domingo, 30 de junio de 2024

Polvo en los zapatos

 

1. Contemplando la floración de los almendros, mientras pasea por Talayuelas, un pueblo de Cuenca, el escritor Manuel Moyano anota lo que sigue: “Tengo polvo en los zapatos y voy anotando impresiones mientras camino”. Esta imagen sugerida, “polvo en los zapatos”, perdida en la nebulosa del dietario escrito por Moyano, se convierte a fin de cuentas, gracias según parece a la sugerencia de la mujer del escritor, en el título de un libro cuyo punto de partida es un diario iniciado a principios de 2018, no sin ciertas reticencias, a instancias de Ángel Montiel, editor en La Opinión de Murcia. La escritura del diario en el periódico se prolonga hasta principios de 2020 y es el germen de Polvo en los zapatos (Menoscuarto, 2023). En la primera entrada del diario, con fecha de 21 de enero de 2018, Moyano escribe que siente el impulso de “tratar de plasmar la extraña belleza y variedad del mundo a través de la escritura”. Cualquier detalle que llama su atención es susceptible de convertirse en literatura. Puede tratarse de diálogos que capta al instante y que se transforman en historias, pero pueden ser también sugerentes sueños que incitan la capacidad narrativa del autor. “Hay que permanecer siempre atento para captar la materia literaria que supura la realidad”, apunta Moyano. Esa actitud convierte el trabajo del escritor en una tarea fatigosa, llena de concentración, donde cada detalle susceptible de traducirse en materia literaria y que está ahí, esperando, en los libros, en las películas, en los sueños, en los actos literarios, en los clubs de lectura, en las librerías, en los viajes, en las conversaciones con amigos y escritores y en las fiestas, debe ser asimilado con rapidez y con nitidez para poder encontrar luego su lugar en la literatura. Cierto es que si escribir presenta ya de por sí ciertos inconvenientes, Moyano es consciente, todavía más, de las desventajas que supone escribir un diario, por las referencias personales implícitas, por ese anhelo íntimo de intentar no dañar a nadie en los comentarios, por ese afán, finalmente, que impulsa a no delatar a los protagonistas de las pequeñas historias. “Todo diario”, escribe el autor, “tiene algo de impostura, porque siempre omite parte de la realidad” y, a veces, incluso la propia realidad de la vida cotidiana se convierte en ficción. En Polvo en los zapatos, obsesionado con las pequeñas cosas que pasan a diario, el escritor ha ensayado también determinadas propuestas, a modo de propósitos literarios, como esa gélida mañana que acontece en la plaza de Santo Domingo, en Murcia, una pequeña aventura donde “nada más clarear el día, estalla en la fronda de los árboles una algarabía de gorriones”, pero, aun tratándose, en ocasiones, de experimentos inconclusos, aparecen en las páginas del diario como una imagen vitalista de fracaso parcial, porque, efectivamente, la vida está plagada de fracasos.    

2. Moyano disfruta en los viajes por el campo, por el mundo rural. Ama tanto el paisaje que se asemeja a un ser plegado a la naturaleza. De hecho, la sensación de estar en la naturaleza es única para el escritor. A veces, se embarca en viajes a lugares insólitos como la comarca del Matarraña, en la zona nordeste de Teruel, o como los totémicos Mallos de Riglos, en Ayerbe, o como los bosques cerrados e interminables de Biel y Luesia, quizá para sentir la extrañeza de esos lugares, quizá para disfrutar de la soledad. A veces, también, se deja llevar tan sólo por la belleza del paisaje, como en los montes de Toledo o como en Sierra Morena, donde el viaje se convierte en el origen de un nuevo libro. Su mirada se detiene con la misma alegría e intensidad en las nubes que pasan o en los cormoranes que acechan. Cuando regresa al hogar, exhausto por los viajes, la primera imagen del escritor está asociada a la naturaleza que lo rodea, donde se escucha “el rumor de las acequias, el zureo de las tórtolas”. Su admiración, en este sentido, por los naturalistas se hace patente en las páginas del diario, quizá porque, tal como señala abiertamente, en alguna ocasión ha soñado son ser también un naturalista. Pero la visión del campo, de la naturaleza, se mezcla en Polvo en los zapatos, formando una especie de palimpsesto, con viajes a grandes ciudades, con trayectos a lugares donde el autor rastrea la memoria de escritores a los que admira. En cada lugar por el que transita, el anhelo de viajar se despierta con cualquier detalle: las curtidurías en Marrakech, la medina en Fez, los hórreos y los manzanos en la Asturias rural, las iglesias transformadas en pubs en Escocia, el paisaje en las Highlands, el muro de Adriano en las islas británicas, los cementerios en Varsovia y Cracovia, la arquitectura laberíntica y el paisaje escalonado en Ravello, en la costa amalfitana, el ficus del parque de la Ciutadella en Barcelona, las “monstruosas marañas de cables” en las calles de Bangkok y el gusto por los adornos y las florituras en Tailandia. La lista de lugares visitados, de detalles intuidos, es interminable, porque Moyano también gusta de seguir los pasos de los escritores admirados. ¿Acaso, en este sentido, no está marcado el viaje a Escocia por el constante recuerdo de su adorado Stevenson o el viaje a Bolonia por la memoria de Pasolini? ¿Acaso no recrea en su imaginación la estancia de Cesare Pavese en Brancaleone, donde estaba recluido por el régimen fascista, o la de Carlo Levi en Alioni, donde también estaba exiliado y donde escribió Cristo se detuvo en Évoli? ¿Qué está buscando el escritor, si no es la recreación del pasado, cuando viaja a la aldea rumana de Rasunari, el lugar donde pasó su infancia Cioran, o cuando visita la tumba de Machado en Colliure? 

