sábado, 28 de febrero de 2015
Robert Louis Stevenson 2
La idea de que
el arte no puede competir con la vida, implícita en el ideario de Stevenson,
parece apuntar a un gusto por la ficción romántica y a un cierto rechazo del
realismo. De hecho, en sus Ensayos
literarios (Hiperión, 1983), el autor escocés no duda en señalar los
peligros del realismo. Deudor de la concepción romántica, que nutre sus
lecturas y evocaciones infantiles, Stevenson no soporta los excesivos detalles,
la elocuencia descriptiva y la conversación desaliñada. Atento a las cuestiones
de estilo, a la precisión en el lenguaje, se muestra partidario de un estilo
sintético.
Enemigo de la falsedad pública –tan practicada por el periodismo, y que causa
un daño atroz-, propone fidelidad a los hechos y vigor en el tratamiento.
Dotado de un espíritu elevado, noble y valeroso, las exigencias que impone al
joven escritor son de tipo intelectual y de orden moral. Sabedor de que la
actitud del artista está por encima del argumento literario, reconoce que en la
fidelidad a un ideal radica la nobleza de su existencia.
Pero más allá de los consejos,
reglas y aptitudes que regulan el arte de la escritura, los ensayos de
Stevenson brillan con luz propia cuando el escritor se detiene en pequeños
bocetos, acercamientos a personajes y lugares de la infancia, que han dejado
una huella indeleble en la memoria del autor. Seducido por las imágenes que
surgían en la noche -cuando siendo niño se acercaba, acompañado del aya, a la
ventana iluminada por una tenue luz-, Stevenson recuerda con especial cariño la
espera del momento en que las carretas, deslizándose por las calles, anunciaban
la llegada del alba. Admirando la visión de un cementerio, agitado por un estado
de melancolía, el escritor describe el contraste entre la belleza de las tumbas
y las sórdidas viviendas que sirven como telón de fondo, entre el pragmatismo
de las gentes y la silenciosa poesía de las lápidas. Pero es el trabajo y el
desvelo de las nodrizas el que más despierta la ternura poética del escritor, al
pensar en la inevitable soledad al que se ven abocadas estas desconsoladas
mujeres.
El espíritu satírico de Stevenson,
por lo demás, no descansa en los Ensayos
literarios y alcanza incluso a los narradores que más admira. La crítica
del escritor se centra en los escritores de su tiempo, de tal modo que las
narraciones de Jules Verne, sostenidas por la fábula y el misterio, presentan
unos personajes que más bien parecen marionetas o muñecos, con una total
ausencia de estilo o interés por la naturaleza humana, mientras que los últimos
cuentos de Poe, careciendo de la agudeza que esgrimía el escritor para tratar
el terreno resbaladizo que se encuentra entre la demencia y la cordura, están
llenos de artificio e imaginación rebuscada. Por no hablar de las flaquezas de
Walter Scott, quien combina el encanto de las incidencias románticas de sus
novelas con la ineptitud que manifiesta en los aspectos técnicos del estilo.
Por el contrario, Stevenson no duda en señalar –y repetir- la alegría que
siente al releer El progreso del
peregrino, de Bunyan, y la fascinación que le provoca El vizconde de Bragelonne, de Dumas, una novela repleta de sentido
común, alegría, ingenio, encanto espiritual y una reconfortante atmósfera de
melancolía.
Distanciándose de los autores populares de su tiempo –que, como en todas
las épocas, complacen al lector poco cultivado, que se contempla a sí mismo en
distintas situaciones al leer las novelas de estos escritores-, Stevenson busca
lectores genuinos, porque aunque sea osado decirlo se necesita un cierto
talento para la lectura, una dotación intelectual, una cierta gracia. El
objetivo del escritor es deleitar y enseñar. Y mantenerse fiel a un ideal. No
le vaya a ocurrir como al hombre de la fábula de Stevenson que, atrapado por la
vida, se convirtió en un tedioso banquero. Porque, efectivamente, la vida es un
encantamiento. La flauta suena dulcemente y el hombre, sin darse cuenta, cuando
menos lo espera se encuentra enredado entre la maraña de circunstancias que le
ha impuesto la sociedad. Vale.
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