Ya estaba bien
avanzada la década de los ochenta del siglo pasado cuando tuve la fortuna de
conocer a Pedro López Martínez, un joven culto, lector voraz y poeta incipiente
de Moratalla, un pueblo situado en los confines de la región murciana. Dedicado
plenamente a la lectura y la escritura, por aquel entonces López Martínez
avanzaba viento en popa en sus estudios de filología, mientras yo terminaba mis
estudios de historia antigua y empezaba a probar en el mundo del cine
escribiendo guiones que no llegarían a ninguna parte. Recuerdo vivamente
todavía hoy los cuadernillos donde el escritor de Moratalla recogía con
particular obsesión las citas más ingeniosas y extraordinarias de los
escritores de otras épocas. López Martínez tenía ya por aquel entonces el aire
de un hombre minucioso, riguroso, detallista en su trabajo. Todo ello,
evidentemente, se ha trasladado con el paso del tiempo a sus libros. El
transcurrir de los años me permitió leer algunos de sus poemarios, que él
atentamente me regaló y que yo, celosamente, guardo en mi biblioteca (Imágenes de archivo; Necedarius, viceversas, etc.).
Interesado desde siempre por la literatura erótica española, López Martínez
trabajó muchos años sobre este tema, que fue el objetivo de su tesis doctoral.
Recuerdo también que, durante la década de los noventa, si por casualidad nos
veíamos alguna vez no faltaba una conversación en la que se mezclaban de forma
inverosímil su pasión por la literatura erótica y mi interés por Platón, tema
de mi tesis.
La sonrisa del
ahorcado (Círculo Rojo, 2013). Ya antes de empezar la lectura me imagino
que voy a transitar por caminos pocos trillados. El afán de López Martínez por
buscar nuevas formas de expresión narrativa, por jugar con un lector atento a
través de ejercicios literarios le delata desde las primeras páginas. La
pregunta que me planteo desde un principio es si el tono de los cuentos va a
ser siempre el mismo o si voy a observar una evolución en el estilo del autor
en una colección que abarca nada menos que veinticinco años. Al finalizar la
lectura del libro constato que, aunque hay una serie de temas que se repiten y
obsesionan al escritor, se puede apreciar en el tono de los cuentos, que no sé
si realmente guardan una secuencia cronológica, una constante búsqueda de
estilo. Es como si López Martínez, imbuido de la herencia de la tradición
castellana, tratase en algunos cuentos de remedar el gran estilo de nuestros
clásicos, mientras que al mismo tiempo en otros relatos diese la impresión de
caminar hacia un lenguaje más sencillo, más desnudo y menos retórico o
afectado.
Han pasado los años y nuestros
caminos se han cruzado otra vez. Mientras yo entrego a López Martínez mis
últimos libros, el escritor de Moratalla me ofrece su primer trabajo publicado
en narrativa de ficción. Se trata de una colección de cuentos que abarca desde
1987 (más o menos la época en que nos conocimos) a 2012 y que responde al
sugerente título de
Lo que no cabe duda es que López
Martínez emplea toda una serie de recursos literarios para mantener en vilo al
lector. Los artificios que despliega en los cuentos son numerosos, desde el
monólogo interior hasta los cambios de punto de vista dentro de la narración.
El autor convierte la literatura en una suerte de diálogo, de juego, entre el
lector y el narrador, de tal modo que ciertos cuentos se asemejan a un artificio o engaño. Asistimos, así pues, a ciertas piruetas en el transcurso de
los relatos, giros imprevistos, sorpresivos finales. Casi como una premonición
y quizá con cierta ironía, en “Cartas al director” leemos que aquello que
escribe un incipiente escritor son “irregulares ejercicios de estilo”.
