domingo, 31 de julio de 2022

Aproximación a la historia griega

 

1. Luciano Canfora publica Prima lezione di storia greca en el año 2000. Traducido al castellano con el título de Aproximación a la historia griega (Alianza, 2003), el ensayo parecía inaugurar una serie de volúmenes que tendría como objetivo, seguramente, reflexionar sobre diferentes cuestiones y problemas que afectan a la historia y a la historiografía griegas, terrenos en los que Canfora es un maestro indiscutible. En Aproximación a la historia griega -la primera lección- Canfora ha tratado, precisamente, algunos temas que son frecuentes en su visión de la historia griega. Aun poniendo de relieve el papel predominante que juega el ojo frente al oído para el historiador griego, pues “los ojos son más fiables que los oídos”, según la tradicional fórmula de Polibio, la intención de Canfora es poner de manifiesto, desde un primer momento, que el pasado remoto resulta poco fiable para el historiador griego por la falta de testigos y, por supuesto, de documentos. Aquí es donde Canfora pone el énfasis, porque la presencia fragmentaria de documentos, especialmente inscripciones, ha supuesto un hándicap para la historiografía moderna, que, como se sabe, tiende a rellenar los huecos que dejan los relatos de los historiadores antiguos con fragmentos aleatorios de inscripciones que han sobrevivido. La complicación del asunto viene dada, como se sabe también, por el hecho de que los archivos oficiales, con documentos en papiro, no se han conservado. Pese a las limitaciones, pues, que presentan los documentos epigráficos, que carecen, en ocasiones, de cronología, sí que es cierto que han contribuido a “rellenar huecos” en la historia griega, completando los relatos historiográficos. Tal como señala Canfora, por ejemplo, la Crónica de Paros permite enlazar la Biblioteca de Diodoro con la Historia de Polibio, el relato continuo de la historia griega que Diodoro acaba en 301 a.C con la historia de las guerras púnicas que Polibio inicia en 264 a.C. La sensación de pérdida es todavía mayor cuando se comprueba que los documentos más importantes, generalmente secretos, se han perdido, por lo que queda claro que ya no podremos recuperar gran parte de lo que Canfora denomina “las razones verdaderas, profundas, auténticas e inconfesadas (salvo para unos pocos) de las acciones más importantes y controvertidas”.

            Entre las obsesiones que han llevado atareado a Canfora arriba y abajo en su trabajo como historiador se encuentra la cuestión de los falsos documentos. “El documento”, escribe Canfora, “no debería fetichizarse. Éste, por el contrario, no es necesariamente la verdad”. De hecho, cualquier documento anterior al incendio de Atenas en 480 a.C es susceptible de ser una reconstrucción posterior. Los persas incendiaron Atenas, por lo que cabe pensar que los documentos públicos, conservados en archivos -en la Acrópolis, en los templos-, debieron ser pasto de las llamas. Así pues, tanto las leyes de Solón como las leyes de Clístenes, tal como sugiere Canfora, pueden resultar simples “reconstrucciones conjeturales” realizadas después de la retirada de los persas. La misma duda que se cierne sobre esta legislación del siglo VI a.C aletea sobre el famoso “decreto de Temístocles” de 480 a.C que, según Canfora, es una creación del siglo IV a.C que responde a la propaganda panhelénica de la “segunda liga marítima” en 378 a.C, auspiciada por Atenas y que Christian Habicht engloba en lo que denomina “fabricación de falsificaciones con fines políticos en la primera mitad del siglo IV a.C”. Estas falsificaciones también son frecuentes en las escuelas de retórica del siglo IV a.C. Canfora habla, en concreto, de “modificación intencional y dolosa de documentos auténticos”, lo que explicaría desde su punto de vista la existencia de una ley para la protección de los archivos, por ejemplo, en la isla de Paros, que se remonta al 170 o al 150 a.C. Teniendo en cuenta, entonces, la cuestión de las reconstrucciones conjeturales y las falsificaciones, y la gran consideración hacia el documento que atesora la escuela de Aristóteles -donde se recopilan documentos histórico-políticos y certámenes teatrales, donde se recogen los datos de 158 constituciones y donde Crátero realiza una Compilación de los decretos áticos-, conviene preguntarse, sugiere Canfora, si la elaboración de falsificaciones también pudo engañar a estos recopiladores de documentos de la escuela de Aristóteles.

