En Extraña noche en Linares, el primero de los relatos que presenta De Rus, el protagonista abandona Madrid, después de vender su casa, y se instala en Linares llevando como único equipaje el desprecio a los demás y unas cuantas drogas, legales e ilegales. En la vieja casa familiar, el solitario héroe de la historia lleva una vida de eremita, rodeado de música y libros, en dos reducidos espacios que configuran su territorio -el patio y la habitación oeste-, porque lo que pretende es “alejarse del mundo aunque se viviera en él”, de modo que sólo algunos paseos por las viejas minas rompen la rutina cotidiana, hasta que un buen día, adormecido en una de esas minas como consecuencia del efecto de las drogas, tiene un sueño que le traslada a una realidad más brillante: yace con dos mujeres que le enseñan las bellezas de “otro mundo” situado, curiosamente, en la oscuridad de la gruta. Son, además, estas dos hermosas mujeres quienes, al salir de la cueva, al llegar a la luz, muestran al protagonista la verdadera realidad de un pueblo blanco andaluz, con todo su primitivismo y su salvajismo. Es como si De Rus, de forma consciente o inconsciente, le hubiese dado la vuelta al famoso mito de la caverna platónica. Al volver del sueño, al salir definitivamente de la gruta, el protagonista es consciente de que “su visión del mundo” ha cambiado. Ya nada volverá a ser lo mismo según parece apuntar el final de la historia. En Yo fui quien imaginó aquella escena de 451 Fahrenheit, el segundo de los relatos que configuran La civilización y la nada, De Rus ha escrito la historia de un anciano solitario que acude al médico de forma rutinaria porque se le achaca el síndrome de Diógenes, un individuo que a finales de los sesenta “decidió olvidarse del mundo y vivir en la cultura”, que habita en una casa atestada de libros, pasea rutinariamente por el parisino barrio de Saint Germain y se dedica a robar –libros- en las librerías. El relato se inicia con una larga disertación en la que el anciano –casi como si se tratara de un sueño- cuenta al médico su experiencia como ayudante de sonido en la maravillosa película de Truffaut, Fahrenheit 451. El protagonista reconoce complacido haber ideado una de las más famosas escenas de la película: una mujer de edad madura es devorada por las llamas junto a los libros que conformaban su vida, una brillante metáfora que resume el espíritu de la película, a saber, el vacío de una vida sin libros, pues quemados por los bomberos son como cadáveres. Con cada libro muerto, tal como señala De Rus, desaparece una vida, un mito, un mundo. En la segunda parte del relato Yo fui quien imaginó aquella escena de 451 Fahrenheit, el solitario anciano tiene un enfrentamiento con su hijo, una suerte de combate dialéctico entre aquel que sólo desea que le dejen en paz, en su mundo, y aquel que se ampara en las convenciones sociales, en la supuesta locura del “emboscado”, del “otro”, para imponer sus decisiones. Este juego de contrastes -entre pasado y presente, entre lo viejo y lo nuevo, entre “el hombre que sueña” y “el hombre que vive en la realidad”- recorre por entero La civilización y la nada. Y De Rus toma partido. La consecuencia más evidente es una clara tendencia a la crítica de costumbres, un desprecio a las maneras de nuestra civilización, que se instala a modo de inserto en los relatos, pero que se realiza casi siempre sin énfasis, como cuando dice que en Linares “la revolución industrial y la globalización económica habían dejado muertos en vida, desocupados, a los hombres adultos”, o como cuando afirma que las llamas de los libros en Fahrenheit 451 “transmitían el mensaje y denunciaban la quema de libros y cuadros por parte de los nazis, la persecución a los comunistas en Estados Unidos, las bombas atómicas con las que Estados Unidos mató cientos de miles de seres humanos inocentes en Japón, las hogueras de la Inquisición”. Sólo a veces –De Rus no lo puede evitar- la voz del narrador se convierte en un estallido como cuando retrata en pocas líneas el podrido sistema en el que nos movemos: “Nuestros dueños son más inteligentes que nosotros. No hace falta quemar ninguna obra; se corrompe el sistema educativo y asunto arreglado. Hemos convertido a los ciudadanos en siervos satisfechos; se les da los centros comerciales para que vomiten su ocio, restaurantes de comidas basura, miles de películas iguales para adolescentes idiotas, cientos de canales de televisión, y ya no ha nada que quemar…Nadie lee, y si alguien lee, da igual, se ha prostituido la democracia y votan en masa los noventa y nueve asnos en contra del voto del hombre que ha leído. Asunto arreglado. Final”.
