sábado, 31 de diciembre de 2016
Pessoa, el señor de la nada
En Pessoa, el señor de la nada (Irreverentes,
2014), Francisco Legaz describe, a medio camino entre la realidad y la ficción,
entre el diario y el ensayo, un viaje de carácter iniciático a Lisboa. El
protagonista de la historia se lanza al vacío, lo abandona todo (mujer e hijas)
para viajar a la capital portuguesa siguiendo los pasos de Pessoa, tomando como
excusa un libro que le sirve a modo de guía personal, Atlas de geografía Pessoana, de Leao Borreiro. Una vez en Lisboa,
recorre los parajes que antaño visitó el poeta, desde los cafés donde escribía
a los enclaves en que meditaba, como un mirador sobre el Tajo. Mientras tanto,
toma notas porque mantiene la idea de escribir un libro con las experiencias
vividas en la ciudad. De hecho, da la sensación de que la novela se está
escribiendo al hilo de la investigación, a partir de esas notas, concediendo de
este modo a Pessoa, el señor de la nada
un cierto tono autobiográfico.
El protagonista de la novela se mueve en una especie de caos desordenado,
al igual que el relato. Visita el cementerio de “Los prazeres”, las viejas librerías,
las calles por donde transitaba Pessoa, pero pronto se da cuenta de que la
ciudad en la que vivió el poeta se ha desvanecido y una melancólica decepción,
una sensación de vacío, soledad y desamparo se apodera de su alma al comprobar
el devenir de las cosas. Por eso, se muestra cada vez más descuidado,
obsesionado con la bebida, como si estuviese asimilando los rasgos de la vida
de Pessoa, y camina de forma inexorable hacia la desidia y la locura, incluso
piensa en el suicidio y escribe cosas inconexas. Imagina historias y
heterónimos, se convierte casi en un vagabundo que pinta cuadros para
sobrevivir. Parece abocado a una suerte de exilio interior marcado por la
indiferencia hacia todo. Obsesionado en buscar un lenguaje carnal y verdadero,
que sea capaz de mostrar la esencia de Pessoa y de Lisboa, vive en una especie
de sueño en donde las situaciones parecen repetirse y el tiempo se difumina –en
todos los sentidos- a través de la metáfora de la niebla que cubre la ciudad.
La novela está repleta de divagaciones, de ensoñaciones. Las citas de
Pessoa son frecuentes, al hilo de la narración, argumentando, reforzando la
historia. Legaz juega con las identidades del poeta, con su posible
inexistencia, e indaga en algunas de las cuestiones que atraviesan su obra
literaria, desde la infidelidad hasta la tristeza y la mentira como elementos
que definen la existencia humana. No es casualidad que la última visita del
protagonista, antes de lograr salir de Lisboa, sea a una especie de eremita que
habita en un faro. Es el final de una búsqueda en medio de un tremendo
desconsuelo y desasosiego.
miércoles, 30 de noviembre de 2016
La larga marcha
Rafael Chirbes
siempre ha estado interesado por la historia. Se ha llegado a decir que leía
con asiduidad los Episodios Nacionales de
Galdós porque veía en ellos posiblemente un modelo que podía aplicar a nuestra
época. En 1996 Chirbes publica en Anagrama una novela que abarca un largo
periodo, desde la postguerra en los años cuarenta hasta finales de los años
sesenta. La novela se titula La larga
marcha. Es el inicio de un proyecto que tiene continuación con La caída de Madrid y Los viejos amigos. Empleando una mirada
poliédrica que incluye el estudio de varias familias en descomposición y con un
estilo ampuloso, minucioso y detallista, Chirbes acomete la tarea ejemplar de
retratar las esperanzas y desencantos de dos generaciones sucesivas en La larga marcha, enlazando los desgarros
y frustraciones de la postguerra con las nuevas posibilidades que ofrecía el
comunismo en los años sesenta.
La primera parte del libro, titulada El
ejército del Ebro, es una recreación histórica de los años cuarenta, un
retrato de grupos de distinto signo social, desde los Amado, una sencilla
familia campesina que vive en un pueblo gallego, vinculada a la tierra y sus
raíces, y que finalmente se ve obligada a emigrar a Madrid por la construcción
de un pantano, hasta las familias acomodadas de la alta sociedad madrileña,
como los Seseña, un claro ejemplo de aristocracia en decadencia. En este amplio
arco social que trata de cubrir Chirbes no faltan las historias de
supervivientes de la guerra, individuos que han permanecido años en la cárcel
por cometer delitos de carácter ideológico. Este tipo de personajes permiten a
Chirbes ahondar en una visión cainita de España, en la imposibilidad de
levantar el país por la falta de intelectuales y poetas, en la pérdida de la
dignidad y en la idea de derrota que anida como un sentimiento en gran parte de
la población española. Tampoco se olvida Chirbes de los jornaleros andaluces,
individuos que no atesoran nada, que viven de lo poco que ganan en temporadas
de recolección, trabajando como temporeros en los arrozales. La degradación
progresiva de los personajes, que afecta incluso a las élites, es un reflejo de
la vida de la postguerra. En Madrid hay gente que debe dedicarse al contrabando
y al estraperlo para sobrevivir y cualquier oportunidad que se presenta provoca
miedo porque es el temor a una nueva vida, a una posible opulencia, a la
riqueza, cuando siempre se ha sido un pobre desgraciado. En este sentido, la
descripción de Madrid en los años cuarenta es la de un lugar sin oportunidades,
que se lo traga todo.
En la primera parte del libro, Chirbes cuenta retazos del final de la
guerra, del exilio, y combina a partes iguales el miedo, el dolor y el hambre.