 


2. La concesión de la ciudadanía es un bien supremo tanto en Esparta como en Atenas. A veces, en situaciones excepcionales, se concede la ciudadanía “en grupo”, como ocurre en el año 405 a.C, cuando Atenas, después de la derrota de Egospótamos, convierte en ciudadanos a todos los demócratas de Samos. Es una situación desesperada que requiere medidas desesperadas. Canfora relaciona este decreto de Samos de 405 a.C, hacia el final de la guerra del Peloponeso y que silencia Jenofonte en su Historia, con la decadencia del imperio ateniense. Por eso trae a colación un texto de Tácito, en donde por boca del emperador Claudio se afirma “que la decadencia de Esparta y Atenas se había debido en su época a la miope política de la ciudadanía, a la tosca y celosa manera en que se habían cerrado sobre sí mismas condenándose a la decadencia, en primer lugar, demográfica”. En cualquier caso, queda claro que el decreto de Samos llena un vacío que deja Jenofonte y nos permite conocer mejor la mentalidad de la Atenas imperial en el momento final de la guerra del Peloponeso, donde los golpes de timón que daba el gobierno ateniense eran indicios claros de decadencia. 

También Tucídides silencia, de forma inquietante, la situación de Melos durante la guerra del Peloponeso. El relato de Tucídides, en el libro V de su Historia, describe la feroz represión de Melos como una “mancha que empaña la imagen de Atenas a lo largo de los siglos”. Tucídides habla de Melos como una república neutral durante el conflicto entre Esparta y Atenas, pero sabemos por la epigrafía que Melos tributaba a Atenas y que formaba parte de la Liga Ático-Délica. La ferocidad de Atenas contra Melos sigue siendo injustificable, pero con el documento epigráfico en la mano el relato de Tucídides se nos presenta, ahora, como un reflejo de la propaganda antiateniense de la época. Es más, Canfora relaciona el diálogo de Melos, emplazado a finales del libro V en la Historia de Tucídides, con la cuestión de los tiranicidas, es decir, el mito de la fundación democrática en 514 a.C, sustentado en la muerte de Hipias y que Tucídides retoma en el libro VI después de haberlo planteado en la Arqueología del libro I. Canfora sostiene que Tucídides emplea documentos que se encontraban en el ágora y en la Acrópolis, quizá algunas estelas, para demostrar que el tirano era Hipias y el asesinado había sido Hiparco. Siendo la causa del magnicidio una cuestión amorosa, no política ni ideológica, Tucídides se enreda en el argumento, sin embargo, al señalar que Harmodio y Aristogitón “apuntaban a Hipias y mataron a Hiparco”. La interpretación de Canfora sitúa la conjetura de Tucídides, que va más allá del documento, dentro de la crítica a la democracia por parte del historiador. Relaciona, de este modo, el diálogo de Melos y el final de Hiparco con la postura antidemocrática de Tucídides, “una operación ideológica” en un período en el que se estaba fraguando la conjura de 411 a.C.

 

