martes, 7 de julio de 2009

Lev Tolstoi


Existe una terrible verdad que todos los escritores conocen -pero casi ninguno proclama-: se escribe buscando la gloria. Así lo testimonia Tolstoi en Confesión cuando reconoce que comenzó a escribir por vanidad, codicia y orgullo. Ahora bien, una vida que busca el bien y el perfeccionamiento no puede ceñirse a esta visión limitada y superflua. Debe ampliar sus horizontes. Por eso, una vez se adentra en el círculo de los escritores y empieza a profesar la fe, la religión de los poetas y artistas, a saber, la creencia en la importancia y el valor intrínsecos de la poesía, Tolstoi siente impotencia, asfixia y desazón porque descubre que en ese ámbito no es necesario plantearse cuestiones fundamentales tales cómo “¿qué sé yo y que puedo enseñar a los otros?”, ya que se le supone al poeta una capacidad –errónea- para enseñar inconscientemente, de tal modo que puede ocurrir, como dice Tolstoi, que puede estar escribiendo e instruyendo a los demás sin saber qué es lo que está enseñando. Ésa es la razón por la que el escritor ruso decide seguir indagando, más allá de la escritura, para descubrir finalmente que la fe en el progreso es tan sólo una superstición que tampoco ayuda a comprender el sentido de la vida, más aún cuando Tolstoi asiste impotente a la muerte de su hermano –un hombre joven, inteligente, bondadoso-, afectado por una lenta y terrible agonía, sin encontrar respuestas. “Sufrió mas de un año”, dice Tolstoi, “y murió en medio de tormentos sin comprender por qué había vivido y, menos aún, por qué moría”. Entonces llega el momento de la perplejidad, de las preguntas sin respuesta. La vida se detiene y la idea de suicidio empieza a pulular por la cabeza. “Sólo se puede vivir”, escribe Tolstoi, “mientras dura la embriaguez de la vida, pero cuando uno se quita la borrachera es imposible no ver que todo es un engaño, ¡un engaño estúpido¡”. La única verdad es la muerte, el resto es mentira. Tolstoi constata esta verdad en los grandes pensadores: Sócrates, Schopenhauer, Salomón y Buda. “No podía encontrar placer en la vida”, escribe Tolstoi, “sabiendo que existían la vejez, el sufrimiento y la muerte”. Pese a todo, estos argumentos filosóficos tampoco convencen al escritor. Algo no encaja. Un sentimiento muy fuerte le impulsa hacia la vida, algo que Tolstoi denomina “conciencia de la vida” y que descubre en la gente sencilla, analfabeta y pobre. Es el momento del descubrimiento de la fe. En este punto, el escritor sabe que se encuentra en un callejón sin salida porque comprende que la razón supone la negación de la vida mientras que la fe supone la negación de la razón. Pero a Tolstoi no le queda más remedio que indagar por este último camino, todavía no investigado. Si la fe es la fuerza de la vida, Tolstoi observa y comparte la vida de los campesinos porque no se cuestionan su fe. Este sentimiento impulsa en el escritor la búsqueda de Dios, una vuelta a los orígenes, la idea de que el principal y único objetivo en la vida es tratar de ser mejor. Pero el sometimiento a la fe lleva en última instancia a un destino, quizá no deseado por Tolstoi, que obliga al cumplimiento de los rituales de la Iglesia. El punto final de esta singladura religiosa –en la que tienen cabida la teología, la investigación de las escrituras y la tradición- es la renuncia a la ortodoxia: “Presté atención a lo que se hacía en nombre de la religión”, escribe Tolstoi, “y, horrorizado, renuncié casi por completo a la ortodoxia”. La imposibilidad de estar contento y en paz –sólo en sueños y por un breve período de tiempo- confirma otra terrible verdad, y con esto acabo, que la vida se presenta como una búsqueda infructuosa de algo intangible que nunca alcanzamos, por lo que debemos conformarnos con creer, como hace Tolstoi, que la verdad reside en la unión en el amor.

4 comentarios:

  1. Una acertadísima reflexión sobre la vida y la búsqueda de la esencia inencontrable del ser humano.
    Tolstoi de la mano de Pedro Amorós nos llevan desde lo más intrínseco del hombre: la duda; hasta la pacífica sensación de la aceptación de las limitaciones y la comprensión de la existencia gracias al amor.
    Una gran lección.

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  2. Hola, querido Notorius, entro por primera vez en tu blog, recién regresado de tierras atlánticas. Más allá de los contenidos de tu exposición sobre Tolstoi, creo que lo verdaderamente milagroso es que a alguien -y estoy pensando por ejemplo en nuestros queridos alumnos- se le pueda ocurrir en los tiempos de Ken Follet y Dan Brown ponerse a leer Ana Karenina o Guerra y paz. Para ti o para mí es un lujo disponer del tiempo y la paz para acometer un esfuerzo así. Es como la numerosa gente que me he encontrado en Galicia pegándose panzadas terribles del Camino de Santiago... Muchos no pueden entenderlo, ¿para qué tanto esfuerzo, tanto dolor en todo el cuerpo? Da qué pensar, ¿no crees?. La sensación de que solo la muerte es verdadera es menos terrible e incluso hermosa si la hacemos productiva, para lo cual hay que sustituir la Nada castellana, mesetaria y socarrada, por ese no res mediterráneo, que asume la verdad de Tolstoi, pero jugando al equívoco, como sorteando irónicamente la carga de absolutismo que tiene el nihilista demasiado obsesivo. Por lo demás, pienso como Woody Allen, si soy dos mitades, alma y cuerpo, me quedo de las dos con la que se divierte más. Intento escuchar y leer todo el material que has ido enviando, querido.

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  3. Observo que llegas con fuerza de tierras atlánticas, querido David. Ahora que me doy cuenta, la palabra "nihilismo" aparece en casi todos tus escritos. Es una idea recurrente. Quizá deberías pensar en la posibilidad de escribir un libro-ensayo-autobiografía, la historia de un individuo que viaja desde el nihilismo (Schopenhauer y Nietzsche) hasta Baudrillard y viceversa. Entremedias quedarían alumnos, viajes, películas,libros, mujeres y un cierto aire de melancolía. Espero poder llevar a estas páginas dentro de poco una reseña de tu estupendo libro "La juventud domesticada".
    Un abrazo

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  4. Tomo nota de la idea, querido, hasta el punto de que en una ocasión -preguntado por mí en una conferencia en Valencia- el propio Baudrillard declaró su condición de nihilista, concepto mucho más denso y repleto de ambigüedades de lo que a veces se piensa. Por cierto, hace un mes volví a ponerme en casa "Encadenados", siempre me acuerdo de ti cuando Grant desciende las escaleras con Bergman en brazos, en una escena que se dilata genialmente ante nuestros ojos... Da igual saber qué ocurre, uno siempre tiene la sensación de que le van a cerrar el paso antes del último escalón.

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