viernes, 31 de julio de 2015

Platónica 6

En el ensayo Sobre los mitos platónicos (Barcelona, Herder, 1984), el filósofo alemán Josep Pieper se plantea si el mito es una especie de didáctica, de poetización, una forma especial de alcanzar y exponer la verdad. Aun teniendo en cuenta la riqueza semántica que la palabra mythos presenta en el corpus platónico, Pieper es capaz de distinguir en el mito una serie de elementos característicos: es una narración sobre un suceso entre la esfera divina y humana, emplea un lenguaje simbólico y el narrador no es expresamente su autor. Dejando aparte cualquier posible discusión sobre estos rasgos específicos del mito, se nos antoja que el último aspecto señalado por el filósofo alemán es el más interesante, pues hace hincapié en el carácter oral del mito. Platón nunca asume la autoría de un mito: “No habla como testigo presencial, sino como el que transmite lo que ha recibido por tradición”. La pregunta que surge al instante es si Platón emplea este recurso para conceder autoridad a lo que está contando o simplemente hay que pensar, como hace Pieper, que Platón no es un “forjador de mitos”, sino tan sólo un “pos-narrador”, un transmisor de los mitos cuya originalidad reside en “su genial fuerza lingüística”.
            Siguiendo los criterios establecidos para la definición de mythos, Josef Pieper excluye de la categoría de mito a una gran cantidad de historias que se desarrollan en los diálogos platónicos: los denominados “mitos alegóricos”, el “mito artístico”, las comparaciones y las metáforas, las parábolas. De este modo, Pieper reduce el mito a una serie de narraciones concretas: el relato sobre la creación del mundo en el Timeo, el relato de Aristófanes en el Banquete, y los mitos escatológicos al final del Gorgias, de la República, y el Fedón. Esta visión reduccionista del mito, que insiste sobre todo –no por casualidad- en las narraciones escatológicas sobre el más allá, no le impide al filósofo alemán reconocer que los diálogos están impregnados de fragmentos míticos y que los propios mitos están salteados por elementos extraños que no tienen un carácter mítico. Esta “impureza” o “mezcla” es “al parecer inevitable” en el entramado del mito. 
            Obsesionado con la cuestión de la verdad –en este caso encerrada en los mitos-, Pieper observa que este problema está matizado y condicionado por las propias creencias del intérprete moderno. De ahí que se impongan categorías como fábula o juego para referirse al mito. La tesis de Pieper es que Platón “acepta el mito como una forma de la verdad y que personalmente cree en esa verdad”. Ahora bien, Platón opone la tradición sagrada y los mitos narrados por él mismo –la expresión es del propio autor- a la impiedad de los mitos homéricos y hesiódicos. La crítica platónica a la doctrina homérica de los dioses se encuadra dentro de una tradición filosófica que incluye a Jenófanes y Heráclito. Platón venera a Homero, pero ama aún más la verdad. Ésta es la pieza clave en toda la argumentación de Pieper. Y además, esta creencia en la verdad de los mitos, es decir, lo que Pieper entiende por mito, se convierte en un acto de fe. Por eso, al final del libro, el pensador alemán vuelve al tema ya sugerido en las primeras páginas, y que se intuía de forma meridiana. ¿Por qué Platón no es un forjador de mitos? Porque los mitos son transmitidos de forma oral, ex akoes, por “los antiguos”, pero éstos, en vez de reflejar el origen primitivo de una tradición oral, en la interpretación de Pieper son el conducto por el que se expresa una “fuente divina”, o lo que es lo mismo, la forma en que se manifiesta “el concepto de revelación primitiva”. Finalmente salimos de dudas y comprobamos que la verdad a la que se refiere Pieper es la de la teología cristiana por lo que es lícito pensar que cuando Platón se opone a las historias antropomórficas de dioses en realidad acaso está pensando en un nuevo concepto de Dios, y que con ello está transmitiendo “el patrón del mito verdadero” e incorporando “la tradición sagrada del mito como un elemento y hasta quizá como el acto supremo del quehacer filosófico”. Con qué sutileza la creencia en los mitos platónicos se convierte en un acto de fe en el mito verdadero.