viernes, 28 de febrero de 2014

Heinrich Heine

La lectura reciente de los Espíritus elementales de Heinrich Heine en cuidada traducción de J. A. Molina para Ediciones Irreverentes me ha traído de nuevo a la memoria la tragedia de la existencia del gran poeta alemán. Me imagino a Heine en sus últimos años postrado en una cama, ciego y afectado por una especie de parálisis, exiliado en París y alejado de su patria. Ante semejante situación se remueve lo más profundo de mi corazón mientras busco las palabras más adecuadas para mostrar mi admiración por el poeta. Heine ha sido definido como romántico, antieclesiástico, revolucionario e irónico en sucesivas ocasiones, pero ninguna de estas etiquetas, ciertas a su manera tan sólo en determinadas ocasiones, sirve para mostrar lo que el poeta verdaderamente es, algo que sólo está al alcance de unos pocos, un espíritu libre.
            En los Espíritus elementales, Heine presenta una amalgama de cuentos y leyendas de tradición centroeuropea, especialmente germana, que conocía en muchos casos desde su más tierna infancia gracias a la tradición oral. Heine también se sirve en múltiples ocasiones de fuentes escritas que habían excitado su imaginación, libros y autores que admiraba como es el caso de la gramática alemana de Jacob Grimm, los estudios de Paracelso sobre los espíritus elementales o los escritos de Johannes Pretorius. Heine tenía claro que todas las historias y tradiciones que recopila en los Espíritus elementales atesoraban un gran valor histórico. No se trataba exclusivamente de supersticiones populares tal como pretendían ciertos sectores de la población y la cultura alemana sino el fruto de la gran tradición germánica pagana anterior al cristianismo. Se puede pensar, por lo tanto, que en una época de retroceso de la cultura popular, Heine trata de colocar en el lugar histórico que se merece toda una maravillosa herencia que estaba siendo socavada.
            Contrario a cualquier tipo de sistematización, en los Espíritus elementales el poeta alemán recurre sin embargo a ordenar en categorías las historias que trata de recordar y transmitir, de tal forma que se puede observar cómo Heine inicia el libro con leyendas relacionadas con los espíritus de la tierra (los enanos) y luego continúa con los espíritus del aire (elfos) y los espíritus del agua (los nixos), para finalizar con una serie de tradiciones que nos hablan del espíritu del fuego (el demonio o el Diablo). Aparecen, pues, representados en estos cuentos los elementos principales del culto germánico, a saber, las piedras, los árboles y los ríos. Las historias que cuenta Heine están llenas de encanto, de belleza poética, de misterio, de bailes, de seducción, de violencia y de muerte Algunas se repiten, se transforman, se escriben en verso o en prosa. Son narraciones que muestran en cierta medida las relaciones entre los humanos y los espíritus elementales. En este enjambre de cuentos no faltan las doncellas cisne, las valquirias o las hilanderas, personajes que presentan en la mitología germánica un cierto parentesco.
            Conviene observar también que en la narración de las historias Heine sigue un orden lógico que nos recuerda la sabiduría tradicional antigua. Cada relato que expone el poeta viene precedido de una idea sobre la cual gira luego la historia y, una vez terminada la narración, Heine suele hacer una especie de valoración personal o comentario a propósito del relato. El poeta de este modo enlaza con la prisca sapientia ya que lo pretende en cada leyenda es argumentar, ejemplificar una idea. Se vale de las tradiciones germánicas para mostrar acaso su visión del mundo. Por ello cada relato se suele cerrar con un pequeño apunte del poeta, siempre rebosante de ironía. Son, en este sentido muy frecuentes, los sarcasmos que afectan a la actitud de la iglesia, a las mujeres o los jóvenes que erróneamente se consideran espíritus libres. Se trata en todo caso de una sutileza que no resulta hiriente y que provoca la sonrisa del lector.
            En los Espíritus elementales asoma también con perfecta claridad una cierta añoranza de los tiempos antiguos, primitivos, una época más ingenua en donde los hombres estaban más cerca de los dioses y de la verdad, es decir, la época de los orígenes, lo cual entronca con el sentimiento poético que embarga el alma de Heine, con la visión de un mundo ancestral en contacto con la naturaleza, un sentimiento y una visión que, más allá de cualquier consideración religiosa, le hacen suspirar por la búsqueda de la felicidad, que tan sólo encuentra en el mito y la poesía. No es casualidad, pues, que este delicioso libro concluya con algunas historias alejadas de los espíritus elementales y centradas en la figura mitológica de Barbarroja. A través del mito de un personaje que vive en una cueva rodeado de armas, esperando el momento de salir al exterior y actuar con sus fuerzas en busca de la regeneración del mundo, Heine anhela la llegada de un reino de luz y alegría. Por eso el libro se cierra con estas historias, porque provocan en el poeta “una sagrada nostalgia y una misteriosa esperanza”. El grito aterrador que Heine lanza en el interior de la cueva donde vaga el espíritu de Barbarroja es una metáfora de la vida del poeta y, sin duda, es el mismo grito que debía proferir en el final de su vida, mientras ciego e inmóvil vegetaba en una cama, aislado en París. El corazón ardía en su pecho y las lágrimas corrían por sus mejillas. Seguramente, en esos instantes de dulzura poética, Heine se abrazaba al mundo.