La locura que viene de las ninfas (Sexto Piso, 2008) es una pequeña y heterogénea colección de ensayos singular y sugerente que gira en torno a la posesión, la
manía como forma de conocimiento. Calasso se basa en un himno homérico para establecer el origen del conocimiento oracular de Apolo, robado a una ninfa y una serpiente. Y es que Apolo y Dioniso recibieron de Zeus el mismo tipo de conocimiento: la posesión. La voz que brota del oráculo es doble (el conocimiento y la divinidad) “porque corresponde a una mirada doble, la mirada que observa y la mirada que contempla a quien observa, el ojo de Apolo y el ojo de Pitón oculto en él, la ninfa que brota en lo invisible”. Obsesionado por relacionar las ninfas con la posesión, Calasso se muestra crítico con la pléyade de estudiosos que han vinculado exclusivamente las ninfas a la fertilidad y observa con precisión que ya Aristóteles definió un tipo de felicidad para aquellos poseídos por las ninfas (
nymphóleptoi), pues “para los griegos la posesión fue ante todo una forma primaria del conocimiento, nacida mucho antes que los filósofos que la nombran”. Dos ejemplos de poseídos por las ninfas,
nymphóleptoi, poseídos por el conocimiento, son Sócrates y Warburg. La purificación para su
manía se produce de diferente forma: Sócrates entona una palinodia a Eros y las ninfas, Warburg escribe y lee en voz alta un ritual sobre la serpiente. “La
manía”, concluye Calasso siguiendo a Sócrates, “es más bella que la
sophrosyne” porque procede de los dioses mientras la
sophrosyne nace entre los hombres. En definitiva, la locura que procede de las ninfas provoca en los poseídos un mayor acceso al conocimiento.

La incapacidad para entender de qué está hecha la literatura ha impedido comprender, por ejemplo, que
Lolita es un libro de “homenaje a las ninfas ofrecido por alguien que había sido subyugado por su poder”. El mismo sentimiento se puede aplicar al cine. Lo que vemos en
La ventana indiscreta es la mente y sus fantasmas según la interpretación de Calasso. Las imágenes que vemos en el interior de cada una de las ventanas “no son reales, son hiperreales”, son la visión de la mente, el plató de la mente, el ojo soberano del fotógrafo. De igual modo, encuentra Calasso en el nudo central de la película la relación entre sacrificio y hierogamia (un tema muy querido por el escritor italiano y ya tratado en
Las bodas de Cadmo y Harmonía). Hablando de cine, por cierto, Calasso pone en evidencia “la risible categoría del cine de arte o cine de autor, desdeñosamente diferente del cine comercial” y recuerda que la mitología y los géneros han migrado al cine por el fetichismo de nuestra época.
Por si fuera poca cosa esta mezcla de elementos y temas diversos en
La locura que viene de las ninfas, Calasso nos describe a Bruce Chatwin como un
outlandish obsesionado con los nómadas a quienes veía seguramente como el vestíbulo del Paraíso, precisamente porque él era un auténtico
qalandar, algo así como un “migrante religioso, libre como el viento “. Como la diosa Inanna, como Chateaubriand, Chatwin es un buscador de imágenes, de conocimiento. En Chatwin vive el mito del viaje. Otro tipo de delirios son lo que experimenta Kafka -el delirio naturista y el ansia por conocer nuevas personas o la manía erótica por una actriz, Frau Tschissik- o Canetti, para quien el presentimiento es una forma de conocimiento, como cuando se presiente que un libro es importante. “Al cabo de la experiencia, una vez que el libro haya sido leído, ese objeto puede haberse convertido en una obsesión, como una larga pasión amorosa”. Esta pasión por los libros, que también sufre Calasso, se manifiesta en el último de los artículos que componen
La locura de las ninfas al definir el escritor italiano lo que entiende por arte de la edición –que a la sazón él también practica-: “Y este arte puede ser juzgado en ambos casos [el de Aldo Manuzio y el de Kurt Wolf] con los mismos criterios, el primero y el último de los cuales es la
forma: la capacidad de dar forma a una pluralidad de libros como si fueran los capítulos de un único libro”.