3. Frente al escepticismo de algunos historiadores, Canfora concede un gran valor a los discursos de Tucídides (en realidad, a la palabra como documento). “También la palabra de los protagonistas”, escribe Canfora, “es un documento, o al menos debería serlo”. A través de esos discursos se reconoce la oratoria política. La palabra, el discurso y el diálogo están muy presentes en el relato historiográfico de Tucídides porque tienen “un espacio muy grande en la vida colectiva (teatro, asamblea, tribunal” y porque, como se sabe, la escritura “es un sucedáneo marginal”. Obsesionado por este valor que concede a la palabra como documento, Canfora retoma el asunto con el caso del demagogo Atenión en la guerra de Mitrídates contra Roma en el año 86 a.C y que relata Posidonio. Es uno de esos momentos en los que Atenas vuelve a asomar la cabeza, pues en la segunda mitad del siglo IV a.C la ciudad había pasado a un segundo plano en las fuentes antiguas, en época de Filipo y Alejandro, cuando los historiadores habían dejado de escribir Helénicas y habían pasado a escribir Filípicas. El eje político se había desplazado a Macedonia. Atenas había pasado, tal como señala Canfora, a “las páginas interiores”. Pero he aquí que Posidonio recoge, en la guerra de Mitrídates, las palabras de Atenión, que Canfora considera “verdaderas”,  y, por un momento, da la sensación de que Atenas recobra su antigua vitalidad, rompiendo una lanza -Atenión- por el teatro y la asamblea después de una etapa de prolongado silencio.

 

4. Los límites temporales de la historia griega siempre han sido problemáticos y fuente de discusión para la historiografía. De los historiadores que cierran el relato en Sócrates (G. de Sanctis) o en Queronea (G. Busolt), se pasa a una visión más amplia, producto de la influencia de Droysen y de la creación del concepto de helenismo. Droysen pensaba, en concreto, que la historia griega debía ampliarse hasta la conquista de Constantinopla por los turcos en el año 1453. Pero esto conduce, evidentemente, a otro problema histórico: la relación entre centro y periferia. Canfora sugiere, en este sentido, estudiar conjuntamente la historia griega y romana a partir del helenismo, tal como intuyó Polibio y tal como señala Toynbee en Civilization on Trial, donde afirma que se debe estudiar “la historia griega y romana como un relato ininterrumpido con un decurso único e indivisible”. Si pasamos al problema cronológico de los inicios de la historia griega, es evidente que los mismos griegos eran conscientes de su juventud frente a otras civilizaciones más antiguas, como la egipcia. Heródoto, por ejemplo, remonta la historia griega a Giges. Tucídides va más allá, hasta Minos. Y Éforo, aún más lejos, llega hasta el retorno de los Heráclidas. “Su valiente tentativa”, escribe Canfora, “de mirar lo más posible hasta atrás influyó en la tradición siguiente”.

 

5. La vida en las ciudades griegas no se puede entender sin la existencia de la esclavitud. Sigue siendo todavía objeto de debate la esclavitud de los hilotas que, a veces, da la impresión de ser una relación personal entre el esclavo y el espartiata, pero que en otras ocasiones se asemeja a una servidumbre comunitaria. Otra cuestión importante, muy debatida por la falta de documentación demográfica, es el número de esclavos. Tucídides (VII, 19, 20) ofrece unas cifras que resultan problemáticas, difíciles de valorar, pues habla de una fuga de veinte mil esclavos cuando los espartanos toman Decelea. Canfora se apoya en un texto de la Suda para poner en valor la enorme cantidad de esclavos que menciona Ateneo de Náucratis, unas cifras que los historiadores siempre han considerado exageradas desde que, en el siglo XVIII, David Hume expusiese unos argumentos ciertamente razonables, en su ensayo Of the Populousness of Ancient Nations (1752), en contra de esa enorme cantidad de esclavos. Lo que no admite ninguna duda es que el carácter exclusivo y excluyente de la democracia ateniense, con un concepto muy restringido de la ciudadanía, explica “su total falta de apertura hacia los esclavos”. Precisamente, la existencia de la esclavitud ha sido una de las fisuras por donde se ha resquebrajado el mito del modelo griego. En la época de la revolución francesa, tanto Benjamin Constant como Constantin F. Volney han puesto en evidencia estas fisuras. Ahora bien, lo que no se puede cuestionar, por evidente, es que la producción literaria -no sólo en Grecia sino también en Roma-, posee unas cualidades que pueden resultar provechosas para quien pretenda descollar en el mundo de las letras: el cuidado asombroso de los detalles y la búsqueda de la belleza ideal. En este punto, la reflexión sobre el modelo griego no admite fisuras.    

 

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