sábado, 30 de noviembre de 2013
Henry Beyle, Stendhal
En 1995 se
publica en la editorial italiana La Vita
Felice un manuscrito de Stendhal descubierto por el erudito Carlo Vivari, quien se encarga de verter el original francés a la
lengua italiana y, al mismo tiempo, pone título al texto eligiendo para ello un
verso de Miguel Ángel que cita Stendhal: Chi
mi difenderà dal tuo bel volto? (o sea, ¿Quién me defenderá de tu bello
rostro?). El manuscrito en cuestión se compone de unas pocas páginas que son el
inicio seguramente de una novela corta que Stendhal estaba proyectando y que
nunca concluyó, aunque dejó escrito un plan del desarrollo de la historia. Para
los stendhalianos (entre los que me incluyo), esa denominada minoría feliz, y
para los amantes de la literatura en general, la publicación del texto es un
acontecimiento literario de primera magnitud, una primicia, pese a que sea una
obra inconclusa. En 2007, con una amplitud de miras digna de elogio, la
editorial Pre-Textos decide publicar la obra en castellano, con una
introducción erudita del profesor y poeta González-Iglesias y un epílogo,
continuación de la historia, firmado por el también poeta Luis Antonio de
Villena. En la traducción se acuerda finalmente (de forma discutible) aceptar
el título siguiente: ¿Quién me defenderá
de tu belleza?
La nouvelle sugerida y
proyectada por Stendhal nos acerca a un tema muy querido por el autor francés:
el concepto de belleza expresado a través del amor, en este caso el
homoerotismo que exalta el aspecto espiritual de las relaciones entre los
hombres y que se remonta a la cultura griega. Efectivamente, si no se conoce la
tradición ateniense, si no se comprende el tema tal como lo planteó Platón y lo
recogió Marsilio Ficino en el Renacimiento, no se llegará a captar la esencia
de las Rimas de Miguel Ángel y, por
supuesto, el sentido de la historia que pretende contar Stendhal. De hecho, los
poemas de Miguel Ángel juegan un papel fundamental en el entramado de la
narración y en el arranque del relato. En 1832, Stendhal habita en el Palazzo
Cavalieri, el lugar en el que trescientos años antes se había producido el
primer encuentro entre Miguel Ángel y el joven Tommaso de Cavalieri. Este azar
espacial y temporal exalta la imaginación de Stendhal y sirve como punto de
partida de la historia. Con cierto tono autobiográfico, el relato se inicia con
una escena de tono casi costumbrista entre el escritor y su criada Gina,
artificio que sirve a modo de introducción y que permite enlazar con el pasado
y con las Rimas de Miguel Ángel. El
resto de la narración se resuelve con una conversación llena de inseguridades y
tanteos entre el artista y Tommaso de Cavalieri.
La visión de la belleza del joven caballero seduce completamente al
maestro, que, desde el primer momento, se siente enamorado. La belleza entra
por los ojos. Las miradas entre maestro y discípulo se cruzan, se encuentran.
Quizá Stendhal haya experimentado en esta época, ya entrando en la vejez, las
mismas sensaciones que pudo sentir Miguel Ángel en 1532. Quizá, pues, el
escritor francés se haya identificado con el genio italiano y haya querido
contar una historia de amor entre una persona que entra en la ancianidad y un
joven. Hasta dónde quería llegar Stendhal al recrear la relación entre Miguel
Ángel y Tommaso es algo que tan sólo podemos intuir, a pesar de que en el
epílogo Luis Antonio de Villena nos recuerda que el artista tuvo relaciones
corporales con otros hombres y cita a propósito la escena de palestra griega
que se sugiere en el fondo de La sagrada
familia de Miguel Ángel. Si nos ceñimos al plan proyectado por Stendhal, la
relación entre el artista y el joven Cavalieri debía ser la misma que la que se
establece entre un maestro y un discípulo, tal como en la antigüedad griega se
relacionaban los ancianos filósofos con los jóvenes ansiosos de aprender, los kaloikagathoi. No es de extrañar que
Stendhal hable de “amor platónico” (amour platonique) y “furor intelectual”
(fureur intellectuelle), las dos piedras angulares sobre las que gira la
relación entre los amantes. Miguel Ángel vive encerrado en sí mismo, como un
eremita, obsesionado con su trabajo, con la belleza y con el cuerpo humano, y
la figura de Tommaso de Cavalieri se presenta de repente como la viva imagen de
todos sus anhelos artísticos.
En el plan que cierra el texto,
Stendhal nos dice que toda la obra de Miguel Ángel “nos habla de la castidad
del alma”. Quizá en estas palabras se pueda encontrar la clave de la
historia de esta nouvelle inacabada.
Nunca lo sabremos.
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