En la segunda parte, titulada con toda intención La joven guardia, hay un salto cronológico, la narración se sitúa
en los años sesenta, en la generación de los hijos de la postguerra, y se torna
más cercana, como más autobiográfica. Es lícito pensar que en las voces
superpuestas de los jóvenes personajes que afloran en estas páginas se
encuentra el recuerdo de las experiencias de Chirbes en el orfanato y en la
universidad madrileña. Se superponen de este modo las reglas estrictas, el
orden y la violencia que rigen en el internado con las lícitas aspiraciones a
escribir, la influencia ejercida por la formación cinematográfica o la
experiencia de la homosexualidad.
La desbordante vitalidad de Madrid parece acoger a los personajes de la
novela. En la capital confluyen los emigrantes gallegos, que huyen de la
construcción de un pantano y que en la gran ciudad sufren la violencia del
desarraigo, pero también llegan a Madrid los campesinos extremeños que buscan
nuevas oportunidades y que comprueban, tristemente, el contrate con la vida en
Extremadura, experimentando la soledad. El carácter inhóspito de la ciudad se
advierte en los desagradables olores, que contrastan con los olores naturales
del campo. También confluye en Madrid una generación de jóvenes, los niños de
la postguerra, que mayoritariamente va a estudiar en la universidad, un grupo
intelectual de estudiantes que discute sobre literatura y filosofía y que
configura la nueva generación que luego llevará a cabo la transición política.
El desarrollo de las ideas marxistas y la alternativa comunista se presentan
como la esperanza para un nuevo país y una nueva sociedad. Chirbes parece
recrear ambientes que él también vivió, desde la Facultad de Filosofía y
Letras de la Ciudad Universitaria
hasta los cine-clubs del centro de Madrid, pasando por el sindicato clandestino
de estudiantes. Mezclando lo sentimental con lo literario, Chirbes se centra en
la relación existente entre el despertar sexual de los personajes y la
esperanza en una revolución comunista.
La novela está plagada de pequeñas historias que van entrelazándose como
si se tratase de un tapiz, de detalles que enriquecen la narración, de
situaciones sugeridas, de intersticios que el lector debe rellenar. En la larga marcha se habla de los
supervivientes de la postguerra, de la brutalidad de los nuevos ricos, de la
emigración y el desarraigo, de la esperanza en la revolución. En la novela
flota, no obstante, una tenaz melancolía, fruto del desencanto ante las
oportunidades perdidas y la decepción ante los sueños desvanecidos. La larga marcha finaliza en los sótanos
de la Dirección General
de Seguridad. Allí parecen concluir todas las esperanzas depositadas en la joven
guardia.
lunes, 31 de octubre de 2016
Dos recuerdos
Por expreso
deseo de Keynes se publican tras su muerte dos escritos inéditos, dos narraciones
que el economista había leído en voz alta a sus amigos en la década de los años
30, en su casa del número 46 de Gordon Square, en esas reuniones donde los
miembros del grupo de Bloomsbury aireaban sutilezas y sarcasmos mientras
recordaban su pasado en Cambridge. La primera de las narraciones, titulada El doctor Melchior, describe la
comprometida situación en que se encontraban las negociaciones de paz tras la
primera guerra mundial. Keynes describe las dificultades que tenían las
comisiones encargadas de la conferencia para ponerse de acuerdo, pues las
posiciones parecían enquistadas después de dos meses, e insiste en los problemas
económicos y financieros derivados de la ocupación alemana y del bloqueo de
alimentos. A su llegada a la conferencia de paz en enero de 1919, Keynes se da
perfecta cuenta de que hay que resolver el problema del abastecimiento de
comida en Alemania, pero esta idea choca frontalmente con el obstruccionismo
francés, con la posición francesa en las reuniones, obsesionada con la
incautación de la marina mercante alemana. La situación se complica porque como
telón de fondo en la conferencia se intuye el problema que supone la expansión
del bolchevismo. Enfrascado en las negociaciones, Keynes traba amistad con el
doctor Melchior, representante alemán en las conversaciones, pues parece
interesado en mostrar la dignidad en la derrota.
En Mis primeras creencias, la segunda de las narraciones que se
incluye en Dos recuerdos, Keynes hace
un relato del espíritu de Cambridge antes de la guerra. Habla con frecuencia de
religión juvenil, refiriéndose a las creencias del grupo de Bloomsbury, una
religión sin moral producto de la influencia ejercida por el libro de Moore,
recién publicado en 1903, los Principia
Ethica. Keynes cuenta cómo el grupo se dejó arrastrar por las ideas de
amor, belleza y verdad, mientras la cuestión del placer quedaba en un segundo
plano. El afecto, la experiencia estética y la búsqueda del conocimiento eran
los principales objetivos, junto con la precisión en el lenguaje, en la
formulación de las preguntas. Keynes observa esa religión, esas creencias, con
cierta nostalgia. Pero también es cierto que cuando escribe y lee ante sus
colegas Mis primeras creencias,
posiblemente hacia 1932, todavía consideraba válidas las intuiciones de Moore.
Sorprende observar cómo en esa época de principios de siglo Keynes y sus amigos
parecían completamente alejados del mundo exterior, de las motivaciones
económicas, de la tradición benthamita, del cristianismo y del marxismo. Practicando
una cierta irreverencia hacia cualquier ortodoxia, Keynes habla incluso de
inmoralismo.
