jueves, 31 de marzo de 2016

Franz Kafka

¿Qué tienen en común unos niños jugando en una vereda, un paseo improvisado, la desgracia de ser soltero o el deseo de ser piel roja? Aparentemente nada. Son tan sólo temas y sugerencias que aletean en el primer libro de narraciones de Kafka. Estamos hablando, lógicamente, de Contemplación (Betrachtung), un conjunto de pequeñas historias publicadas en 1913. Los relatos están animados por una idea que los sostiene de forma muy frágil. Todo resulta desconcertante, paradójico, irónico. El deseo de hacer una excursión a la montaña expresa el deseo de cantar, la desgracia de la soltería se resuelve con un golpe de la mano en la frente, la descripción de un tendero puede estar animada por un arrebato poético, una elucubración sobre unos jinetes vencedores termina con una fina lluvia. En el camino a casa uno se puede sentir meditabundo sin tener ningún impulso a la meditación. En Contemplación no acertamos a vislumbrar si pasarse el dedo meñique por las cejas contribuye a desprenderse de un estado de ánimo melancólico o caminar hacia la tumba. Pero sí se comprueba que los personajes de Kafka sienten la imperiosa necesidad de mirar por la ventana, ansían tener libertad. Y si se encuentran con una apariencia, con un fantasma, dudan. Cuando están tristes se meten en la cama. Son personajes que observan absortos, que se contemplan las rodillas, de la misma forma que pueden contemplar el atardecer o la sonrisa de una joven al pasar de largo un hombre.
            La edición de Contemplación que presenta Barataria, con traducción de José Antonio Bravo, se completa con una novela inacabada de Kafka, Descripción de una lucha, publicada en 1950. Dos individuos salen de una fiesta y caminan por las calles de Praga, iniciándose a partir de ese momento una suerte de combate dialéctico entre los dos personajes. El paseo se convierte en una cabalgata. Casi sin darnos cuenta, observamos sorprendidos cómo el protagonista de la historia cabalga a lomos de su amigo. La cabalgata, al igual que luego el trayecto solitario hacia la montaña, es un entretenimiento, un intento vano de abandonar la monotonía, porque al final todo intento de crear una vida nueva se desvanece. La cabalgata acaba con una caída, la belleza del paseo se trastoca, se difumina. Kafka logra de forma casi misteriosa entrelazar historias y personajes. En su paseo, el protagonista de la historia se fija en un palanquín conducido por cuatro hombres que portan a un gordo. El gordo invoca al paisaje, como si tuviese capacidad para modificarlo. Pero lo que más nos conmueve es la historia que cuenta sobre el orante. Enamorado de una joven que acude a la iglesia, el gordo siente curiosidad por un individuo que ora con delectación y que da la sensación de que le gusta ser observado. La historia que el orante cuenta al gordo nos traslada a una fiesta en donde el joven trata de tocar el piano, aunque finalmente es expulsado galantemente de la velada. El orante dialoga con el paisaje antes de seducir con su lenguaje a un borracho. Todo se antoja surrealista y caótico, un fino hilo mueve las argumentaciones y ensambla los diálogos entre los personajes. La conversación entre el gordo y el orante se desarrolla en un zaguán oscuro y finaliza con la contemplación de las estrellas. Kafka parece buscar siempre una vía de escape. La narración se cierra con el hundimiento del gordo en el río. En la conclusión, Kafka vuelve a los dos personajes que han iniciado la historia. Se desenvuelven en la montaña, azorados por lo ocurrido en la velada, en la fiesta, animados por el amor que ha encontrado uno de ellos, por el paseo y la cabalgata, por la sensación de libertad que ofrece la montaña, pero constreñidos también porque saben que tienen que volver, y regresar significa retornar a la rutina, a la mediocridad y al trabajo.