lunes, 31 de mayo de 2010

Jesús de Nazaret


Hace aproximadamente dos semanas, mientras preparaba un texto sobre Vivant Denon, me asaltó por sorpresa una llamada telefónica del profesor de teología Pérez Andreo, invitándome a participar en la presentación de su segundo libro, un ensayo que respondía a un título llamativo, Descodificando a Jesús de Nazaret. Debo decir que el título me resultó familiar desde un primer momento. Las piezas empezaron a encajar cuando el autor me comentó que había conseguido el apoyo del editor (a la sazón editor de mis últimos libros) Miguel Ángel de Rus para la publicación de la obra en Ediciones Irreverentes. Debo decir también que el mismo título del ensayo me producía ciertas reticencias. La palabra descodificar nunca me ha seducido. Por lo demás, debo añadir que no soy un especialista en teología ni en cristología.
Pocos días después, en animada conversación literaria, Pérez Andreo me explicaba en términos generales el objetivo de su libro. La idea era presentar a Jesús como un campesino judío, marginal y alternativo. Esta última palabra, alternativo, representaba la auténtica novedad de su propuesta: Jesús planteaba a través de su vida, su obra y su predicación un modelo alternativo a la estructura política, social y económica del imperio romano, pero también al modelo familiar y social que representaba la comunidad judía, de modo que, por ejemplo, los milagros y las parábolas del Nuevo Testamento debían ser entendidos desde esta perspectiva. Además, Pérez Andreo me comentaba que había intentado humanizar la figura de Jesús, ofreciendo una perspectiva, en la medida de lo posible, histórica y real, un poco en la línea de las sucesivas búsquedas del Jesús histórico que se encuentran en las investigaciones de los últimos decenios. Para ello se había servido de la nueva hermenéutica histórica -recurriendo por tanto a las aportaciones de la arqueología, la antropología cultural o la sociología entre otras ciencias- y de una nueva aproximación a los textos evangélicos desde la perspectiva y las categorías del mundo antiguo.
La verdad es que al empezar la lectura del libro uno se topa enseguida, en la introducción, con la siguiente frase: “La divinidad de Jesús nos llega a través de su humanidad, no mediante la negación de ésta”. Y poco más adelante se insiste en la idea de descodificar el mundo antiguo, es decir, conocer su contexto para comprender los textos. Por eso, toda la primera parte del ensayo está dedicada a establecer generalizaciones sobre el mundo antiguo a partir de una serie de modelos, pues según el autor “todo lo que tenemos para analizar la antigüedad son modelos”. En este sentido, la idea que se defiende en el texto es que el rasgo que identifica al mundo antiguo es el desarrollo de los imperios, lo que da lugar a un sistema lleno de desigualdades sociales, con una monarquía fuerte y una religión (culto, rito y mito) controlada por el poder y la casta sacerdotal (un esquema o sistema que evidentemente no resulta válido, por ejemplo, para la Grecia antigua hasta la época de Alejandro). La máxima expresión y la culminación de esa idea de imperio plagado de injusticias sociales es, sin duda, el imperio romano, de modo tal que el estudio de la sociedad romana a partir de una serie de modelos y teorías explicativos sirve a Pérez Andreo para describir cómo la Roma antigua llevó a cabo el dominio y la expoliación de todo un conjunto de territorios en beneficio de una élite y en perjuicio de una mayoría excluida y oprimida (un sistema altamente perfeccionado a partir de Augusto que el autor considera el inicio de lo que hoy se entiende como globalización). La famosa pax romana debería ser considerada, pues, como un “cierre del discurso, algo así como el pensamiento único”. Por lo demás, el cuadro socio-económico en Palestina, incluida Galilea, es similar al del resto de territorios del imperio romano, hasta el punto de que Pérez Andreo afirma que las circunstancias adversas que se viven en la zona permitirían comprender el ambiente convulso y las posteriores revueltas judías. Para recalcar esta idea, el autor recuerda la insistencia de los textos evangélicos en el tema de las deudas de los campesinos. Este cuadro desfavorable de la situación de la mayoría de la población en Palestina se completa remarcando la importancia que tiene el concepto de comunidad en el mundo judío.
