domingo, 31 de diciembre de 2023

La sumisa

 

1. En la “aclaración preliminar” a La sumisa (Galaxia Gutenberg, 2022), relato fantástico de Fiódor Dostoievski publicado en 1876, el autor anticipa lo que nos vamos a encontrar: un relato “real en alto grado”, pero al mismo tiempo “fantástico” porque el narrador de la historia emplea un artificio literario: un monólogo dirigido a sí mismo para tratar de explicar las circunstancias en que se ha suicidado su mujer. Divagando de una forma evidente porque tiene dificultades para concentrarse, el protagonista cuenta cómo conoció a la joven con la que acaba casándose, la forma en que un mediocre prestamista, “un egoísta de poca monta”, pide en matrimonio a una joven necesitada que aspira a ser institutriz, precisamente porque se da cuenta de que es sumisa y buena. El prestamista, un hombre de mediana edad, se presenta ante la joven como “el liberador”, el hombre que va a salvar de una situación desesperada a una pobre desgraciada, una más entre las jóvenes frágiles y desorientadas que suelen ser frecuentes en las novelas de Dostoievski. Realmente, el narrador no sabe si ha actuado con nobleza o en el fondo es un canalla que se ha aprovechado de la situación. Esta ambigüedad se traduce a todos los planos de la narración, porque hay algo frágil y liviano en todos los acontecimientos narrados, y nada es lo que parece y todo resulta difícil de desentrañar. De hecho, en ocasiones, el prestamista parece sentirse culpable por el estigma que acompaña al oficio que ejerce y por su tendencia a economizarlo todo. Pero también, en ocasiones, pasa a culpabilizar a su mujer, tanto por una posible infidelidad, una cuestión que aletea en el relato, como por su extraña y cambiante actitud. El silencio y la gravedad, huellas indelebles en el carácter del prestamista, se interponen en el matrimonio, como algo intangible que condena y azota la relación entre los recién casados.       

2. Todo el relato suena a justificación. Es como si el protagonista tuviese la íntima necesidad de abrir su conciencia al lector. Justifica su racanería amparándose en la necesidad de guardar dinero para poder comprar una finca. Justifica su cobardía por no haber afrontado un duelo. Justifica haber mendigado antes de ejercer el oficio de prestamista. Justifica, en verdad, cada uno de los pasos que ha dado en su vida, cada una de las acciones decisivas que han vertebrado su existencia. Su discurso, por lo demás, está lleno de contradicciones, algo que Dostoievski describe con sutileza. Cuando la verdad empieza a salir a la luz, es decir, cuando el pasado se abre paso en las vidas de los protagonistas, sabemos que el prestamista está todavía afectado por la pérdida de su reputación durante su estancia en el ejército. “Salí lleno de orgullo [del regimiento]”, dice el protagonista buscando de nuevo la justificación de sus actos, “pero espiritualmente deshecho”. Sabemos, también, que nadie le ha querido. En realidad, Dostoievski está contando la historia de dos pobres almas en La sumisa, dos desgraciados, un tema recurrente en sus novelas. Pero aquí no parece haber redención para los protagonistas. Dostoievski camina hacia el final de su trayectoria literaria, camina hacia la desolación. Así pues, aunque el protagonista experimenta una especie de revelación, a modo de verdad, como en muchas obras del escritor ruso, dándose cuenta en este caso de que ha perdido el tiempo, de que está enamorado de su mujer, no hay escapatoria posible. La posibilidad de una vida nueva, de una renovación, se viene abajo. “Si esto [refiriéndose al suicidio de su mujer] no hubiera ocurrido”, afirma el prestamista, “todo habría resucitado”. Es la idea de resurrección, tan cercana a Dostoievski, el anhelo, la posibilidad de que la vida sea capaz de ofrecer una segunda oportunidad. Pero el velo cae demasiado tarde. La joven institutriz está enferma y poco después llega el suicidio. ¿Es inevitable su destino? Parece que sí, porque cuando el protagonista declara su amor incondicional a la joven se produce, poco después, el suicido. Y uno se pregunta entonces, ¿es la anemia de la joven el factor más decisivo? ¿Se sentía acaso atormentada por algo?¿Juega quizá algún papel la casualidad en todo esto? Nadie sabe por qué la gente se suicida. De hecho, en un momento determinado de la novela se lee que la ironía del destino y de la naturaleza es que “somos malditos, la vida de los seres humanos es maldita en general”. De lo que no cabe ninguna duda, en todo caso, es que la vida del protagonista parece acabada. “¿Qué va a ser de mí?”, se pregunta al concluir el relato. La respuesta ya la sabemos porque la ha avanzado el propio Dostoievski unas líneas antes: “En toda la tierra los hombres están solos, ¡esta es la tragedia¡”.