de
subvertir el orden establecido porque no les complace de ningún modo el mundo
por el que transitan. En todos estos casos el sistema acaba con ellos. En “El
libertador encadenado”, por ejemplo, el protagonista, Prometeo, pretende
cambiar las reglas del juego que mueven las empresas, suprimir toda distinción
entre amos y esclavos (porque efectivamente también hay “esclavos” en la
sociedad moderna), realizar una suerte de pequeña revolución, pero al final es
tratado como un loco. En “Todosantos”, la revolucionaria Rosa María, conocida
como la comandante Elena, tiene un final trágico, al ser entre otras cosas
violada y humillada por el ejército triunfante. Ante esta impotencia que se
experimenta al observar que no se puede cambiar nada en la sociedad actual, los
protagonistas reaccionan a veces con violencia y recurren a la venganza como
una solución, como salida a la opresión y la injusticia. Así pasa en “La
venganza de Wyatt Earp”, en donde el protagonista se toma la justicia por su
mano actuando contra una sucursal bancaria. Este afán de venganza implícito en
los seres humanos también aparece en otros cuentos con unas motivaciones muy
diferentes. Así, por ejemplo, en “La muerte sólo coge tres veces”, Sergio
quiere seguir viviendo exclusivamente para poder vengarse, y en “El asalto, la
humillación y la venganza”, la dueña de un banco humilla mediante juegos
sexuales a un pobre desgraciado que ha tenido la osadía de asaltar su sucursal.
En todo este entramado de injusticias y venganzas es el tema de las
motivaciones éticas, sin duda alguna, el que interesa a Lombera.
Un tema recurrente en El asalto y la venganza es la presencia
de la muerte, que se manifiesta de muy distintas formas y en variados
contextos. En “La muerte sólo coge tres veces”, el protagonista sufre la
aparición de una joven hermosa, provocativa, de modo tal que el cuento se
convierte en un diálogo con la muerte, lleno de erotismo. En “Tiempo prestado”,
Neto recibe la visita de un fantasma en forma de joven comunista, a modo de
conciencia que le recuerda culpas pasadas. Es muy interesante comprobar cómo
esta presencia constante de la muerte en los cuentos de Lombera concede a la
narración un cierto aire inquietante y misterioso, parecido a la estancia en un
sueño, como ocurre de manera extraordinaria en “El último refugio”, uno de los
relatos más hermosos de la colección, en donde el tedio en la vida de Rodrigo,
que se ha dedicado a derrochar la herencia familiar, es solapado por la
intrusión de unos sueños relacionados con su antigua novia Paulina.
Deliciosamente, los amantes, Rodrigo y Paulina, se encuentran exclusivamente en
sus respectivos sueños. Su destino en sus anodinas vidas es la muerte, con la
esperanza de reencontrarse en otro ámbito. “Sólo quiero estar contigo, pero no
en la vida real sino aquí [en los sueños]”, dice Paulina.
En definitiva, la lectura de estos
sugerentes cuentos de Lombera deja una sensación combinada de esperanza y
frustración, esperanza en las segundas oportunidades que nos concede la vida,
frustración ante la imposibilidad de cambiar el mundo. Y uno se plantea si
llegado a este punto es mejor ser revolucionario o un indolente, actuar movido
por la venganza o seguir el camino –a veces injusto- de la justicia, vivir
apegado a la realidad o sumido en los sueños.
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