viernes, 31 de enero de 2025

Los muertos

 

1. James Joyce escribe en 1905 todos los relatos integrados en Dublineses (1914), excepto el más largo, Los muertos, escrito en los meses de verano de 1907, mientras sufre un ataque de fiebre reumática. Quizá el agotamiento provocado por esta enfermedad haya podido influir en la sensación de acabamiento, de continuo desfallecimiento que impregna Los muertos (Navona Editorial, 2021). Joyce escribe sobre Dublín desde fuera de Irlanda, sublimando los recuerdos y aferrado a la melancolía. Ha decidido situarse en el terreno del rito, de la tradición. Nieva sobre Dublín. Se celebra el baile anual de las señoritas Morkan: las ancianas Julia y Kate. Parientes y viejos conocidos de la familia acuden a la fiesta, pero también jóvenes estudiantes, miembros del coro de Julia. El rito del baile viene acompañado de canciones tradicionales y de un discurso preparado para la ocasión que debe ofrecer Gabriel Conroy, sobrino de las anfitrionas, un hombre culto que ejerce como profesor y que escribe reseñas literarias en un periódico. Toda la historia está tamizada por los recuerdos. La canción que canta la tía Julia, Arrayed for the bridal, es de otra época y nos habla de gente de otra época, como la propia tía Julia. Por eso, el discurso de Gabriel, que tiene lugar una vez ha terminado la cena, contiene una alusión a la generación que se va, llena de hospitalidad, humor y humanidad, rasgos que, evidentemente, asocia con sus tías, las señoritas Morkan. Después, en claro contraste con este mundo, Gabriel habla de la nueva generación, con nuevas ideas y principios, pero carente en cierta medida de la antigua generosidad. Se expresa de tal forma, además, que parece ligado al pasado, como si él tampoco perteneciese a esa nueva generación. Jugando con estos contrastes, con este conflicto generacional, da la impresión de que Joyce observa con cierta melancolía este mundo que se desvanece, mientras otra generación se apodera de la escena, y sorprendente es, en todo caso, la sutileza con la que el joven escritor irlandés se apropia de un tema que parece más bien pensado para un escritor maduro, de mayor edad y con un mayor cúmulo de vivencias. La melancolía del discurso, en todo caso, anticipa el final de la historia y nos sitúa en otra dimensión. “Nuestro paso por la vida está sembrado de afligidas evocaciones”, apunta Gabriel en el discurso, “y si nos detuviésemos a cavilar melancólicamente sobre ellas, no encontraríamos el coraje necesario para proseguir con nuestras tareas entre los vivos”.   

2. En el escenario tradicional en el que se desarrolla la trama de Los muertos, en el que todo parece medido y acompasado, van surgiendo leves notas discordantes que puntean la narración: el sentimiento nacionalista irlandés que atesora una joven patriótica, la señorita Ivors, y una historia de amor que emerge del pasado impulsada por una canción. Precisamente, la presencia de la señorita Ivors en el baile sirve para poner de relieve los nuevos aires que corren por Dublín, el sentimiento nacionalista que emerge frente al carácter “inglesito” de gente como Gabriel. Por eso, antes de la cena y el discurso posterior, la señorita Ivors se marcha a casa, porque es ajena al ritual, o al menos se muestra tan desapegada de esta costumbre que da la sensación de alejarse en cierta medida de la tradición. En la despedida de la fiesta, mientras continúan las bromas, se escucha una nueva canción, The Lass of Aughrim, que actúa como desencadenante del final de la historia, del final de todo, en definitiva. La emoción desborda a Gretta, la mujer de Gabriel, porque, de repente, siente el retorno del pasado con una extraordinaria fuerza. Su esposo permanece ajeno a estos sentimientos, porque en el trayecto hacia el hotel, primero a pie, en un hermoso paseo bajo la nieve a lo largo de río, y luego en coche de caballos, su corazón está colmado por una especie de excitación, de pasión: desea fervientemente poseer a su mujer. Gretta, sin embargo, proyecta sus pensamientos hacia el pasado, piensa en el joven Michael Furey, porque la canción The Lass of Aughrim le ha recordado al joven de diecisiete años que paseaba con ella por las tierras de Galway, aquel joven que la esperaba en medio de la lluvia, junto a un árbol, y que le decía que ya no quería vivir. Al conocer esta vieja historia de amor, una especie de piedad se apodera de Gabriel, sabedor de que jamás ha vivido un amor de una intensidad semejante. Es entonces, escribe Joyce, contemplando el rostro cansado de su mujer mientras duerme, cuando “pensó en cómo ella, tendida a su lado, había guardado en su corazón durante tantos años la expresión de los ojos de su novio cuando él le dijo que no quería seguir viviendo”. En efecto, Michael Furey estaba allí, en medio de la lluvia, junto a un árbol, porque sabía que se estaba muriendo y quería despedirse de Gretta. También Gabriel, arrebatado por la piedad que le ha inspirado la historia, parece adentrarse en la región de los muertos, intuye la muerte de la tía Julia, intuye su propia muerte, intuye la muerte de todos. El alma de Gabriel Conroy, sin duda alguna, desfallecía. 

 

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