jueves, 27 de abril de 2017

El escritor y su imagen

En 1975 Ediciones Guadarrama publica una compilación de ensayos de Francisco Ayala sobre grandes escritores españoles de la generación del 98, con el significativo título de El escritor y su imagen. Ayala adopta en estos ensayos una doble perspectiva, directa  por los recuerdos personales que le unen a estos escritores y distante a la vez porque habla de un pasado ya concluso. El primer ensayo, dedicado a la crítica literaria de Ortega y Gasset, supone un acercamiento de Ayala a la persona con quien compartió tertulias, afectos y admiración. Se evidencia desde un primer momento el intento de vincular la crítica literaria con la filosofía y la estética de Ortega, el concepto de género literario en su relación con la función estética. Sabemos que Ortega trataba de dar plenitud de significado a los objetos que estudiaba, potenciando las obras, enseñando a leer los libros. Ayala parece retomar esta idea orteguiana pretendiendo rescatar el primitivismo de la cultura española, el carácter arcaico y la rudeza de la estética y de la poesía primitiva española frente a la retórica literaria que se impone en el Barroco. Por eso, no es de extrañar que Ayala se centre en el análisis orteguiano de Baroja, tratando por una parte de desvincularse de la retórica barroca y procurando desentrañar el misterio barojiano.
El ensayo sobre Azorín parte de una serie de consideraciones sobre el comportamiento político volátil del escritor. La idea de Ayala es relacionar las ideas políticas y la personalidad de Azorín con la creación literaria, buscando vínculos de unión entre la actitud del escritor y el carácter provocador, en general, de los miembros de la generación del 98 para, finalmente, hacer hincapié en la cosmovisión de Azorín, en donde se mezclan ciertas ideas anarquistas con el nihilismo y la influencia de Schopenhauer y Nietzsche, una visión desoladora y escéptica de la existencia humana que contribuye a dar sentido a muchas de sus actuaciones y a parte de sus escritos. Esa misma idea, la búsqueda de unidad entre actitudes y obra literaria, recorre la visión de Valle-Inclán, pues Ayala considera que esa unidad, como en el caso de Azorín, es indisociable. Ayala habla de las categorías estéticas de Valle-Inclán, a las que todo se reduce, no sólo su literatura sino también sus intervenciones políticas, sus extravagancias, hasta su indumentaria. Por eso se adentra en la creación del personaje ideado por el propio escritor, en el histrionismo que define su figura como efecto de los valores estéticos que configuran su visión del mundo. Y sugiere, a fin de cuentas, la posibilidad de que en La lámpara maravillosa se encuentre definido su ideario estético, que apunta al gnosticismo. En el ensayo que cierra el libro, Ayala trata de desvelar la estética de Machado, un hombre desligado de la política y del mundo literario, un hombre solitario. Ayala se propone relacionar la estética del poeta con el destino de su patria e insiste en subrayar determinadas ideas que subyacen en la poesía de Machado, como el tema de Caín o la presencia de la muerte. Ayala nos presenta la imagen de un Machado pensador, cercano a la filosofía, un hombre que en sus mejores poesías es capaz de convertir la meditación metafísica en emoción lírica.