domingo, 28 de febrero de 2021

Dos húsares

 


En 1856 se publica Dos húsares (Hermida Editores, 2014), una nouvelle de Lev Tolstoi que describe las andanzas del irresistible conde Turbín en una ciudad de provincias de la Rusia de principios del siglo XIX y, veinte años más tarde, las pausadas y tranquilas peripecias de su taimado hijo, muy alejado en el carácter a su intempestivo padre, en una aldea cercana a esa ciudad de provincias que nunca se menciona en el texto. Tolstoi ha tratado de establecer, de este modo, un paralelismo entre dos generaciones, algo que sabemos que Turguéniev también hará con gran pericia más adelante, en 1862, en Padres e hijos. Tolstoi ha descrito al conde Turbín como un húsar a la vieja usanza, un individuo que adora el juego, el vodka y las mujeres, y que se rodea de soldados de su mismo temple. Las aventuras del conde en la ciudad duran tan sólo una noche y se despliegan mediante una serie de rituales, costumbres a la sazón de los húsares de la época. El primer ritual que se pone en evidencia es el del juego, con los fulleros de turno y con un ingenuo húsar de por medio que, por supuesto, pierde todas sus ganancias. El siguiente rito es el baile, que en este caso se desarrolla en la mansión del decano de la nobleza. Allí se produce el cortejo de las damas. El conde parece dominar todos los terrenos, el de la acción y el de la palabra. No tarda en conquistar el corazón de una joven, Anna Fiódorovna. Arrobado, Turbín se desvive por besar la mano de la joven. Es una época, efectivamente, en que un húsar es capaz de dar el mundo entero por besar a la amada: “Fuese capricho, amor u obstinación”, escribe Tolstoi, “aquella tarde todas las fuerzas de su alma se concentraron en un solo deseo: verla y amarla”. ¿Acaso no traduce esta obstinación del conde Turbín las obsesiones del joven Tolstoi? ¿Acaso no da la impresión de que en Tolstoi todo, o casi todo, es autobiográfico?

Tras el devaneo con la joven dama llega el tercer acto, en una taberna. Es un baile con canciones cantadas por un grupo de gitanos. La fiesta continúa. Es el reflejo de una sociedad de aristócratas, en una ciudad de provincias, que perpetúa la juerga y el bullicio hasta el infinito. Al llegar la mañana y el momento de la partida, el húsar regresa al hotel, con todos los compañeros de la fiesta, para tomar un té. Es el último acto de una historia que ha durado una noche entera. Tolstoi cierra esta primera parte de la novela atando todos los cabos sueltos, dando la última pincelada a su héroe, capaz de empeñarse con violencia con un terrateniente, porque es un tramposo que ha ganado dinero jugando a las cartas, y capaz, todavía, de tener tiempo para despedirse intempestivamente de su amada Anna Fiódorovna. Todo transcurre en una noche, como si se tratase de una tempestad.

Pasados veinte años y una vez muerto el conde Turbín, su hijo, también húsar, llega con su regimiento a la región donde se encuentra la ciudad de provincias que nunca se menciona en el texto. El joven conde Turbín y su acompañante, el corneta Pólozov, se disponen a pasar la noche en la casa donde residen Anna Fiódorovna y su hija Liza, en una aldea cercana a la ciudad. La llegada de los húsares es una novedad en la aldea, pero la presencia del joven Turbín es todavía más significativa porque tiene un alto carácter simbólico, que permite comparar dos épocas distintas, dos generaciones de húsares entre las cuales se advierte el paso del tiempo. Tolstoi cambia el escenario. De la ciudad se pasa al campo. Pero, nuevamente, las peripecias duran tan sólo una noche y se despliegan, otra vez, mediante una serie de rituales, costumbres que en este caso son bien distintas porque el espíritu de los húsares también ha cambiado. El primer ritual es la recepción con el té, para luego pasar a una partida de naipes antes de empezar la cena. Entremedias, el joven conde inicia el cortejo de la pura e inocente Liza. Incapaz de comprender los sentimientos puros que alberga el corazón de Liza, incapaz de cualquier tipo de generosidad, el joven Turbín no puede seguir, por tanto, la estela de su padre. Es más, se comporta como un hombre de talante práctico, como un petimetre sin capacidad de acción, casi como un canalla frente Anna Fiódorovna y su hija Liza. En todos los pasos que da desde que llega a la aldea, en su actitud ante los demás queda bien evidente que el joven conde Turbín está muy alejado de su padre. Entretanto, en esa noche en donde canta el ruiseñor y las nubes cubren parte de la luna plateada, el alma pura de Liza, en comunión con la naturaleza, ansía, espera la llegada de ese ideal que le provoca cierta infelicidad.

Las generaciones cambian, hasta tal punto que la noche en la aldea acaba con un enfrentamiento entre Turbín y el corneta Pólozov, pero el último rito, el que tiene que poner el punto final a la historia, no se cumple. El duelo entre los dos húsares jamás se lleva a efecto. En el espacio de una generación el mundo parece haberse transformado. El paso del tiempo deja, no obstante, la sensación ineluctable de que todo pasa porque tiene que pasar.