La segunda parte del ensayo se inicia con un estudio de la cristología pues la intención del autor es mostrar cómo se ha ido produciendo un progresivo alejamiento de los textos evangélicos y la introducción, al mismo tiempo, de nuevos conceptos (como es el caso de la preexistencia), sobre todo al hilo de la influencia del gnosticismo. A partir de Nicea, en el año 325, “la concepción de Dios hecho hombre”, escribe el autor, “se antepone al relato evangélico, la hermenéutica griega antecede al relato semítico”. El objetivo que se propone Pérez Andreo, por tanto, es dar una visión del Jesús histórico y real a partir de un acercamiento directo –sin interferencias- a los textos evangélicos. Es así como, por ejemplo, establece la posible cronología de la vida y muerte de Jesús, nos informa sobre las enseñanzas familiares que debió recibir dentro de la tradición judía, y sitúa al personaje dentro del contexto de las comunidades judías de la época y en el ámbito de los movimientos proféticos (como es el caso de Juan el Bautista), aunque siempre marcando las particularidades de su predicación. “El movimiento de Jesús”, leemos en el texto, “se caracteriza por una fuerte tendencia integradora hacia afuera y hacia dentro del propio judaísmo”.
Basándose en los restos arqueológicos, Pérez Andreo define Nazaret como “una aldea pequeña, humilde, campesina y devota judía”. Jesús debió ser, pues, en principio un campesino de la zona sur de Galilea que malvivía con su trabajo al igual que la mayor parte de la población. Ahora bien, en los evangelios el vocablo tekton (artesano, carpintero) aparece en dos ocasiones vinculado a la figura de Jesús. La idea que propone el autor es que Jesús ejerció como artesano, en el sentido más amplio de la palabra, seguramente en la ciudad de Séforis -situada a 5 kilómetros de Nazaret-, fundada en tiempos de Herodes Antipas. Esto nos conduce directamente al posible grado de influencia que pudo ejercer la nueva ciudad –Séforis- y su cultura greco-helenística en la mentalidad del profeta. Por otro lado, al definir a Jesús como un judío marginal se menciona, en primer lugar, el abandono del núcleo familiar y de la estructura patriarcal, hecho verdaderamente significativo en la vida del profeta, pues lo que pretende es fundar una nueva familia en el reino de Dios, una nueva familia social en la que se integren los marginados de la sociedad. También se expresa la marginalidad de Jesús a través de los milagros, que son interpretados por el autor no solamente como la curación de una enfermedad sino también como la sanación de un mal que se encuentra en la misma sociedad. “Esta sanación”, escribe el autor, “necesita de la modificación de las estructuras políticas y sociales”. La interpretación de las parábolas que ofrece Pérez Andreo opera en el mismo sentido: Jesús propone a través de ellas un modelo familiar y social alejado de la familia tradicional judía y de la sociedad patriarcal. En definitiva, tal como se nos recuerda en el texto, la marginalidad de Jesús es una “opción consciente por constituir un nuevo orden social, político, económico e histórico al que llama Reino de Dios, entendido como un grupo familiar marginal y alternativo donde caben los marginados sociales por imposición o por opción personal”.

El proyecto histórico de Jesús (así lo define el autor) supone una visión alternativa de la religión y de la sociedad, y cristaliza en un nuevo modelo de comensalía en el que no hay diferencias sociales –los excluidos son aceptados y los fariseos son obligados a bajar de su pedestal-, y en una acción profética que tiene como objeto la predicación del reino de Dios. Esta expresión, tomada de las escrituras, se llena de contenido en el proyecto de Jesús, es, en palabras del autor, “el símbolo utilizado por Jesús para significar la alternativa política y social al orden del imperio romano y sus secuaces entre los judíos”. Además, este reino de Dios se manifiesta ya presente en la nueva familia, en el nuevo orden planteado por Jesús, “un mundo de solidaridad entre los pobres y los excluidos sociales”. Jesús deja atrás Nazaret, abandona a su familia, se aleja de la tradición judía ortodoxa y se automargina entre los pobres. Nace la utopía. Quisiera recordar, para acabar, que en todos los grandes hombres que en el mundo han sido, desde Platón a Tomás Moro, la utopía tiene como objetivo alimentar la esperanza del ser humano.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Vivant Denon

Los encuentros con los libros –y con los escritores- son a veces inesperados. Un Fragonard en una portada puede ser como una ventana abierta al mundo, una visión que te incita a acariciar el libro que tienes en tus manos y que te impulsa a la lectura. Un Fragonard me ha conducido a Vivant Denon y su mundo. Y es que ediciones Atalanta ha tenido la feliz idea de editar Point de lendemain (Sin mañana en la traducción española de Anne-Hélène Suárez Girard), el único relato de ficción escrito por Denon, acompañado de unos fragmentos de su narración del Viaje al Bajo y Alto Egipto durante las campañas del general Bonaparte. El volumen, no cabe duda, ha sido un descubrimiento feliz, que viene acompañado -por si fuera poco lo anteriormente mencionado- de una “noticia histórica” de Anatole France y de una pequeña biografía de François Bory.
