martes, 30 de septiembre de 2014
Els passejants de l'illa de Xàtiva
Después de
publicar, bajo el amparo de la universidad de Valencia, un magnífico estudio
sobre un poeta de la
Renaixença valenciana (Joan
B. Pastor Aicart. Més enllà de la poesia), el escritor Josep M. Sanchis
–ahora el bajo el pseudónimo de Joan Benesiu- retorna a la ficción con su
segunda novela. Els passejants de l’illa
de Xàtiva (Barcelona, ViBooks, 2014), continuando y profundizando la estela
narrativa de su primera novela (la galardonada Intercanvi), es una compleja combinación de literatura de viajes,
ensayo, autobiografía y ficción (quizá al modo -o en la tradición- de su
admirado Claudio Magris). El libro, tal como el propio autor sugiere en varias
ocasiones en el relato, es concebido y escrito tras el esfuerzo extraordinario
que le había supuesto la composición del ensayo sobre el poeta valenciano.
Agotado física y mentalmente, con una cierta sensación de vacío, el escritor,
convertido en viajero y protagonista de su propia novela, relata los
acontecimientos quizá ficticios, quizá reales, que suceden a varios exiliados,
emigrantes o viajeros –tanto da- que, casualmente –o quizá de una forma no tan
casual- coinciden alrededor de la mesa de un bar contándose historias, anclados
en una ciudad situada prácticamente en el fin del mundo, en el cono sur de
América, en la frontera entre Argentina y Chile. El lugar de encuentro de estos
viajeros es Ushuaia –“fin del mundo, principio de todo”, reza el lema de esta
ciudad-, un espacio límite desde el que se contemplan los dientes de Navarino y
cercano a la renombrada isla de las Malvinas.
Cada uno de los componentes de la
“taula de les històries”, tal como la define el autor en uno de los capítulos,
se complace en narrar las vicisitudes que explican su presencia en un lugar tan
alejado del mundo: Guillaume Housseras, un aburrido burgués parisino que huye
de su acaudalada familia poniendo tierra de por medio, abandonando con ello
temporalmente la dirección de su prestigiosa empresa; Peter Borum, un inglés
que se aleja del horror familiar (su mujer le ha dejado y su hijo ha ingresado
en la cárcel) y se traslada a Ushuaia para indagar en el suicidio de su
hermano, un hecho relacionado de forma indirecta con la guerra de las Malvinas;
Nemesio Coro, un mexicano que ha salido de México D. F. perseguido por la mafia
vinculada al narcotráfico; Martín Medina, un chileno represaliado por la
dictadura de Pinochet y enfrentado a su padre; Joan Benesiu, es decir, el
narrador, que llega directamente desde Buenos Aires después de una intempestiva
y extraña historia de amor con una joven argentina amante de los pájaros y
admiradora incondicional de Gombrowicz.; y, finalmente, Dominika Malczeswka,
una polaca dueña del bar Katowice -el local donde se cuentan las historias-,
una emigrante aterrizada en Argentina tras los desastrosos sucesos de la
segunda guerra mundial que tanto afectaron a Polonia.
Optando por una narración personal desde la óptica del supuesto viajero
Joan Benesiu, el autor elabora una especie de rompecabezas, un precioso tapiz
en el que todos los elementos van entrelazándose en torno a dos temas
recurrentes, a saber, la búsqueda de identidad y el mito de la frontera. Al
mismo tiempo, reforzando la densidad de la narración, todos los relatos que se
entrecruzan en el Katowice están enraizados en acontecimientos violentos de la
historia reciente como la ya mencionada guerra de las Malvinas, la ocupación
alemana y soviética de Polonia en la segunda guerra mundial o la matanza de
estudiantes en la plaza de las Tres Culturas en México D. F en 1968. La
violencia del Estado, en ocasiones, da la sensación de estar confrontada con la
libertad anarquista que emerge también en algunas historias, aunque sólo de forma
muy tamizada. El complejo entramado narrativo se completa con constantes
digresiones literarias a propósito de escritores -y libros- que acosan la mente
del viajero, desde los centroeuropeos como León Bloy, Robert Musil, Ernst
Jünger, Stanislaw Lem, Winfried Sebald y Primo Levi hasta los hispanoamericanos
como Sergio Pitol, Roberto Bolaño, Juan Rulfo y Witold Gombrowicz. Casi sin
descanso, la lectura de Els Passejants de
l’illa de Xàtiva nos conduce de una historia otra, de un espacio geográfico
a otro, hasta el punto de que da la impresión de que se pierde el hilo
principal de la narración. Pero al final siempre hay una salida. El narrador,
Joan Benesiu, (protagonista cuyo nombre nunca se menciona en la novela) sirve
de anclaje, de motor alrededor del cual se teje todo el relato. No es
casualidad, por tanto, que Els passejants
de l’illa de Xàtiva atesore en ciertos momentos un marcado tono
autobiográfico teñido de emoción y humor a partes iguales. Los recuerdos
familiares entre los que emerge, fascinante, la imagen de la abuela se combinan
con la lectura de cuentos, la soñada –y anhelada- visión del padre perdido y la
foto imponente del poeta Pastor –que preside la casa familiar-. Estos recuerdos
que obsesionan al escritor están relacionados de forma inequívoca con la
pérdida de la inocencia, pero también con una cierta idea de la soledad y la
muerte que pulula casi desde el inicio del relato, lo cual acentúa aún más la
sensación que se tiene al final del libro de estar ante una obra de inspiración
romántica en la que un hombre busca su identidad a través de un viaje
existencial al fin del mundo.
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