jueves, 30 de septiembre de 2010

Histórica 3


La autobiografía de Benedetto Croce (Aportaciones a la crítica de mí mismo, Valencia, Pre-Textos, 2000, siguiendo la edición italiana de Adelphi del año 1989 de Contributo alla critica di me stesso) deja al descubierto los entresijos de la evolución intelectual del historiador y filósofo italiano. Partiendo de un cierto rigorismo moral y cargado de espíritu crítico, Croce se aleja de determinadas doctrinas en boga a principios del siglo XX tales como el positivismo, el evolucionismo y el sensualismo-decadentismo de Gabriele D’Annunzio para elaborar un proyecto filosófico que lleva como título Filosofía como ciencia del espíritu (dividido en tres partes: Estética, Lógica y Práctica) y que, a menudo, ha sido etiquetado como “hegelianismo” o “neohegelianismo”, cuando en realidad representa una “total negación” de ciertos aspectos del pensamiento hegeliano. Pero lo verdaderamente sorprendente del proyecto crociano es que su filosofía no se presenta como un “sistema” sino como un conjunto de “sistematizaciones” que avanzan hacia la unidad de filosofía e historia. Empujado por los problemas del arte, de la vida moral y del derecho, Croce lleva a cabo una reflexión filosófica que, en último término, significa el abandono de la filosofía en beneficio de la historia y de un proyecto historiográfico, que supone “hacer una crítica y una historiografía nuevas en muchos aspectos, y nuevas también en su fisonomía, gracias a la profundización y sistematización filosófica”. Croce presenta este proyecto como una superación de la erudición de Francesco de Sanctis y como una superación de sí mismo, de una primera fase de su quehacer y pensamiento -demasiado anclada en la erudición y empeñada en abusos filológicos-.
Obsesionado por la búsqueda de la unidad de la filosofía y de la historia, expresada en la fórmula paradójica de que “la filosofía es la metodología de la historiografía”, Croce se ha preocupado por indagar en la tradición, tratando de descubrir hasta dónde habían llegado sus predecesores mediante un diálogo y colaboración con la historia precedente –y contemporánea-, y teniendo en cuenta que el esfuerzo continuo por desvelar nuevas verdades forma parte de un constante proceso de desarrollo que, sin embargo, no elimina ni desacredita las afirmaciones y las verdades anteriormente expuestas, idea que está en la base del historicismo crociano y que alienta la esperanza: “y abro de par en par las puertas de mi intelecto a las dudas y a las palabras de las nuevas experiencias”, escribe Croce, “seguro de que lo que habrá de surgir corregirá aquello que imaginé haber pensado, pero no podrá jamás destruir aquello que pensé efectivamente en el pasado y que es por ello perpetuamente verdadero; la verdad se confirmará y se ampliará de este modo con nuevas verdades que no me fue posible pensar con anterioridad porque no se habían dado en mí todavía las condiciones necesarias y aún no había surgido la necesidad”. Dedicado, pues, en gran medida a los estudios históricos desde 1915, en Teoría e historia de la historiografía Croce recalca su interés por “determinar la naturaleza de la verdadera historiografía como historia totalmente contemporánea, o sea, nacida de las necesidades intelectuales y morales del presente”, lo cual evidencia su inclinación por una historia cultural y moral de la humanidad –que se manifiesta incluso en la llamada “cuestión meridional”, es decir, la historia del sur de Italia-, aunque siempre en relación con las acciones políticas y considerando “la filosofía como algo al servicio de la historia y de un espiritualismo absoluto que cierra el paso a toda trascendencia”.
Al igual que otros escritores formados y educados en el siglo XIX, Croce entiende que la primera guerra mundial supone una especie de convulsión moral y política, una ruptura con la tradición y con la obra forjada por sus predecesores en la construcción de una Italia unificada. De hecho, inspirado y alentado por la sensación de estar en deuda con los hombres del Risorgimento, Croce trata de transmitir la experiencia de toda una época escribiendo la Historia de Italia de 1871 a 1915. En todo caso, a partir de 1918 sus trabajos de filosofía e historia tienen un matiz distinto, fruto de unas exigencias nuevas, pero en ningún caso están contaminados por tendencias sociales o instrumentos de partido. Son libros en donde la historia no se presenta como lucha de intereses económicos, de partidos o de clases. Las ideas se muestran puras, con su valor ideal. “La enfermedad de nuestro tiempo”, apunta Croce, “la enfermedad que hay que curar, es precisamente ésta: la de la incapacidad de apasionarse por las simples ideas, como en tiempos pasados se hacía por la redención cristiana, por la Razón o por la Libertad; y por eso (y no lo digo yo solo) la crisis sanadora de la sociedad moderna tendrá que ser más tarde o temprano de carácter profundamente religioso”. Impulsado y apasionado por la idea de libertad, Croce escribe la Historia de Europa de 1815 a 1915, con la total convicción de que esta idea da sentido a la vida, es “una premisa eterna e inamovible”, el “único criterio explicativo y orientador”.
En las anotaciones últimas de 1950 -después de haber prolongado por dos veces, en 1934 y 1941, una autobiografía que se había publicado en 1915-, Croce define, finalmente, su trabajo y pensamiento como historicismo absoluto. A estas alturas de su vida, cuando ya tenía más de ochenta años y estaba cerca de la muerte, se sentía feliz por no haber traicionado la palabra que los hombres del Risorgimento habían transmitido. Concebía su obra como instrumento de trabajo para sí mismo y para los demás, como punto de partida para nuevos avances. Su idea era siempre alentar nuevos trabajos con sus investigaciones porque consideraba que no existían los llamados “libros definitivos”. Creía, por el contrario, en los libros que los alemanes denominaban bahnbrechende, a saber, “aquellos que no repiten las cosas ya sabidas, que no enredan las madejas, sino que las devanan, y que no quitan las ganas de investigar y de pensar, sino que provocan nuevas investigaciones y nuevas ideas”. Su herencia en la historiografía italiana y europea es de un valor incalculable, y perdura sobre todo en aquellos historiadores que defienden la filosofía del espíritu, la unidad de la historia y la filosofía, y una concepción del mundo fundada en la cultura y en la moral libre de prejuicios ideológicos –políticos y religiosos.