A lo que parece, Denon era un gran contador de historias y Luis XV, en cualquier ocasión, le decía “contádnoslo, Denon”. Poseía una gran capacidad de observación, lo que le facultó, junto a sus estudios, para adquirir una gran cantidad de conocimientos. Habiendo abandonado la literatura con la publicación de Sin mañana y dejándose llevar por una larga aventura en Egipto, el reconocimiento tardío de su talento literario ha permitido a algunas mentes imaginativas establecer ciertos paralelismos entre la vida de Denon y Rimbaud. El caso es que en 1777, a la edad de treinta años, publica de forma anónima, para un círculo reducido de amigos, un cuento erótico titulado Sin mañana. Debo confesar que mientras leía el texto -las andanzas nocturnas de una pareja de amantes- tenía, a modo de intuición, otra historia rondándome por la cabeza. Sólo algún tiempo después he comprendido que esa historia era Les amants, del gran cineasta Louis Malle. Sostenidos por la noche -y la brillante imaginación del escritor-, los amantes –el narrador del cuento, acaso un trasunto del propio Denon, y la señora de T…- transitan por los misterios del amor en una suerte de viaje iniciático que culmina en una especie de refugio en el que literalmente es introducido el amante. “Todo aquello”, escribe Denon, “tenía aires de iniciación. Me hizo recorrer un pequeño pasillo oscuro, conduciéndome de la mano. Mi corazón palpitaba como el de un joven prosélito a quien se hace pasar por diversas pruebas antes de la celebración de los misterios…”. En el santuario de Eros, el amante es conducido a una gruta donde se celebran los misterios y donde es finalmente coronado. Al llegar la mañana, sin embargo, todo parece retornar a la normalidad. “Todo se desvaneció con la misma rapidez con la que el despertar destruye un sueño”, leemos en el texto. La marquesa de T… vuelve con su marido y se despide de su joven amante con estas dulces palabras: “Adiós, señor; os debo muchos placeres; y yo os he pagado con un hermoso sueño”. En esta historia sin moraleja, que más bien se asemeja a un divertimento, el amante se ha quedado compuesto y sin dama, pero se ha tornado, después de la experiencia, acaso “más tierno, más delicado y más sensible”. Los lectores de Sin mañana experimentan quizá los mismos sentimientos y afectos que el protagonista, y se despiertan –al final del relato- después de haber tenido la sensación de estar en una nebulosa, experimentando un extraño sueño.
Tras este majestuoso relato, el lector se encuentra de pronto, en el volumen preparado por Ediciones Atalanta, con las andanzas de Denon por Egipto, contadas con un cierto aire prosaico y ribeteadas con algunas perlas literarias (“insulsos y precisos, aunque de vez en cuando se vea llamear en ellos la lava bajo las cenizas”, escribe François Bory a propósito de los informes de viajes). Amigo del pintor David y del general Bonaparte, la verdadera ilusión de Denon, que ya tiene más de cincuenta años, es el viaje a Egipto: “Me palpitaba el corazón sin que lograra darme cuenta de si era de alegría o de tristeza. Erraba, evitaba la vida social, me agitaba sin objeto, no era capaz de prever ni de reunir nada de lo que me haría falta en un país tan desprovisto de recursos”. Formando parte de la expedición científica que viaja a Egipto con el ejército napoleónico en 1798, Denon actúa como dibujante y, al mismo tiempo, como arqueólogo, narrador de costumbres, contador de historias, haciendo gala en todo momento de un espíritu aventurero. La narración está, pues, salpicada de leyendas y pequeñas anécdotas que tratan de agilizar y amenizar el relato, como cuando Denon cuenta cómo es perseguido por una jauría de perros, en plena noche, por las calles de Alejandría, hasta el punto de considerar a estos animales como la sexta y más terrible plaga de Egipto; o como cuando menciona la leyenda de santa Catalina la Sabia -a propósito de unas ruinas rojizas-, que, según los católicos, se casó con Jesús cuatrocientos años después de su muerte; o como cuando reproduce una famosa frase de Bonaparte, convertida en sabiduría popular, pues el general, señalando las pirámides, se había dirigido a su ejército en estos términos: “Id, y pensad que desde lo alto de estos monumentos cuarenta siglos nos observan”; o como cuando narra la historia del oficial francés que convive varios meses con un jefe árabe y se establece una amistad fraternal entre ambos hasta el punto de que, cuando la caballería francesa entra en el campamento árabe y lo destruye, el jefe, aislado y sin recursos, le da la mitad de un trozo de pan a su prisionero y le dice: “No sé cuándo comeremos otro. Pero no se me acusará de no haber compartido el último con el amigo que me he hecho”.
