martes, 31 de diciembre de 2024

La fuente de la edad

 

1. En 1986 se publica La fuente de la edad, de Luis Mateo Díez, cuatro años después de su primera novela: Las estaciones provinciales. En el prólogo, escrito para una nueva edición de la obra en 2002, el escritor define la narración con precisión quirúrgica: es “una historia”, dice, “de raíz quijotesca y resonancias míticas”. Presenta así, La fuente de la edad, como una fábula, reiterando que es “un mito, una quimera, un ideal, un camino de salvación”. Ese camino de exploración supone la búsqueda incesante de una fuente, la creación de un imaginario que cobra vida en el territorio leonés de la Omañona. En el relato, la fuente se convierte en una metáfora, que acaso funciona como una forma de evasión de la vida cotidiana y que exalta el valor de la imaginación. “Se sobrevive inventando lo que merecemos”, nos recuerda el autor en el prólogo. La fuente de la edad, novela espaciada en tres actos, podríamos decirlo así, en forma teatral, transita, a través del humor y de un poderoso dominio del lenguaje, en el terreno de la elevación, de la sublimación de la realidad. El primer acto se abre con una comida, una celebración, un ritual que, por cierto, también sirve para abrir el segundo acto de la novela. Los cofrades, esa compañía de individuos que tratan de sobrellevar la anodina realidad imaginando historias y situaciones insólitas, degustan un guiso de ancas de rana en la azotea de Chon Orallo, a la sazón uno de los miembros de la sociedad, cerca de las agujas góticas de la catedral, en una ciudad de provincias, sin duda alguna León, que se define a lo largo de la narración como una urbe romanizada, una urbe emputecida, una urbe maldita, una urbe desolada y una urbe dolorida. Un cierto regusto mitológico se combina con un aire costumbrista, de época, y, al mismo tiempo, casi irreal y muy imaginativo, tamizado de humor e ingenio. Sabemos, por ejemplo, que “la salud se esponja en la mesa y, por supuesto, en el lecho”, y también sabemos que Isis buscaba como una loca el miembro de Osiris, el “sagrado instrumento”, por un claro “interés genésico”. Una expedición se prepara, una búsqueda, siguiendo las instancias, las notas de don José María Lumajo, un sacerdote que escribió a propósito de la anhelada fuente. “Los acontecimientos de esta búsqueda”, dice Ángel Benuza, uno de los cofrades, “tienen un perímetro astrológico, una paralela cósmica”. El encuentro subsiguiente de los cofrades con los lisiados, otra peña o sociedad que adorna la ciudad, tiene lugar en el Capudre, en una taberna de la ciudad, con el humo flotando en el ambiente, mientras se come, se bebe y se cuentan historias, y ya deja entrever los “raquíticos tiempos”, los “tiempos podridos” que sobrellevan los personajes. Por la historia que se cuenta del mulo Celenque sabemos que la narración se desarrolla, aproximadamente, quince años después del final de la guerra civil. En el hontanar donde fluye la fuente del Caño Rucayo, junto a la muralla, el orador -Benuza- y el poeta -Bodes-, miembros de la familia de los cofrades, declaman y despotrican de los tiempos que viven, “tiempos emputecidos”, “tiempos de buitres y de comadrejas, donde la intransigencia y el desprecio muerden el corazón de la ciudad, el aire público se contamina con el hedor de los sicarios, con la ponzoña de las huestes del hisopo y de la soflama nacionalsindicalista”. Esta miserable circunstancia en la que se vive es la que explica, y quizá justifica, a fin de cuentas, el sueño dorado, la necesidad de la utopía, el camino de la aventura hacia la fuente de la edad. Los espacios de la ciudad resultan muy significativos y contribuyen a dar un aire de época a la historia: la azotea donde se reúnen los cofrades, la posada donde se juntan los lisiados, la cuadra donde vive prisionero y fallece el mulo Celenque, la fuente del Rucayo, el almacén del chamarilero, el piso donde se encuentra el baúl de don José María Lumajo y la casa de prostitutas de Emilia la Cordera. El humor brota en escenas costumbristas que tienen un cierto grado de extrañeza: la cena con ancas de rana, el cuadro que retrata a los lisiados, el enfrentamiento matrimonial en casa del chamarilero, el robo del baúl y la caza del gamusino. La urbe romanizada está, en definitiva, plagada de personajes pintorescos, como Publio Andarraso, el oráculo, la esfinge, que se expresa en rimado y pareado, pero también hay borrachos pululando en la noche, que beben para sobrellevar la vida, porque “no está para otra cosa que para vivirla escondida, por el recodo y la esquina y la calleja. Nocturna y solapada, con esta única libertad estrafalaria y beoda”.

