miércoles, 30 de mayo de 2012

Giacomo Leopardi


La editorial Renacimiento ha publicado recientemente una selección de los Pensamientos de Leopardi con el sugerente título de Mi vida sin esperanza. Nacido para el sufrimiento, el poeta se muestra en estas páginas obsesionado con realizar en esta vida alguna empresa grande que le reporte la gloria literaria. Encerrado en la biblioteca de su padre, pasa horas y horas dedicado al estudio con el único fin de alcanzar la fama. Lector esforzado, Leopardi se plantea la lectura como único placer, como obligación con el fin de aprender. Habituado a vivir aislado y en soledad, el poeta considera la vida tranquila, metódica e inactiva como la más feliz. Embriagado por el primer amor, se manifiesta inclinado a la melancolía, al silencio y a la meditación, al tiempo que se muestra “enemigo de toda cursi novelería” en la narración de sus sentimientos. Atrapado por una constante sensación de muerte, de acabamiento, que se pone en evidencia en su delicada salud, Leopardi siente un horrible miedo al olvido y a la muerte absoluta. Arrastrado por los sentimientos y afecciones vinculados a la literatura, la lectura del Werther le sugiere la idea del suicidio. Atravesado intensamente por las vivencias amorosas, siente que “el amor es la vida y el principio unificador de la naturaleza". Preocupado por el porvenir y el futuro, comprende que la máxima felicidad posible se encuentra alcanzando un cierto estado de serenidad. 


Dotado de una extraña capacidad para adueñarse de un estilo, para la imitación, sólo con el paso del tiempo, Leopardi, según el mismo nos cuenta, alcanza la originalidad. Iluminado por un espíritu exaltadamente poético, considera la desesperación resignada el último paso del hombre sensible. Enfermo de la vista en 1819, cuando cuenta tan sólo veintiún años, experimenta un cambio, lo que denomina el paso de un estado antiguo a un estado moderno, el paso de la poesía  a la filosofía. Consternado, Leopardi siente que vive en un siglo filosófico y apoético donde se han perdido las ilusiones y las pasiones, y donde el poeta se ve obligado a usar los moldes antiguos, el lenguaje, el estilo y las maneras antiguas. Abatido, comprende que la felicidad de la niñez se pierde por la necesidad de que el hombre sea culto y civilizado. Rebelándose en ocasiones ante la necesidad, la fatalidad y la infelicidad, el poeta descarga el odio contra sí mismo (surgiendo en el horizonte la idea de suicidio) y contra los dioses. Poeta de la naturaleza, Leopardi dedica algunos pasajes de Mi vida sin esperanza a exaltar la belleza de la tierra y los campos. Poeta de la melancolía, compara la poesía de su siglo, melancólica, con la de los antiguos, solemne y alegre. Nostálgico, se encariña de un lugar cuando ha pasado el tiempo suficiente para adquirir recuerdos de ese lugar. Cansado prematuramente, se considera a los veintisiete años un hombre viejo. Reconociendo la imposibilidad de la felicidad propia, Leopardi vuelca la necesidad de la esperanza en la felicidad ajena, pues el alma debe vivir en los demás. Enternecido el corazón del poeta por el sentimiento de fraternidad, vive intensamente el dolor por la partida definitiva de cualquier persona conocida, alguien que posiblemente no volverá a ver o alguien que ha muerto. Comprensivo con los espíritus superiores y geniales, el poeta acaso se creía –con toda razón- uno de ellos.