En estos Dos recuerdos brilla con nitidez la mente luminosa y
radiante de Keynes. Sabía que conforme se acercaba la fatídica fecha de 1914 su
visión del mundo estaba cambiando. Sabía que tanto él como sus compañeros del
grupo de Bloomsbury estaban acabados.
jueves, 29 de septiembre de 2016
Dinero, mentiras y realismo sucio
En el año 2000
se publica en Madrid, en Ediciones Irreverentes, la novela Dinero, mentiras y realismo sucio, el cuarto libro del escritor y
editor Miguel Ángel de Rus. La obra es recibida por la crítica con grandes y
merecidos elogios, siendo ensalzada por personalidades tan dispares como el
cineasta Manuel Gutiérrez Aragón o el poeta Luis Alberto de Cuenca, al tiempo
que periódicos de signo muy diferente, como El
País o ABC, resaltan el valor literario de la novela. Por aquel entonces ya
algunos críticos hacen hincapié en las resonancias valleinclanescas y
cervantinas en la obra del escritor madrileño, pero todavía pasa casi
desapercibida la influencia de la literatura francesa de finales del siglo XIX
y principios del XX en De Rus, la deuda contraída por el escritor con la
cultura gala. Estas dos tradiciones están en la base de todo lo que ha escrito
De Rus a lo largo de dos décadas. Ahora, años después de la primera edición de
la novela, cuando la obra del escritor madrileño ha alcanzado la plena madurez
con la publicación de sus Novelas
reunidas (Mar Editor, 2016), se presenta la oportunidad de revisitar esta
pequeña joyita titulada Dinero, mentiras
y realismo sucio.
La obra literaria de Miguel Ángel de Rus deambula entre la necesidad de
una mirada exterior al mundo en el que vivimos -una mirada furibunda, llena de
odio, cinismo e ironía a partes iguales- y la búsqueda ansiosa de un refugio
interior, que en el escritor madrileño se encuentra siempre en los libros, en
la música, en la pintura, en el cine, en la cultura en general. En este
sentido, De Rus trata de situarse en el marco de lo que podríamos denominar la
verdadera cultura, distinguiéndola de la falsa cultura que prevalece hoy en día
y que es un reflejo del podrido mundo que nos rodea. Para mostrar esta realidad
tan desagradable, Miguel Ángel de Rus elige Estados Unidos como marco en el que
se desarrolla la historia de Dinero,
mentiras y realismo sucio, y cuenta los avatares de un crítico y escritor
que decide vender su alma y su talento escribiendo las historias más zafias,
vulgares y amorales que se puedan imaginar con tal de dar carnaza al vulgo y
conseguir fama y dinero. Es como prostituirse a través de la literatura.
La historia de este escritor, Martin
White, es presentada en tono casi autobiográfico, en primera persona. La
estructura de la novela combina de forma ejemplar la narración de las
peripecias del protagonista en el mundo editorial con pequeñas historias, que
sirven para ejemplificar el tipo de literatura que escribe Martin White. De Rus
describe con ligereza el ascenso del escritor desde sus inicios en los que
mezcla el trabajo radiofónico con la publicación de críticas y relatos hasta el
momento en que empieza a escribir novelas que le reportan el éxito y la fama, y
le convierten en el apóstol del erotismo, el máximo representante de la
literatura underground y el realismo sucio. Justo cuando se encuentra en la
cúspide de su carrera, una crisis existencial provocará la progresiva caída del
escritor. Cada peldaño que sube camino de la gloria y el dinero hace más
evidente el proceso de degradación moral que experimenta el protagonista, hasta
el punto de que el lector asiste asombrado en las últimas páginas del relato a
una especie de descenso a los infiernos en el que Martin White se va
destruyendo lentamente. De Rus ha elegido a un mediocre escritor estadounidense
como eje de la historia porque eso le permite por una parte realizar una sátira
de la sociedad norteamericana y por otra parte describir las falsedades de la
mayor parte de la literatura estadounidense de éxito. Abundan, pues, en Dinero, mentiras y realismo sucio, los
comentarios peyorativos a propósito de un tipo de novelas escritas para gente
con un bajo coeficiente intelectual, orientadas directamente hacia el cine,
auténtica literatura basura.
Es curioso observar cómo esta visión
del mundo y de la literatura que nos ofrece De Rus a propósito del modelo
estadounidense se ha trasladado a la vieja Europa, lo que convierte a Dinero, mentiras y realismo sucio en un
libro de enorme actualidad. La literatura como negocio está a la orden del día,
la mayor parte de los libros de éxito tienen una estructura calculadamente
repetitiva y la falsedad en la cultura y en el arte lo inunda todo. No es
casualidad que De Rus haya elegido como compañeros de viaje y amigos del
escritor Martin White a un falso pintor, a un falso actor y a un falso
escultor. Todos estos personajes son un reflejo del fracaso de la cultura
moderna y, aún más, son personajes carentes de moral, de escrúpulos, el vivo
retrato de una sociedad y una época decadentes. En la ciudad de Nueva York,
Martin White escribe libros para la mayoría, literatura que no dejará huella,
vive a todo tren, gozando de las más bellas mujeres. Martin White cumple el
auténtico sueño americano, pero en una vida que está completamente dirigida,
tal como nos recuerda De Rus, cualquier desliz puede provocar la caída. Todo es
tan frágil. Y tan falso. Y entonces, justo en ese momento en que el mundo se
derrumba alrededor de Martin White, nos damos cuenta de que le faltan las
palabras para expresar los sentimientos y el dolor que atraviesa el alma. El
escritor comprende que quizá la felicidad y el verdadero mundo se encuentren en
esa juventud apegada a los libros clásicos. En el brillante final de Dinero, mentiras y realismo sucio, de
claras reminiscencias quijotescas, Martin White percibe con claridad que ha
vivido inmerso en la locura, en un mundo falso. Sólo al final, cuando está
hundido en la más absoluta miseria moral, recupera la cordura. Por mi parte,
tal como escribe De Rus en el memorable epílogo de la novela, “ya está bien”.
miércoles, 31 de agosto de 2016
Autobiografía (o algo parecido)
En 1982 se
publica la Autobiografía de Akira
Kurosawa (Fundamentos, 1998). En el prólogo, el director japonés expone los
motivos que le impulsan finalmente a escribir sobre su vida, señalando como factor decisivo la lectura de la autobiografía de Jean Renoir. Esa idea que late en el
libro de Renoir en la que se pretende recordar a las personas y los
acontecimientos que le han convertido en lo que es también está presente en el
libro de Kurosawa, es decir, la necesidad implícita que siente de explicar cómo
se ha convertido en director de cine. Todos los recuerdos de Kurosawa, en
efecto, parecen caminar en la misma dirección, todas las vivencias parecen
abocarlo al destino que le estaba esperando, sea la amistad en la infancia con
el futuro guionista Uekusa Keinosuke o la
experiencia adquirida con el director Yamamoto Kajiro.
