En este ensayo sobre Chéjov es como si Natalia Ginzburg estuviera componiendo un mosaico de pequeñas historias que se van entrelazando con una ligereza asombrosa. La obsesión por el tema de la muerte y la indiferencia de la gente ante la enfermedad y la miseria dan al libro un cierto aire de tristeza y melancolía, que se combina admirablemente con la comicidad, como en los textos de Chéjov. En la visión de Ginzburg, el escritor ruso no tenía ninguna fe en el pueblo ruso, pero sus cuentos y sus comedias parecen desmentir esta idea. Al final la vida vence a la literatura. O quizá no. Se sabe que el ataúd con el cuerpo de Chéjov llegó desde Alemania en un tren que transportaba ostras. En Moscú una marcha fúnebre que tocaba una banda militar confundió a los amigos y familiares del escritor, que siguieron, sin darse cuenta, el cortejo fúnebre del general Keller. Sin duda alguna, si Chéjov hubiera sabido todo esto se hubiese levantado de la tumba para escribir una elegante comedia.
sábado, 30 de mayo de 2015
Natalia Ginzburg
Natalia Ginzburg
siempre ha sentido un particular interés por el microcosmos familiar. En Antón Chéjov. Vida a través de las letras (Barcelona,
Acantilado, 2006), Ginzburg articula la narración teniendo en cuenta, sobre
todo, las relaciones familiares, especialmente aquellas que Chéjov estableció a
lo largo de toda su vida con su madre y con su hermana. Ginzburg combina con
ligereza los aspectos más conocidos de la trayectoria vital de Chéjov con
breves secuencias de sus relatos, anotaciones que nos introducen en el mundo
del escritor a través de sus historias. Se entrelazan vida y escritura en la
narración hasta tal punto que los hechos que componen la biografía del escritor
van dando pie a los cuentos. Así, por ejemplo, la observación de la epidemia de
tifus en San Petersburgo, con los efectos devastadores que tiene sobre la
población, da lugar a un relato titulado precisamente “Tifus”, o se adelanta la
posibilidad, la idea de que el personaje principal del drama Ivánov sea un retrato de uno de sus
hermanos, o que la historia de su desgraciada amiga, Lika Mizinova, quede
reflejada en La gaviota. Ahora bien,
en ocasiones esta relación entre vida y escritura queda implícita en el relato
de Ginzburg, de tal modo que después de contar la aparición de la actriz Olga
Knipper en la vida de Chéjov, sin llegar nunca a evidenciar su relación, la
escritora nos hace ver que en el cuento La
dama del perrito iba a mostrar Chéjov un nuevo tipo de personaje que tras
toda una existencia de relaciones fugaces parece asomarse al amor verdadero.
Yendo más lejos todavía, Ginzburg nos cuenta las reacciones de los amigos de
Chéjov al verse representados en sus obras y cómo afecta eso a su amistad.
Es como si la literatura se inmiscuyera en la vida. A veces, Ginzburg se
detiene a susurrarnos una historia y nos cuenta la pelea que se organiza entre
el público en la primera representación de Ivánov.
La capacidad de observación de la escritora hace que determinados momentos de
la vida de Chéjov se vivan como si estuviesen ocurriendo en ese instante, como
si se tratase de una novela, como cuando el escritor se desespera ante el
fracaso de la primera representación de La
Gaviota. Ginzburg acompaña al escritor
en su sufrimiento a través de las calles de San Petersburgo.
Natalia Ginzburg nunca hace comentarios, nunca hace interpretaciones de
las narraciones del escritor. Pero cuando está segura de una cuestión la
certifica de forma incuestionable para no dar crédito a los rumores, de modo
que si Chéjov viaja a la isla de Sajalín es por el interés que siente ante la
indefensa vida de los presos de la penitenciaria y no por una decepción amorosa.
Cuando lo considera oportuno, Ginzburg recoge frases del propio Chéjov que
resultan fundamentales para comprender su visión del mundo y de la literatura,
como cuando la censura actúa sobre uno de sus relatos, Tres años. Ginzburg parece aproximarse emocionalmente a la historia
al dar cuenta de la tragedia de la hermana de Chéjov, el sufrimiento de María
al saber que su hermano se casa con la actriz Olga Knipper, al comprender que
toda su vida la había dedicado a Chéjov y que ahora se quedaba sola.
En este ensayo sobre Chéjov es como si Natalia Ginzburg estuviera componiendo un mosaico de pequeñas historias que se van entrelazando con una ligereza asombrosa. La obsesión por el tema de la muerte y la indiferencia de la gente ante la enfermedad y la miseria dan al libro un cierto aire de tristeza y melancolía, que se combina admirablemente con la comicidad, como en los textos de Chéjov. En la visión de Ginzburg, el escritor ruso no tenía ninguna fe en el pueblo ruso, pero sus cuentos y sus comedias parecen desmentir esta idea. Al final la vida vence a la literatura. O quizá no. Se sabe que el ataúd con el cuerpo de Chéjov llegó desde Alemania en un tren que transportaba ostras. En Moscú una marcha fúnebre que tocaba una banda militar confundió a los amigos y familiares del escritor, que siguieron, sin darse cuenta, el cortejo fúnebre del general Keller. Sin duda alguna, si Chéjov hubiera sabido todo esto se hubiese levantado de la tumba para escribir una elegante comedia.
Se cuenta que al leer El monje negro, Tolstoi quedó
impresionado, exclamando con rotundidad. “¡Qué hermoso es¡ ¡Ah, qué hermoso
es¡”. Lo mismo se puede decir de este ensayo que narra la vida de
Chéjov a través de las letras.
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