sábado, 31 de enero de 2015
Crimen en la Torre de Montijo
Autor de una
amplia obra narrativa preñada de costumbrismo, el escritor murciano José María
López Conesa ha publicado recientemente Crimen
en la Torre de
Montijo (Ediciones Irreverentes, Madrid, 2013). En esta deliciosa novela el
escritor se acerca con nostalgia y humor, pero también con descarnado realismo,
al mundo de su infancia, hacia un lugar en trance de desaparecer situado en la
huerta. La Torre
de Montijo es un barrio aislado formado por una calle con unas cuantas casas,
algunas de ellas deshabitadas, un pueblo situado en el manto verde de la
huerta, un espacio alejado hasta cierto punto de Murcia, donde la vida se
repite monótonamente, los agricultores pasan el día cuidando la tierra y al
atardecer acuden a la taberna “El Quemao” -el único establecimiento de la
zona-, donde las mujeres cuidan las casas y el lugar más exótico es una casa de
prostitutas.
Con austeridad casi espartana, López Conesa describe el primitivismo de
los habitantes de la Torre
de Montijo, la vida dura y sencilla de agricultores y vendedores de leña. El
ambiente viril que preside todas las acciones se traduce en una violencia
verbal y física. Así pues, la honra de una mujer puede dar lugar a una brutal
paliza, la venganza campa a sus anchas, la homosexualidad es vista con malos
ojos y las mujeres parecen abocadas a un destino aciago (en algunos casos el
suicidio o la prostitución). Este primitivismo que envuelve a los personajes de
la novela, entre la crueldad y el humor, contrasta poderosamente con la figura
de una joven, Florita, que representa los mejores valores de la huerta, la
pureza y la sencillez. Este enfrentamiento entre el primitivismo asfixiante de
la sociedad huertana y el candor de la joven se traducen finalmente en un hecho
luctuoso sobre el cual gira la historia, a saber, la violación de Florita.
En una reciente entrevista, López Conesa se ha definido como un escritor
costumbrista. “En mis relatos”, dice el escritor, “describo personajes, hechos,
paisajes y momentos de la vida cotidiana, de la belleza de la huerta, de la
dura tarea del agricultor y he querido profundizar en los entresijos del alma
humana”. En Crimen en la Torre de Montijo, el
autor parece deambular entre las descripciones costumbristas que enriquecen el
relato (pensemos, por ejemplo, en el horno de leña comunitario o el cementerio
para renegados y suicidas), el interés por penetrar en la psicología de los
personajes y una sucesión de acontecimientos que se multiplican conforme avanza
la narración (a la violación de Florita se sucede el asesinato del violador,
por no hablar de la muerte de la mujer de Julián, el agricultor sobre el que se
mueve toda la historia, y el suicidio de la esposa del violador). Más allá de
las intrigas policíacas, que rellenan la parte final de la historia, la novela
seduce finalmente por las deliciosas notas de humor -que hacen, por ejemplo,
que unos huevos mezclados con coñac bajen “por el canal digestivo en busca del
lago estomacal”, o que alguien que ha recibido una paliza salga de
urgencias “con el cuerpo forrado como una momia”- y, sobre todo, por el
tono de tragedia que inunda la historia, el destino funesto que corren los
personajes, especialmente las mujeres, y la sensación de que estamos ante un
mundo prácticamente acabado. Por eso, acaso la pureza mancillada de la joven
Florita, más allá de una velada crítica de la sociedad huertana -pues el autor
parece moverse entre la nostalgia y el rechazo- o una descripción de la
inadaptación al ambiente viril de la huerta, no sea más que una metáfora del
fin de una época.
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Tus palabras son un dardo que ha perforado el centro de la diana, Pedro. Perfecto el glosario de mi novela. Muy agradecido.
ResponderEliminarHa sido un placer, José María. Disfruté leyendo la novela en su momento y he vuelto a disfrutar al preparar estas breves líneas.
ResponderEliminarSaludos. Notorius.
Pedro Amorós es uno de los mejores críticos de nuestro tiempo. Y de los más lúcidos.
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