Kurosawa valora todas las circunstancias de su existencia en términos cinematográficos.
Una anécdota que relata en su autobiografía pone en evidencia esta idea. Cuando
muere su padre, Kurosawa pasea desconsolado por las calles de Tokio y, sin
embargo, a pesar del dolor que le embarga, al escuchar una música comprende que
ha encontrado la melodía para la película que está rodando en ese momento, El ángel ebrio (1948). El propio
director se da cuenta de que elementos como los zuecos y el traje de esgrima
que habían jugado un papel importante en una historia de su infancia, en una
pelea de niños, son empleados posteriormente en su primera película.
Precisamente porque la memoria alienta la imaginación. Todo es susceptible de
ser empleado e identificado con su afán de hacer películas. Los recuerdos de
Kurosawa fluyen en imágenes, de modo tal que uno podría pensar que las visitas
-con Uekusa- a casa del profesor Tachikawa, donde lee libros de héroes
samurais, se reproducen en la última película del maestro, Madadayo (1993), y también podría pensar que las imágenes del
pueblo donde nació el padre de Kurosawa, un pueblo que parece suspendido en el
tiempo, son las mismas que el director imagina para el pueblo medieval de Los sueños (1990).
Al margen de las cuestiones cinematográficas, Kurosawa sólo se hace eco
de aquellos accidentes o episodios que han configurado su carácter, como el
gran terremoto Kanto o el suicidio de su hermano. La experiencia del terremoto
de Tokio, acaecido el 1 de septiembre de 1923, ha marcado sin duda
la vida del cineasta. Quedando el centro de Tokio envuelto en llamas y lleno de
cadáveres, Kurosawa cuenta cómo, acompañado de su hermano mayor, pasea por las
ruinas de la ciudad caminando entre montones de cadáveres calcinados. Más tarde
se da cuenta de que ha sido una expedición para comprender el horror, para conquistar
el miedo. Kurosawa ha relatado varias veces esta misma historia en distintos
documentales sobre su filmografía, lo que puede dar una idea de la obsesión que
esta visión ha ejercido sobre el cineasta.
Entre los episodios que Kurosawa relata con más pesar se encuentra la
muerte de su hermano. Tras acabar sus estudios en el instituto, el cineasta
había encontrado refugio en casa de su hermano, que trabajaba como narrador en
el cine mudo. La influencia que ejercen los artistas populares de la narración
y las películas del cine mudo en el cine de Kurosawa es tan evidente como
ciertos temas que son recurrentes en sus historias. Ni que decir tiene que el
suicidio aletea en la biografía de Kurosawa. El propio director cuenta un
episodio que nos deja algo desconcertados, cuando siendo todavía joven, en el
camino hacia el instituto, se suelta de la barra del tranvía sin aparente
motivo y es sostenido por otros dos estudiantes. A este episodio desconcertante
hay que añadir la trágica desaparición de su hermano, un hecho decisivo en la
vida de Kurosawa. Por no hablar, finalmente, de la cuestión de la guerra y el
tema del suicidio colectivo. El sacrificio es un tema que late en el ambiente,
sobre todo durante el periodo de la segunda guerra mundial. De hecho, Lo más hermoso (1944) es una película
sobre el sacrificio que se debe al país, algo que jamás se pone en duda.
jueves, 28 de julio de 2016
La odisea de la plata española
La odisea de la plata española es un
ensayo que pone de manifiesto el aliento narrativo de Carlo Maria Cipolla, su
capacidad para contar historias en el marco de una reflexión de tono
histórico sobre un tema que le es muy conocido, a saber, la expansión y la
circulación de la moneda en la edad Moderna y sus consecuencias en el
desarrollo del comercio internacional. Publicado en Italia en 1996 (Crítica,
Barcelona, 1999), cuando la figura de Cipolla se había agigantado gracias al
irreverente y sugestivo Allegro ma non
troppo, el libro arranca de forma luminosa, con la evocación de una serie
continuada de acontecimientos extraordinarios que favorecen a España en el
período que va de 1530 a
1560 y le convierten en la primera potencia. El descubrimiento de Potosí y
Zacatecas se ve acompañado de la aparición de nuevas técnicas que mejoran la
amalgama de la plata con el mercurio. Como es sabido, el sistema de flotas y
convoyes organizado por la corona española contaba con el problema de la
piratería y la violencia de las tempestades. Entre las mercancías que llegaban
de las Indias el aspecto más importante era el “tesoro”, es decir, la plata. Cipolla
se hace eco en este punto de la narración del contrabando y del fraude que se
realizaba en la importación de plata para evitar pagar impuestos. Eso le hace
pensar que la cantidad de plata que llegaba a España era mucho mayor que la
registrada. Habla de “plata fuera de registro”. En este contexto, la
plata llegada a e España en el siglo XVI marca un hito porque durante la
Edad Media , hasta el siglo XV, Europa había
sufrido una escasez de metal que dificultaba las relaciones comerciales
internacionales. Así pues, la llegada de la plata en el siglo XVI es una
novedad que Cipolla califica de “revolucionaria”.