¿Acaso está hablando el autor de sí mismo? No creo equivocarme, en todo caso,
si afirmo que uno de los grandes logros de La
sonrisa del ahorcado es la sutileza con que López Martínez mezcla
literatura y vida, autobiografía y ficción. Da la sensación de que el autor ha
creado un tipo de personaje que se repite en muchos relatos, un individuo que
camina por las calles de la ciudad divagando con sus pensamientos, quizá
precisamente en búsqueda de una historia que contar, como ocurre en “Esa hora
imprecisa”, en “Tentativas” o en “Mejor así”. Es un ejercicio propio de la
modernidad, ante la incapacidad para contar historias al estilo tradicional,
que obliga a transitar por nuevos caminos. El autor busca historias en la
observación de la realidad cotidiana, basándose a veces en pequeñas anécdotas
unidas por el azar (un matrimonio, un asesinato, un accidente, el lanzamiento
de un penalti…), lo que resulta bastante evidente en el bloque de cuentos que
titula “Casualidades de la vida”, encabezado por un párrafo que luego repite en
“Instante” y en el que se lee algo así como que el destino “manda y de mandarín
ejerce”. En este entramado de cuentos llenos de veladas referencias
personales, que parecen muy cercanos y narran acontecimientos contemporáneos,
llama la atención la presencia de varios relatos (en el inicio de la
colección), concretamente “Monólogo en seis tiempos”, “El giro inverosímil” y
“El último tren”, que se sitúan en el pasado, seguramente en época franquista,
y que presentan ciertas similitudes tales como el primitivismo de la historia,
las repeticiones estilísticas, el tedio y el aburrimiento de la época, la
educación en el sacrificio y la resignación, y la idea de suicidio. En estos
cuentos a decir verdad se presenta la vida como una larga espera sin demasiado sentido.
La sonrisa del ahorcado.
En ocasiones, el autor maneja unos
códigos que es necesario desentrañar, lo que obliga al lector a involucrarse en
el texto, como ocurre en la página en blanco que sucede a “La atracción de las
palomas”, que invita a la reflexión y excita la imaginación del público (si se
ha percatado del asunto), más aún cuando, más adelante, comprobamos que en un
cuento titulado “El curioso caso de la página en blanco” se repite en la
ficción lo mismo que ocurre en realidad en
La
sonrisa del ahorcado, es decir, la desaparición de un cuento en la
colección, lo que, al mismo tiempo, permite al autor plantear el tema de la
imposibilidad de reproducir un texto que ha desaparecido, la incapacidad para
transmitir íntegra y fielmente la memoria pues “la literatura no es sólo
historia y contenido, sino que es, antes que ninguna otra cosa, la forma de contener
y de transmitir una historia”. No sorprende, por lo demás, que las
frecuentes reflexiones sobre la escritura que desgrana el autor en estos
cuentos sean una prolongación de una visión del mundo que privilegia la
literatura y el arte sobre la mercaduría de nuestros días. Por eso, al
finalizar estas líneas, me emociono al comprobar que nuestros caminos –el de
López Martínez y el mío- se han cruzado nuevamente gracias a la literatura,
gracias a
La sonrisa del ahorcado.
Uno de los temas que recorre la obra
de López Martínez es el problema de la identidad y la necesidad de la memoria.
En “Aunque sé que es inútil” se habla de “la tragedia terrible de un hombre que
no tiene recuerdos”. En “El arte y la vida”, por ejemplo, donde se
funden el amor y la poesía entre dos jóvenes amantes, sólo la memoria permite
al protagonista recrear la relación erótica. Pero el recuerdo del pasado no se
trata en los cuentos con efectos nostálgicos y melancólicos. Yo diría que
prevalece la ironía, como ocurre en cierta historia que narra el encuentro con
antiguos compañeros de facultad una vez pasados los años. La obsesión por los
recuerdos y la identidad personal conduce al autor a un pequeño discurso sobre
la legitimidad de la memoria en “Dietario de Juan”, cómo posiblemente vamos
construyendo el pasado a nuestra entera voluntad, creando un palimpsesto que a
veces oscurece o tergiversa la supuesta realidad. Este discurso sobre la
memoria individual es fundamental porque entronca con la esencia de la
construcción literaria en los cuentos de López Martínez. Nos estamos refiriendo
evidentemente a los límites de la ficción. En “La obra maestra”, por ejemplo,
un escritor que está escribiendo una novela se enreda él mismo en la tragedia
de sus personajes; y en “Porque hoy era jueves”, un profesor tiene un sueño y
realmente no sabemos si permanece en la cama o está impartiendo clase en las
aulas. De forma usual, por tanto, se difuminan las fronteras entre la realidad
y la ficción en
Para este libro es un lujo contar con comentarios como el tuyo. Palabra de autor. Gracias.
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