2 comentarios:

  1. Hola, Pedro, leí recientemente tu relato de la experiencia de publicación, ciertamente intrincada, como lo son la mayoría, de "Beatriz Cenci, una historia romana". De don Benedetto ya hemos hablado en alguna ocasión. No discuto su influjo, de hecho es un nombre recurrente cada vez que tropiezo con pensadores italianos y no dejé de encontrármelo en la facultad de Filosofía de Valencia cada vez que estudiaba alguna asignatura del departamento de Estética.

    Sin embargo, es un personaje que no deja de resultarme algo irritante y en el que descubro profundas incoherencias. Parece querer preferir la ética a la política, pero la visión del mundo que transmite es profundamente ideológica y su efecto es, por tanto, político. Es llamativo que haya influido tanto sobre autores tan politizados como Gentile, por la derecha, o Gramsci, por la izquierda. La idea de disolver la filosofía en la historia me parece también algo inconsecuente, y te aseguro que no lo digo por miedo al intrusismo profesional ni nada de eso. Simplemente me parece que cada vez que un historiador dice poder prescindir de la filosofía lo hace a partir de presupuestos de orden filosófico. Advierto algo de esto en la voluntad crociana de salir de Hegel. Nada es más recurrente en el hegelianismo que declararse antihegeliano. Se termina de una manera u otra cayendo en la consigna de que "todo lo real es racional", de la cual es tremendamente difícil escapar si no pasamos por Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Adorno, etc... No veo una alternativa real al idealismo hegeliano en la filosofía del espíritu. Es más, aquello a lo que dedicó más tiempo, creo, la estética, me parece un desarrollo de la función que Hegel define para el arte dentro en la vida del Espíritu.

    Otra cuestión. En un artículo reciente hablas de la insatisfacción que te produce tu condición profesional. Comparto o ,cuanto menos, entiendo tu escepticismo. No obstante, me gustaría matizar mi posición personal. A mí me gusta tratar con jóvenes y, a veces, hasta con críos. Me gusta enseñar, vaya, y no me preocupa demasiado la sensación de que la gente tiene poco interés o que para los libros y demás los chavales sean unos ignorantes, como suele pensarse -no digo que esa sea tu visión-. Mi problema, lo que verdaderamente hace que en mí cunda de vez en cuando el desánimo, es que tengo la impresión de que los institutos donde he trabajado parecen cárceles. Es como si el mundo de las enseñanzas medias que yo conocí en los ochenta hubiera desaparecido para siempre en favor de una especie de pequeñas guarderías donde nuestra misión es una ingenuidad pensar que es enseñarles a Platón o las causas de la Guerra Civil, nuestra misión es controlar el tráfico, fiscalizar el tránsito de personas, hacer en suma viable el aparcamiento de niños en que se han convertido los centros de enseñanza. Mi desazón es esa, y no sé si podría ser la de muchos compañeros a poco que lo piensen.

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  2. Querido David, coincido contigo en que en ocasiones Croce puede parecer paradójico, sobre todo por ese afán de integrar filosofía e historia. No obstante, el tema me interesa porque siempre es una idea que me ha rondado por la cabeza. Al fin y al cabo, si uno lo piensa bien, muchos de los grandes filósofos han sido grandes escritores e historiadores. ¿Por qué en la historia de la literatura convencional no se estudia a Nietzsche o Russell, por poner un ejemplo? Esta idea de los compartimentos estancos nunca me ha convencido. Y, efectivamente, tienes razón cuando afirmas que la influencia política de Croce ha sido enorme, para bien o para mal. Al final, acabas pensando como yo, te retrotraes a los ochenta, a un panorama idílico, lleno de libertad. ¡Qué maravilla era en COU poder tomarse una cerveza en la cantina y luego entrar en una clase de filosofía¡ Vivimos en una época de mojigatería, puritanismo y de dictadura de lo políticamente correcto. ¡Cuánta hipocresía¡ Finalmente, mi editor me ha recordado lo de Valencia. Tenemos pendiente la presentación. Ya te aviso. Saludos. Notorius.

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