Abanderado de un grupo de escritores conocido ya como “generación irreverente”, y que el poeta Luis Alberto de Cuenca ha llegado a comparar con los prerrafaelitas, De Rus nos invita en La civilización y la nada a la ensoñación y a la reflexión a partes iguales. Obsesionado por la falsa verdad instalada en nuestras vidas, por el analfabetismo generalizado, por la pérdida del sentido original y veraz de las cosas, por la búsqueda de la belleza en las historias del pasado, se observa en De Rus un cierto desapego a todo lo que representa el presente. Es como si los personajes necesitasen instalarse en los sueños para poder vivir. Y esos sueños sólo los proporcionan las drogas, el cine, los libros y la música.
Convencido de que la verdadera belleza está escondida, de que la vida es una constante búsqueda, he llegado a la convicción, tal como se dice en el texto, de que “sólo por el arte merece vivir”. Y dicho esto me despido con las palabras de Alicia Arés que cierran el prólogo: “De nuevo con de Rus tenemos que afirmar: Los sueños, solo”.
No sé si mi apuesta por los sueños y los libros llegan al síndrome de Diógenes, creo que no, no sé si por cobardía, instinto de supervivencia o falta de consecuencia. Los relatos que nos refieres parecen prometedores y, por cierto, la editorial empieza a parecerme admirable. ¿Sabes? Me has recordado a un tipo que conocí hace muchos años y que, por lo que ahora entenderás, no he vuelto a ver. Era profesor de matemáticas y un afable y bondadoso compañero, muy culto y con una sensibilidad sutil que hacía especialmente grata cualquier conversación ante el café. Le perdí de vista y mucho tiempo después, al encontrarme al más íntimo de sus viejos amigos, me dijo que ya no le veía porque el tipo había decidido pedir la excedencia, encerrarse en su casa y no ver absolutamente a nadie. Aquel logró por intricados procedimientos su teléfono, lo que a éste encolerizó, insistiéndole en que no volviera a llamarle, ni él ni ninguno de los de su antiguo círculo, obviamente me incluía a mí. Pregunté al otro que por qué tan drástica ruptura: "Ha llegado a la conclusión de que no le gusta cómo es el mundo". Esta frase ha quedado estancada, temo que para siempre, en mi memoria.
ResponderEliminarTodavía resulta sobrecogedor leer en la misma línea expresiones como "civilización" y
ResponderEliminar"nada". El opúsculo de Miguel Angel de Rus me ha impresionado hondamente y me hace reflexionar sobre cosas que el libro muestra con claridad (aunque sea metafórica) y que me duele mirarlas y admitirlas.
El nuevo espectro que recorre Europa se llama nihilismo. Vigías atentos, como Jean Paul, apostados en puestos avanzados, anunciaron la llegada de las vanguardias del formidable enemigo. El hecho sobrecogedor de que la oleada no era frenada por dique alguno ("die Wüste wächst", el desierto crece, era el grito de Nietzsche y Jürgen) fue alertado por quienes todavía querían combatir entre las ruinas o tras las líneas. Sin embargo, el tiempo ha acabado dejando un panorama desolador. Ya sólo quedan individuos en retirada, emboscados en repligue, con la guerra perdida, aunque no se rindan. El libro de Miguel Angel de Rus presenta el escaso margen de resistencia de que dispone el individuo que no se ha rendido aún y que conserva la consciencia y el valor para mantener los ojos abiertos, o al menos para querer ver. Las dos historias que cuenta el libro están llenas de referencias cultas, directas e indirectas. Es la obra de un hombre de cultura, de un hombre de letras en una época donde serlo ya no está bien visto, pues los nuevos despotismos tranquilos bajo la apariencia de democracias no toleran que el sacrosanto principio de igualdad por abajo sea vulnerado en manera alguna. Es verdad que las historias que se cuentan son dos auténticas emboscaduras, dos huidas, dos repliegues a los márgenes de la existencia. La Extraña Noche en Linares recuerda en parte a las historias de anacoretas encerrados en sus cuevas rodeados por tremendas aparaciones y me gustaría saber cuáles han sido las fuentes para componer el relato, (¿quizá Las Tentaciones de San Antonio de Flaubert, dado que se deduce que el autor conoce bien la literatura francesa?). Sólo que aquí la alucinación es más verdadera que la realidad. En las profundidades, mediante la catábasis, se llega a la verdad. Al ascender a la superficie, el personaje contempla el doloroso panorama de los restos la civilización y de un mundo agotado. En ese sentido es el mito platónica de la caverna pero subvertido. También en Yo Fui Quien Imaginó Aquella Escena... vemos un emboscado, no simbólico, ni huido a una cueva, sino un emboscado inter homines que se ha refugiado en el universo de la cultura. Resulta clara, desde el título mismo, la deuda con Farenheit 451 (el autor afirma, por tanto, que nuestro mundo es, por comparación, una distopía.) El viejo muere porque no quiere abandonar sus libros.El emboscado es muerto en su refugio, en su madriguera. La mano homicida es carne de su carne. No hay piedad para el emboscado.