Conforme avanza el discurso, Cipolla pasa a estudiar las monedas que
invaden el mercado europeo, entre las que destaca los reales de ocho. Siendo
consciente de que faltan documentos para poder precisar determinados temas,
Cipolla sabe que a veces “debemos contentarnos con vagas e imprecisas
impresiones generales”. Pese a ello, Cipolla sigue adelante con su
argumento, analizando el flujo de plata (el real de a ocho) hacia Europa y
hacia Oriente en segundo término. Desinteresados por los productos europeos,
desde China e India se demandaba especialmente plata y plomo. Es así como los
productos orientales llegaban a Europa y los productos europeos iban camino de
las Indias, siendo la plata española, especialmente el real de ocho, la que
permitió el volumen comercial desarrollado en los siglos XVI y XVII. Ahora
bien, las compañías holandesa e inglesa, a partir del siglo XVII, se hacen con
el monopolio del comercio de la plata que llegaba a Oriente. Por eso, Cipolla
es contrario a hablar de imperio monetario castellano, pues en realidad la
plata que llegaba de las Indias escapaba al control español, control que era
ejercido por Génova, Portugal y la compañía de las Indias. La cuestión que
sigue siendo un misterio, en palabras de Cipolla, es cómo una moneda tan fea,
tan mal acuñada, tan fácilmente cercenable, y con tan poca estabilidad en peso
y ley como era el real de a ocho pudiese encontrarse en todos los rincones del
planeta. Quizá la fuerza de esta moneda es que se encontraba en grandes
cantidades.
Siendo la balanza comercial inglesa
negativa en sus relaciones con China, la situación cambiará a partir del siglo
XVIII, desde el momento en que la compañía inglesa de las Indias orientales
apuesta por exportar masivamente el opio desde la India hasta China. A partir
de ese momento la situación se invierte y la plata, acumulada en los tesoros
imperiales de Pekín, inicia el camino de vuelta a Occidente. Así culmina la
odisea de la plata española en el siglo XIX, enfrascada en los mecanismos del
comercio internacional.
jueves, 30 de junio de 2016
Doble fuga de amor y muerte
Publicada en
Francia por La Nerthe
en 2013, Doble fuga de amor y muerte (Periférica,
2016) es una nouvelle inédita de Jean
Legrand, escrita seguramente hacia 1940, que cuenta con un pequeño anexo del
autor, un artículo titulado “El nacimiento del amor”, que contribuye a arrojar
algo de luz sobre el contenido de la novela. Conocido en el ambiente literario
de los años 40 por su actividad editorial, Legrand publicó en esa década una
trilogía de novelas en la editorial Gallimard. Aglutinador de un movimiento
denominado el “sensorialismo”, Legrand se recluye en los años 50 en las
inmediaciones de Montpellier, se aísla hasta convertirse en un escrito mítico.
Precisamente, Doble fuga de amor y muerte
cuenta la historia de un aislamiento, el nacimiento del amor entre Ange y
Nin en una suerte de paraíso perdido. Cuando se lee esta sugerente y
extraordinaria nouvelle se tiene la
sensación de que Ange y Nin están solos en el mundo, rodeados únicamente por
una naturaleza luminosa.
Nin observa, a la luz de una
lámpara, una rosa mientras trata de captar la belleza, que se hará más evidente
a la luz del día. En la cama de una habitación retozan los dos amantes,
mientras en el exterior, en una especie de paraíso, se despliega la primavera.
Parece existir una íntima relación entre lo que ocurre en la habitación y en la
naturaleza. Amanece y la luz está cambiando. Legrand parece describir el cúmulo
de sensaciones que se agolpan mientras Ange y Nin disfrutan de la llegada de la
primavera, de la presencia de la mañana. El canto de los pájaros, el río que se
intuye y el sonido de la naturaleza contribuyen a crear un ambiente idílico
matizado por ciertos pensamientos funestos que se alternan en la narración.
En Doble fuga de amor y muerte, Legrand reflexiona en voz alta sobre
la belleza, sobre el amor entendido como pasión, como éxtasis, como vivencia de
los sentidos, el amor “no como una generación ciega de la especie, sino como
una renovación de los seres que viven ahí, ahora,
sin preocuparse por su muerte, ni por su descendencia, ni por su más allá”, mientras la imaginación, en palabras del autor, juega en varios campos
sensoriales.
La nouvelle tiene un claro sentido aforístico, poético. Las palabras
restallan como un auténtico vendaval de los sentidos al tiempo que sobrevuela
una idea anunciada por el autor, la impresión de que “la naturaleza no es nada
sin la mujer amada”.
martes, 31 de mayo de 2016
Los huéspedes
Los huéspedes (Ediciones Irreverentes,
Madrid, 2016), segunda novela de Pedro Pujante, afianza la trayectoria del
escritor murciano en la construcción de discursos narrativos definidos por la
impostura y la ficción sin límites. Siguiendo la línea trazada en su anterior
novela, El absurdo fin de la realidad, Pujante
parece dispuesto a diluir las fronteras entre realidad y ficción, entre mundo
imaginado y soñado. El protagonista de Los
huéspedes es un escritor (igual que en su primera novela, no es
casualidad), Roberto Hernández, que lleva una vida anodina en Torrevieja y que
recibe una invitación para la participación en un simposio de literatura
misteriosa, secreta, en un pueblo perdido de Extremadura, en Higueras (en El absurdo fin de la realidad el
protagonista vive en Orentes). Todo resulta muy
extraño desde el principio. Una vez en el pueblo, Roberto Hernández conoce a
otros escritores invitados al evento, escritores poco conocidos, que viven en
soledad y que coinciden en un lugar aislado del mundo, hasta cierto punto
incomunicado. La presencia de Rocío Ramos, una escritora de Orentes, nos
retrotrae automáticamente a El absurdo
fin de la realidad. El inicio del simposio literario deriva en una especie
de locura futurista en la que se combinan los viajes en el tiempo, los
desdoblamientos, las realidades alternativas y las clonaciones. Nada es lo que
parece. La novela se asemeja en este sentido a una suerte de diario de los
acontecimientos que se suceden en Higueras, un desvelamiento progresivo de los
misterios que acaecen en el pueblo. El relato está de este modo plagado de
revelaciones que el lector va asimilando progresivamente y que Pujante va
dosificando con el objetivo de hacer avanzar la historia. A través de la
aventura que se despliega en Los
huéspedes descubrimos que Higueras es una construcción artificial, el
producto de un científico loco, un tal doctor Faustino, cuya idea original es
la clonación del escritor Francisco Umbral, una especie de experimento
científico y literario, de amor por la literatura en realidad. Por si esto
fuera poco, un salto temporal en la novela sitúa a los personajes en el siglo
XXIII, sin memoria de lo vivido. Un mundo artificial se ha desplegado en las
profundidades de Higueras, un mundo lleno de peligros. Es como si hubiese
tenido lugar un nuevo desdoblamiento de la realidad.