2. El segundo acto de la novela se inicia con una comida. Los cofrades se solazan en la casona de Aquilino, en pleno campo leonés, mientras debaten sobre la expedición que se anuncia. El Locus Nemoroso, el lugar donde se encuentra la fuente de la edad, se intuye a través de dos textos escritos por don José María Lumajo: las Excursiones arqueológicas y el Diario de la Omañona. La búsqueda de la fuente es como la búsqueda del santo grial, algo también imaginado o soñado, algo que adquiere sentido en el camino, en la peregrinación: “un brillo diminuto de manantial pureza”. Conviene tener en cuenta, también, que las tradiciones en la Omañona sobre el presbítero y la dichosa fuente se han generalizado, hasta el punto de confundirse la realidad y el deseo, la historia y la ficción. Las historias de Rutilio, el pastor, por ejemplo, certifican la existencia de la fuente milagrosa, que ha trastornado al presbítero, que ha provocado su locura. Estas historias se presentan como narraciones que ya transmite la tradición oral. Por lo demás, la expedición por la Omañona se asemeja a un viaje iniciático. Mateo Díez recoge, en ese viaje, historias del campo leonés, de la tradición oral, que va engarzando en la narración. Los personajes que en el viaje van surgiendo y los episodios que se suceden en la narración remedan la tradición cervantina, como ese hidalgo, que no es hidalgo, que inventa su pasado y que atesora un caserón medio derruido en un poblado casi abandonado; o como esa moza galana y triscadora que surge en la medianoche; o como ese pastor que ha encontrado la libertad deseada en la soledad controlada del bosque y que es la imagen viva de un mundo primitivo en donde todo es posible, como el hecho mismo de que el pastor viva en una cueva con las que considera su mujer y sus nueve hijas, a la sazón cabras; o como ese fraile tronado, Fray Priscilo, que vive en una ermita derruida, un misionero que ha perdido la cabeza y que tras años en la Amazonía transita por los montes de León. El caso es que el trayecto de los cofrades se va enmarañando cada vez más en un mundo primitivo, cerrado y extraño. El bosque es el jardín cerrado de manantial sereno. Perdidos en ese bosque dos de los expedicionarios, Ángel Benuza y Chon Orallo, encuentran, o creen haber encontrado, por azar, finalmente, las aguas virtuosas, la gloriosa fuente de la edad y de la vida, en una cueva situada en un alto desfiladero. Protegidos de la lluvia e impulsados por la fuerza del momento, por el encuentro de la fuente, los dos amantes, al beber de las aguas cristalinas, consuman todo el eros acumulado en su interior. Pero la realidad es que el desánimo ha mecho mella en los expedicionarios y se camina ya por inercia, con la idea de llegar al final del trayecto, igual que ocurre en la vida a partir de un determinado momento. El desencanto y la melancolía acompañan a los cofrades. Más aún cuando, una vez alcanzado ese final de trayecto, comprenden que todo el viaje ha sido propiciado por una fatídica broma gestada por sus enemigos irreconciliables en la ciudad.

3. El tercer acto de la novela se desarrolla de nuevo en la ciudad, en el contexto del frío invernal. La trama se centra en la venganza que proyectan los cofrades. El ambiente gélido, invernal, recorre cada una de las páginas de la novela, salpicando la vida de los personajes. La muerte también se presenta con el suicidio de Eloy Sesma, el escritor integrado en el grupo de los lisiados, anticipando los hechos luctuosos del final de la historia. Un aire de melancolía, teñido de dolor, lo impregna todo. Paco Bodes se ve obligado a pedir un favor a su exmujer, Ángel Benuza trata de buscar refugio en Chon Orallo. La vida aprieta a los cofrades. Se han celebrado unas justas poéticas organizadas por el casino y los grandes señores de la ciudad. El vencedor en las justas ha sido Paco Bodes, lo que supone una afrenta para los altos dignatarios, los enemigos irreconciliables de los cofrades. En realidad, las justas poéticas son tan sólo un escaparate en el que se dirime la venganza y se manifiesta el dolor en todo su esplendor, el dolor de un tiempo y una vida rotos. La historia adquiere un tono más agrio, como si los personajes se presentasen ahora tal como son, con acritud. La celebración, en el casino, de la ceremonia en honor del vencedor en las justas poéticas es, más allá del tono irónico de la burla y de la venganza de los cofrades, una muestra evidente de lo que pretende ser una época, con sus oropeles y sus distinciones de clase bien evidentes. Cierto es que, entre el humor y la amargura, surgen ciertas reflexiones relacionadas con la poesía, con el valor que atesora, como “un lenguaje secreto que no admite ostentación ni retórica”, pero todo se resuelve en la descripción de una fiesta que es el fiel reflejo de una urbe emputecida. El odio de los cofrades se palpa en la fiesta, en el ambiente, porque, más allá del fracaso en el viaje en busca de la fuente de la edad, emergen las rivalidades y los enfrentamientos que aletean en la ciudad. El brebaje que ha preparado don Florín, el jefe del clan de los cofrades, causa un efecto devastador, dinamitando la fiesta -y la novela podría decirse-. La ponzoña, mezclada con la bebida, desata la orgía y el desvarío, como si todas las fuerzas de la naturaleza, reprimidas, se desataran con violencia y furor. La nieve cae sobre la ciudad, cubriendo con su manto la urbe. La desvariada joven que tiene por nombre Dorina se lanza al vacío desde una azotea, pero antes, en su canto, ha dejado el sello impreso de la muerte: “Oíd, hermanitos / la hora es llegada, / el mundo se acaba / según está escrito”.                                                    

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