Todavía resulta sobrecogedor leer en la misma línea expresiones como "civilización" y
ResponderEliminar"nada". El opúsculo de Miguel Angel de Rus me ha impresionado hondamente y me hace reflexionar sobre cosas que el libro muestra con claridad (aunque sea metafórica) y que me duele mirarlas y admitirlas.
El nuevo espectro que recorre Europa se llama nihilismo. Vigías atentos, como Jean Paul, apostados en puestos avanzados, anunciaron la llegada de las vanguardias del formidable enemigo. El hecho sobrecogedor de que la oleada no era frenada por dique alguno ("die Wüste wächst", el desierto crece, era el grito de Nietzsche y Jürgen) fue alertado por quienes todavía querían combatir entre las ruinas o tras las líneas. Sin embargo, el tiempo ha acabado dejando un panorama desolador. Ya sólo quedan individuos en retirada, emboscados en repligue, con la guerra perdida, aunque no se rindan. El libro de Miguel Angel de Rus presenta el escaso margen de resistencia de que dispone el individuo que no se ha rendido aún y que conserva la consciencia y el valor para mantener los ojos abiertos, o al menos para querer ver. Las dos historias que cuenta el libro están llenas de referencias cultas, directas e indirectas. Es la obra de un hombre de cultura, de un hombre de letras en una época donde serlo ya no está bien visto, pues los nuevos despotismos tranquilos bajo la apariencia de democracias no toleran que el sacrosanto principio de igualdad por abajo sea vulnerado en manera alguna. Es verdad que las historias que se cuentan son dos auténticas emboscaduras, dos huidas, dos repliegues a los márgenes de la existencia. La Extraña Noche en Linares recuerda en parte a las historias de anacoretas encerrados en sus cuevas rodeados por tremendas aparaciones y me gustaría saber cuáles han sido las fuentes para componer el relato, (¿quizá Las Tentaciones de San Antonio de Flaubert, dado que se deduce que el autor conoce bien la literatura francesa?). Sólo que aquí la alucinación es más verdadera que la realidad. En las profundidades, mediante la catábasis, se llega a la verdad. Al ascender a la superficie, el personaje contempla el doloroso panorama de los restos la civilización y de un mundo agotado. En ese sentido es el mito platónica de la caverna pero subvertido. También en Yo Fui Quien Imaginó Aquella Escena... vemos un emboscado, no simbólico, ni huido a una cueva, sino un emboscado inter homines que se ha refugiado en el universo de la cultura. Resulta clara, desde el título mismo, la deuda con Farenheit 451 (el autor afirma, por tanto, que nuestro mundo es, por comparación, una distopía.) El viejo muere porque no quiere abandonar sus libros.El emboscado es muerto en su refugio, en su madriguera. La mano homicida es carne de su carne. No hay piedad para el emboscado.
Debemos deducir que Vegecio y Jose A. son la misma persona.
ResponderEliminarEstos emboscados me gustan.
ResponderEliminarFdo.
Lady Halcón
¡¡¡¡¡viva la emboscadura!!!!!
ResponderEliminarque pesadito el anónimo de los vivas. dí algo más.
ResponderEliminarLady Halcón.
Dos análisis extraordinarios. Fantásticos. se nota que proceden de personas de gran cultura.
ResponderEliminarHola, soy la hermana de Vegecio. Me gusta tu blog. Otro día escribo más, saludos.
ResponderEliminarBelén.
Postscriptum
ResponderEliminarHola, siento haber escrito el mismo comentario dos veces, pero bueno así ha caído la máscara de José A. Tampoco ha sido malo reiterar por partida doble mi admiracion ante La Civilización y la Nada.Saludos a todos.
Muchas gracias por los comentarios tan amables sobre mi librito, editado con excelencia por Alicia (Absurda Fábula) y con ilustraciones de mi admirada Marcela Böhm.
ResponderEliminarPedro Amorós es un encanto de hombre, además de muy buen escritor, y los demás que habéis perdido algunos minutos leyéndome sois también muy majos.
Los que escribimos sabiendo que casi nunca hay alguien al otro lado del papel apreciamos estas cosas.
Ay...
Es cierto, David, que observo en todos los que se acercan a esta atalaya una cierta tendencia a la ensoñación y los libros. Me sobrecoge la historia que cuentas del profesor de matemáticas que decide aislarse porque "ha llegado a la conclusión de que no le gusta cómo es el mundo". No sé, Vegecio, si De Rus estaba pensando en "Las tentaciones de San Antonio" de Flaubert, pero en cualquier caso, conociendo un poco a Miguel Ángel, es muy evidente la influencia de la tradición francesa, de la Ilustración. Esos arrebatos antirreligiosos, en contra del primitivismo salvaje, me recuerdan en cierto modo a Voltaire. Yo también he pensado en el mito de la caverna al leer el primero de los relatos. Lo que más me conmueve es el final del segundo relato, porque efectivamente el pobre emboscado muere en su propia madriguera. No lo dejan tranquilo ni siquiera allí. Saludos. Notorius.
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