Fantasía literaria que narra un experimento científico, Los huéspedes es una farsa repleta de
humor, un artificio que gira sobre la idea de simulacro, de imitación, de
espejismo. El desdoblamiento de la historia, la repetición de elementos y los
giros constantes en la narración envuelven la novela y convierten a Los huéspedes en un artificio literario
que provoca una extraña sensación de ensoñación.
jueves, 28 de abril de 2016
La isla
Giani Stuparich
forma parte de una generación extraordinaria de escritores triestinos, heredera
de la tradición literaria centroeuropea. Combatiente en la primera guerra
mundial, Stuparich sufre la pérdida de su hermano Carlo y la de su mejor amigo,
el escritor Scipio Slataper. En 1942 escribe un relato largo, La isla. La editorial Minúscula ha
publicado el libro con traducción de J. A. González Sainz. Giani Stuparich ha
contado en La isla la relación que se
establece entre un padre enfermo, moribundo, y su hijo. Ante la inevitable
cercanía de la muerte, el padre decide pasar unos días en la isla, que evoca
los recuerdos del pasado, en compañía de su hijo. Estamos, pues, ante una
experiencia iniciática de vida y muerte. El marinero regresa a la isla para
pasar sus últimos días. Al llegar a la isla padre e hijo contemplan a lo lejos
la casa donde vivían, en la parte vieja de la ciudad, ya casi derruida, como un
signo de otros tiempos. El padre, que era como un dios para su hijo, que le
había abierto los ojos a la vida en un viaje a Dalmacia, es ahora un hombre
cansado. La mirada del hijo y la mirada del padre generan una visión diferente
del mundo. La sensación de miedo ante la muerte se expresa en cada mirada del
hijo. Ante la ineluctable presencia de la muerte, el hijo busca esperanza,
señales de que su padre no está tan enfermo, de que todavía hay una posibilidad
de recuperación. Imagina con dolor los actos y los movimientos de su padre. A
cada momento de plenitud sucede una crisis o simplemente la angustia que supone
la certeza de que su padre empeora. El hijo descubre cosas nuevas de su padre y
al mismo tiempo siente la impotencia, la imposibilidad de sincerarse antes del
momento definitivo. Por eso, cuando camina con su padre lo embarga un
sentimiento de piedad.
Stuparich juega con los contrastes, nos muestra la fortaleza del
marinero, del padre, frente al espíritu ya marchito por la enfermedad. Combina
la narración de los acontecimientos en la isla con la evocación de los
recuerdos. En la ensenada donde atracan los barcos, el padre hace volar su
ensoñación, la tradición de la isla: el encuentro entre los familiares y los
marineros que retornaban de sus viajes. Entonces, comprendemos que el padre ha
vuelto a la isla para legar a su hijo esa tradición y que a través de ese acto
adquiere la serenidad necesaria para afrontar el destino que le espera. La
voluntad de mantenerse firme forma parte de la última lección del padre. La
narración, contenida, está llena de silencios. La luz y el cielo azul reflejan
la vida sin límites en contraste con la llegada de la muerte. Al abandonar la
isla, ese cielo, esa luz, el lector siente la misma sensación de pérdida que
experimenta el hijo y, al mismo tiempo, un inevitable sentimiento de goce y
plenitud.
jueves, 31 de marzo de 2016
Franz Kafka
¿Qué tienen en
común unos niños jugando en una vereda, un paseo improvisado, la desgracia de ser
soltero o el deseo de ser piel roja? Aparentemente nada. Son tan sólo temas y
sugerencias que aletean en el primer libro de narraciones de Kafka. Estamos
hablando, lógicamente, de Contemplación (Betrachtung), un conjunto de pequeñas
historias publicadas en 1913. Los relatos están animados por una idea que los
sostiene de forma muy frágil. Todo
resulta desconcertante, paradójico, irónico. El deseo de hacer una excursión a
la montaña expresa el deseo de cantar, la desgracia de la soltería se resuelve
con un golpe de la mano en la frente, la descripción de un tendero puede estar
animada por un arrebato poético, una elucubración sobre unos jinetes vencedores
termina con una fina lluvia. En el camino a casa uno se puede sentir
meditabundo sin tener ningún impulso a la meditación. En Contemplación no acertamos a vislumbrar si pasarse el dedo meñique
por las cejas contribuye a desprenderse de un estado de ánimo melancólico o
caminar hacia la tumba. Pero sí se comprueba que los personajes de Kafka
sienten la imperiosa necesidad de mirar por la ventana, ansían tener libertad.
Y si se encuentran con una apariencia, con un fantasma, dudan. Cuando están
tristes se meten en la cama. Son personajes que observan absortos, que se contemplan
las rodillas, de la misma forma que pueden contemplar el atardecer o la sonrisa
de una joven al pasar de largo un hombre.