3. Polvo en los zapatos tiene el mérito de mostrar con claridad, en toda su extensión, el mundo del escritor, el territorio por el que transita la imaginación de Moyano. Es evidente que parte de ese mundo está plagado de artistas, escritores, ya sean amigos o simples conocidos. En las páginas del libro se menciona a Luis Landero, Miguel Ángel Hernández, Paco López Mengual, Manuel Vicent, Ian Gibson, Ana María Matute, Ray Loriga, Antonio Orejudo, Agustín Fernández Mallo, Luis Alberto de Cuenca y Michel Houellebecq, entre otros. La lista, aquí, como la de lugares visitados, es interminable. Moyano se complace también en mencionar, en Polvo en los zapatos, las visitas a cementerios, donde busca normalmente la tumba de algún escritor, quizá para establecer un diálogo último que sirva a modo de despedida. Pero el mundo de Moyano se extiende más allá de la cultura, y abarca, incluso, terrenos extraños o insospechados. Es muy evidente en las páginas del diario el interés antropológico que el escritor siente por el mundo parapsicológico, por todo aquello que escapa a la realidad tangible, es decir, por lo paranormal, por la astronomía, por lo oculto, por la magia, por la curandería. Por eso, por ejemplo, es capaz de acudir a un centro budista cerca de Abanilla o presenciar un congreso sobre el Más Allá en el teatro Circo, porque la curiosidad de Moyano por lo espiritual es inagotable. También afloran en Polvo en los zapatos, a veces de forma reiterada, sin tapujos, las obsesiones y las manías del escritor, como cierta reticencia hacia la filosofía más especulativa, como el odio a lo políticamente correcto, como el placer por la lectura de los cómics, como la necesidad compulsiva de comprar libros. Al mismo tiempo, son frecuentes en el diario los recuerdos familiares, las historias en las que reaparecen el abuelo, el clan de amigos de la infancia y, sobre todo, el padre. La cercanía de la muerte del padre es algo que aletea en las páginas del diario. Cuando se produce el fallecimiento, en definitiva, el dolor del escritor se transforma en un dolor colectivo, de toda la familia, se convierte también en el dolor por la pérdida de los amigos y, finalmente, se traduce en un dolor universal.

4. En el diario aparecen, diseminadas en el tapiz de la narración, notas y reflexiones que nos informan sobre el proceso de escritura, sobre las manías literarias del autor. Es evidente que Moyano relee sus libros, porque él mismo lo reconoce: “Necesito recapitular, pensar a dónde voy literariamente, si es que quiero llegar a alguna parte”. Se manifiesta aquí la necesidad implícita que experimenta el escritor de pensar en su propia trayectoria literaria para poder avanzar en la dirección correcta. Por eso, en Polvo en los zapatos, a veces se detiene en ciertas cuestiones relacionadas con sus propios libros, del mismo modo que nos habla de notas para novelas que luego no se desarrollan o de libros que está preparando, incluso que lleva años puliendo, porque, en efecto, si hay algo que obsesiona al escritor es la necesidad ineludible de que la narración sea fluida, de que el discurso sea coherente. Cuando se trata del proceso de escritura de un libro, Moyano tiene claro que “la mejor fase del proceso llega con los repasos finales, cuando uno logra corregir formas sintácticas que no terminaban de satisfacerle, o encuentra un vocablo más ajustado para expresar determinado concepto”. Es el momento en el que la angustia se transforma en placer. Pero hay algo todavía más interesante que está en relación con la escritura y que está en el corazón de la narración de Polvo en los zapatos. Es “el anhelo -siempre latente- de huir y romper con todo”. Es una idea que fluye junto al impulso mismo de abandonar la escritura. Quizá esta sensación de abandono, de acabamiento de las cosas, tiene algo que ver con la muerte del padre, pero también está relacionada, sin duda alguna, con una reflexión sobre la existencia, sobre el paso del tiempo. “A las siete de la mañana”, escribe Moyano en un evidente momento emotivo, “mientras todos duermen, siento el impulso de echarme a la calle para satisfacer mi faceta de caminante solitario, alejarme de la turbación y el ruido que, a veces, son los demás”.

5. Polvo en los zapatos es un libro repleto de evocaciones nostálgicas y poéticas. Hay en Moyano, en este sentido, una “cierta nostalgia de una vida campesina”, una enorme tristeza por el salvaje abandono del campo. Las mejores páginas del diario posiblemente se escriben en la naturaleza. El tono poético reaparece en el libro, aquí y allá, como cuando recuerda la muerte de Stephen Hawking y la lectura de Breve historia del tiempo buscando consuelo, o como cuando recuerda con cariño a Félix Rodríguez de la Fuente, a quien debe gran parte de su conocimiento de animales y plantas, o como cuando se despierta una mañana en Barcelona con “una repentina e insólita fascinación hacia los seres humanos, hacia la infinita variedad de sus miradas, sus peinados, su ropa”. Son evocaciones, imágenes, sentimientos que atraviesan el libro y lo iluminan. Es la felicidad que se experimenta pedaleando, montado en bicicleta, mientras se contempla desde una perspectiva nueva y distinta las pequeñas cosas. Es la sensación de regresar a la infancia, “esa alegría propia de las cosas que empiezan”, pero es también el sentimiento de desolación del otoño, con los tonos rojizos sobre las hojas de las parras o sobre los frutos del granado. Es, a fin de cuentas, una sensación de agotamiento, de saturación, porque la realidad también agota y todo llega a su fin, la escritura de un diario, los viajes, todo mezclado en una especie de eterno retorno, porque el viajero que llega a casa, como el que finaliza un diario, sabe que volverá al camino, sabe que volverá a escribir.    

 

 

 

 

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