Denon realiza constantes indagaciones arqueológicas y razonamientos sobre los objetos y las construcciones que va encontrando a su paso, deduciendo, por ejemplo, que la denominada columna de Pompeyo -cuyo nombre ha sido consagrado por la tradición a partir del siglo XV- está formada por materiales de diversas épocas, con un origen difuso, y distinguiendo entre los restos de la vieja Roseta (Rachid) y la nueva ciudad con el mismo nombre. También describe los avatares del ejército napoleónico, el avance a través del desierto, cómo los pueblos quedan desiertos al paso de los soldados franceses y cómo los habitantes indígenas se llevan los alimentos del territorio. Es frecuente que el autor cierre una farragosa descripción con una digresión, en ocasiones para rebajar el tono violento del relato de una batalla. Al presentar a Napoleón como un héroe que conquista un imperio tras la victoria contra los mamelucos en la batalla de las pirámides, Denon termina la descripción de la lucha con una referencia a la naturaleza: “En esta grandiosa y terrible escena, que tan importantes resultados tendría, el polvo y el humo apenas enturbiaban la parte más baja de la atmósfera. El astro diurno, rodando por un horizonte inmenso, llegaba apacible al final de su trayecto: sublime manifestación del orden inmutable de la naturaleza, dispuesto por decretos eternos en la calma silenciosa que la hace todavía más imponente”. De igual modo, al relatar la retirada de los mamelucos, Denon imagina, demostrando una gran maestría literaria, la muerte solitaria en el desierto: “Imagine el lector la suerte de un desdichado, jadeante de cansancio y de sed, con la garganta seca, respirando con dificultad un aire ardiente que lo devora. Espera que un instante de reposo le devolverá sus fuerzas. Se detiene, ve alejarse a los que han sido sus compañeros y cuya ayuda solicita en vano… La caravana ha pasado Ya no es para él más que una línea ondulante en el espacio; poco después, sólo es un punto, y ese punto se desvanece. Es el último fulgor de la luz que se apaga…Ya sólo oye sus suspiros. Lo que le queda de existencia pertenece a la muerte. Solo, completamente solo en el mundo, va a morir sin que la esperanza acuda un solo instante a sentarse junto a su lecho de muerte”.


En definitiva, la variedad de los elementos que nos presenta el relato de Denon es inmensa. Ofrece notas antropológicas sobre los árabes beduinos, sometidos primero a la tiranía de los mamelucos y luego a la rapiña de los franceses, sobre su forma de vida, su carácter (una mezcla de pereza e independencia), sus costumbres, su falta de prejuicios religiosos y sus principios; dedica algunas líneas a explicaciones de tipo geográfico tratando de justificar, por ejemplo, los cambios experimentados por el delta del Nilo; describe las riquezas (trigo, arroz, azúcar, rebaños de bueyes y carneros) y las miserias (arenas ardientes, un sol implacable, calor, pulgas) de Egipto; no tiene ningún reparo en recordar que la grandeza de las pirámides es el resultado de la soberbia despótica y el estúpido fanatismo, o que el ejército francés comete numerosa tropelías e iniquidades (fusilamientos, saqueos, impuestos); se detiene en detalles o aspectos que a veces pasan desapercibidos, como el alto grado de perfección de la Esfinge (cuando el observador cotidiano sólo se fija en las enormes dimensiones del monumento) o los obeliscos y las puertas exteriores de Karnak (cuando lo que generalmente llama la atención es el gigantismo del templo); intenta aclarar las épocas y la cronología de las artes a partir de los restos de Tebas; intuye costumbres de tipo urbano al recordar que todas las grandes ciudades de una orilla del Nilo tienen en la otra ribera una pequeña ciudad o puerto para favorecer el comercio; sorprende al considerar el templo de Apolinópolis, en Edfú, el más bello de Egipto y de una “arquitectura más perfeccionada que en los edificios de Tebas”; reflexiona sobre la conexión entre el arte y el espacio en el que se desarrolla, como cuando relaciona la severidad y la grandiosidad de los colosos de Memnón con la arquitectura en la que se enmarca; y, finalmente, se hace eco de las fuentes antiguas (Estrabón, León el Africano, Herodoto, Diodoro), en ocasiones ratificando su autoridad, en ocasiones con cierta ironía.
Obsesionado con dibujar y describir el mundo que le rodea, únicos aspectos que le interesan del viaje a Egipto, Denon maldice a los militares que le obligan a dejar inacabados la mayoría de sus trabajos e investigaciones para correr en pos del enemigo. Al hablar de Karnak, Denon, admirado, escribe lo que sigue: “…para hacerse realmente una idea de toda esa magnificencia, [el lector] debe creer que sueña al leerlo, porque uno cree soñar al verlo”. Al leer Sin mañana, el volumen preparado por Ediciones Atalanta, el lector sueña lo que Denon ha visto en Egipto y lo que ha imaginado que existe en una habitación donde reposa la estatua de Eros. Y, mientras sueña con Egipto y con esa habitación, el lector tiene una visión que jamás olvidará.