La edición de Contemplación que presenta Barataria, con traducción de José
Antonio Bravo, se completa con una novela inacabada de Kafka, Descripción de una lucha, publicada en
1950. Dos individuos salen de una fiesta y caminan por las calles de Praga,
iniciándose a partir de ese momento una suerte de combate dialéctico entre los
dos personajes. El paseo se convierte en una cabalgata. Casi sin darnos cuenta,
observamos sorprendidos cómo el protagonista de la historia cabalga a lomos de
su amigo. La cabalgata, al igual que luego el trayecto solitario hacia la
montaña, es un entretenimiento, un intento vano de abandonar la monotonía,
porque al final todo intento de crear una vida nueva se desvanece. La cabalgata
acaba con una caída, la belleza del paseo se trastoca, se difumina. Kafka logra
de forma casi misteriosa entrelazar historias y personajes. En su paseo, el
protagonista de la historia se fija en un palanquín conducido por cuatro
hombres que portan a un gordo. El gordo invoca al paisaje, como si tuviese
capacidad para modificarlo. Pero lo que más nos conmueve es la historia que
cuenta sobre el orante. Enamorado de una joven que acude a la iglesia, el gordo
siente curiosidad por un individuo que ora con delectación y que da la
sensación de que le gusta ser observado. La historia que el orante cuenta al
gordo nos traslada a una fiesta en donde el joven trata de tocar el piano,
aunque finalmente es expulsado galantemente de la velada. El orante dialoga con
el paisaje antes de seducir con su lenguaje a un borracho. Todo se antoja
surrealista y caótico, un fino hilo mueve las argumentaciones y ensambla los
diálogos entre los personajes. La conversación entre el gordo y el orante se
desarrolla en un zaguán oscuro y finaliza con la contemplación de las
estrellas. Kafka parece buscar siempre una vía de escape. La narración se
cierra con el hundimiento del gordo en el río. En la conclusión, Kafka vuelve a
los dos personajes que han iniciado la historia. Se desenvuelven en la montaña,
azorados por lo ocurrido en la velada, en la fiesta, animados por el amor que
ha encontrado uno de ellos, por el paseo y la cabalgata, por la sensación de libertad
que ofrece la montaña, pero constreñidos también porque saben que tienen que
volver, y regresar significa retornar a la rutina, a la mediocridad y al
trabajo.
sábado, 27 de febrero de 2016
Exportar la libertad
En 2007 Luciano
Canfora publica Exportar la libertad. El
mito que ha fracasado (Ariel, Barcelona), un ensayo que, siguiendo la línea
de Crítica de la retórica democrática,
pone en evidencia la forma de operar de la Realpolitik ,
los intereses velados que definen la política de los llamados paladines de la
libertad y la democracia. El ensayo se abre con un extraordinario texto de
Benedetto Croce, escrito al finalizar la segunda guerra mundial, en el que a la
vista del posible castigo a la
Italia de Mussolini, el historiador italiano expone con
ironía la posición inglesa frente al franquismo y cómo tanto primero
conservadores como luego liberales deciden sostener el régimen franquista. El
término “exportar la libertad” que da título al libro está tomado de una
soflama de Robespierre durante el gobierno girondino. Robespierre advertía de
los peligros que suponía exportar la libertad, la revolución, a través de la
guerra cuando todavía no se había consolidado la libertad en Francia. El
fracaso de esta idea, anunciada por Robespierre, no impidió, como se sabe, la
expansión y la conquista militar con Napoleón. Y lo que es más sorprendente,
Canfora encuentra en textos literarios de la época, entre los jacobinos,
justificación a la labor “liberadora” de Napoleón entre los pueblos de Europa.
Quizá como jacobino convencido, Canfora se pregunta en qué se equivocó el
jacobinismo en ese momento, aun a riesgo de reconocer su “legado de ideas y
críticas”.
No obstante, el punto de partida del
ensayo no podía ser otro que una reflexión sobre el concepto de libertad entre
los griegos. Y entonces descubrimos los vaivenes de la política. Tras las
guerras médicas, Atenas impone su régimen democrático y amplias libertades en
las ciudades aliadas. Pero con el tiempo la alianza se traduce en imperio. Al
iniciarse la guerra del Peloponeso, sin embargo, Esparta arguye que defiende la
libertad de los griegos para acabar con el imperio ateniense. Trata de seducir
a los aliados atenienses en busca de la defección. Y, curiosamente, la guerra
se acaba cuando Esparta pide su apoyo a los persas, tradicionales enemigos de
la libertad de los griegos. Al pasar de la Grecia antigua a la revolución francesa y de
Napoleón al avance soviético, Canfora observa ciertos paralelismos que es
preciso no desestimar. En la victoria de Stalingrado encuentra un efecto
liberador para toda Europa centro-oriental y también para la lucha contra el
fascismo. En lo que ocurrió después, con el avance soviético, halla ciertas
similitudes con el prestigio ateniense tras las guerras médicas, que derivó en
imperialismo, y con la expansión de la revolución francesa por Europa. Yendo
más lejos todavía, Canfora compara la situación de Hungría y la revuelta
popular de 1956 contra el Estado-guía, es decir, la Unión Soviética , con la
revuelta de Samos en 441 a .
C contra el imperio ateniense. Samos no recibió apoyo de Esparta. La OTAN tampoco movió un dedo para
apoyar la revuelta en Hungría.
La historia de Afganistán desde el
siglo XIX permite a Canfora formular la idea de “el gran juego”, la forma en
que la Realpolitik se ha
aplicado sobre esa zona del Asia central por los afanes imperialistas de Rusia,
China e Inglaterra primero y por los intereses de Estados Unidos después, hasta
llegar a la intervención soviética de finales de los años 70 con la intención
de “liberar” Afganistán. La experiencia afgana es un claro ejemplo de lo que
Canfora denomina la Realpolitik , una
muestra evidente de la relación entre “exportación de la libertad” y “política
de potencia”. No obstante, la interpretación de Canfora parece sugerir
que la incapacidad del gobierno prosoviético en Afganistán para estabilizar un
Estado laico ha derivado en el fundamentalismo islámico con las
consecuencias por todos conocidas. La apuesta por un gobierno jacobino en
Afganistán se antojaba en la visión de Canfora quizá la más opción más
fiable.
La intervención reciente de Estados Unidos en lugares como Irak, Camboya
o Chile son ejemplos que emplea Canfora en el ensayo para demostrar que bajo la
apariencia de una exportación de la libertad se encuentran los deseos y las
exigencias de una gran potencia en cada momento. En la actualidad, la retórica
de “exportación de la libertad” se ha enfocado hacia otra cuestión tras la
caída del bastión soviético, hacia la lucha contra el fundamentalismo islámico
y el terrorismo, que atentan contra lo que Canfora denomina irónicamente pax americana. Lamentablemente,
esa parece la conclusión que se desprende de las palabras del historiador. El
vacío ideológico que ha dejado el comunismo ha sido sustituido por el
islamismo radical.
viernes, 29 de enero de 2016
Viaje a Rusia
En 1928 Stefan
Zweig viaja a Rusia con una delegación de escritores para conmemorar el
centenario del nacimiento de Tolstoi. A diferencia de otros escritores que se
han trasladado a Rusia para observar los cambios que ha experimentado el país
tras la revolución y se han despachado con un ensayo generalmente de tono
político, Zweig no tiene la intención de escribir ningún libro porque no conoce
el idioma ruso y porque tan sólo va a permanecer unos días en Rusia.
Finalmente, decide publicar una serie de artículos en la
Neue Freie Presse de Viena, que dan pie a Viaje a Rusia (Sequitur, Madrid, 2014),
una colección de pequeños ensayos que pone en evidencia el escaso interés de
Zweig por los asuntos políticos. Su mirada se vuelca en la cultura, en la
mentalidad del pueblo ruso, en sus grandes escritores. El planteamiento de
Zweig, centrado en el sufrimiento y la vitalidad intelectual del pueblo ruso,
incita a admirar el aspecto humano más que a tomar posición política. El paso
de la frontera rusa supone adentrarse en un nuevo mundo, aislado del resto de Europa
no sólo por un bloqueo económico sino por sus ideas. En Rusia el sentido del
espacio y del tiempo son completamente distintos al resto de Europa. Ahí
encuentra Zweig la esencia del pueblo ruso, en su capacidad de espera, de
sufrimiento.
La mirada de Zweig sobre Moscú convierte a la ciudad en un inolvidable
revoltijo arquitectónico, en donde el bullicio de las calles contrasta con la
sordidez de las casas. Al detenerse en la plaza roja, observa la escenificación
de la revolución con la presencia de la tumba de Lenin, con la bandera roja
centelleando en mitad de la noche. Con perspicacia comprende la forma en que la
revolución ha convertido a sus héroes en mártires y la ideología marxista en
religión. Los museos se llenan de obras de arte expropiadas por el Estado, pero
lo que verdaderamente interesa a Zweig es cómo este hecho puede transformar la
visión que se tenía por ejemplo de los iconos. Una vez en Leningrado, Zweig se
da perfecta cuenta de la decadencia del zarismo. La ciudad está como agotada,
sin vida. Ha perdido su brillo. En las salas del Hermitage, al comprobar la
fastuosidad de los tesoros acumulados por los zares, Zweig reflexiona sobre la
separación enorme entre los dos mundos, el de arriba y el de abajo, el de los
zares y la nobleza por una parte y el del campesinado por otra parte, y
entonces comprende, mejor que en ninguna otra parte, la revolución.
Zweig admira la ejemplaridad de los intelectuales rusos, fieles a su
patria a pesar de las condiciones infames en las que viven y conscientes de que
en Rusia se está produciendo un cambio decisivo en la historia del mundo. Y
entre los intelectuales admira a Eisenstein y, sobre todo, a Gorki. La
descripción luminosa de Gorki es la descripción de las posibilidades infinitas
de la nueva Rusia. De hecho, Viaje a
Rusia se completa con un pequeño ensayo sobre Tolstoi, escrito en 1937, y
un texto conmemorando los sesenta años de Gorki. Zweig reflexiona sobre el
pensamiento religioso y social de Tolstoi, cómo la búsqueda de sentido a la
vida y la necesidad de justicia social hacen derivar los intereses de Tolstoi
hacia la filosofía, la ciencia, la religión y la sociología. Late la idea de
utopía, la construcción de un ideal para la humanidad doliente. El texto sobre
Gorki resalta el papel de poeta del pueblo ruso desarrollado por el escritor,
pues nadie ha reflejado con mayor fidelidad el alma rusa. Además de Gorki,
Zweig se encuentra con los jóvenes poetas, con los representantes de una nueva
generación, de un nuevo país. También asiste al teatro, donde advierte el nuevo
espíritu de uniformidad y la ausencia de lujo, porque la vistosidad queda
reducida al escenario.
El punto culminante del viaje a Rusia es la visita a la tumba de Tolstoi.
En Yasnaya Poliana, Zweig comprueba la austeridad de la vida del gran escritor
y se emociona con los objetos que recuerdan a Tolstoi. La tumba del escritor se
encuentra situada en el mismo lugar donde Tolstoi había plantado unos árboles
en su infancia. En el silencio del bosque, la sencillez de la tumba -sin
lápida, sin inscripción y sin nombre- exalta la emoción de Zweig.
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