jueves, 31 de marzo de 2011
Henryk Sienkiewicz
Al leer Liliana, de Henryk Sienkiewicz, se tiene sin duda la sensación de revivir imágenes procedentes de films clásicos americanos, y brota a su vez el eterno recuerdo de innumerables películas que narran la epopeya de los emigrantes hacia el Oeste y nos traen el aleteo de infinitas llanuras, de bosques inmensos, de ríos profundos y montañas infranqueables. La novela –publicada por Ediciones Irreverentes, junto con El torrero, en 2005- se presenta como una historia oral contada por un viejo capitán –a la sazón protagonista de la narración, y polaco- al calor de las llamas, como un anciano fabulador. Una caravana de emigrantes se dirige hacia la dorada California en 1849. A Ralf, el narrador, se le antoja una caravana bíblica que marcha a la tierra de promisión y cuyo patriarca es él mismo. El grupo conforma “…un mundo diminuto separado del resto de la sociedad, encerrado en sí mismo, entregado a una suerte común, amenazado por los mismos peligros”. Sienkiewicz nos describe el trayecto de la caravana jalonado por una serie de ritos y lugares comunes en la mitología de la expansión y colonización del Oeste: la fiesta con baile, que se cierra con una oración, un rezo, entonando el salmo “errando por el desierto”; la presencia de los indios; el difícil paso por el río Missouri, una operación que dura ocho días; la alegría y la felicidad divina que supone el contacto con la naturaleza misma; el matrimonio sagrado de Liliana y Ralf, santificado por la tradición de los desiertos, las estepas y los bosques; la ceremonia nómada, usual entre la gente que pasa la mayor parte de su vida en los carros, según la cual la novia debe recorrer todos los carros negando que sea su casa hasta llegar al carro del esposo; el solemne misterio que entraña la visión de las Montañas Rocosas; la presencia de hombres de las praderas convertidos ya en mitos, sobre los que se escriben libros; y la leyenda sobre las riquezas y el clima de California. Todo el relato está impregnado de un realismo descarnado, mostrando el dolor y las desgracias que sufre la caravana a lo largo de su recorrido. Pero el realismo resulta sublimado por una mezcla de misterio que envuelve las descripciones de la naturaleza y el amor entre Liliana y Ralf, dos aspectos que van íntimamente entrelazados. El relato se cierra con la búsqueda de una tumba, pues tras la muerte de Liliana, el protagonista ha vuelto inútilmente todos los años a Nevada esperando encontrar rastros de la fosa donde yace su amada. Con ello pretende dar sentido a su vida. “…Huérfano de su cariño [el de Liliana]”, proclama Ralf, “me encuentro mal en este mundo. Vive el hombre y sigue su camino entre los hombres, y acaso también sonríe, pero el viejo corazón solitario llora, ama y recuerda”.
En El torrero, Sienkiewicz se hace eco de la historia de un anciano que vigila un faro, llevando una vida monacal, solitaria, casi como un prisionero en el islote donde se encuentra la torre. Skawinski es un emigrante polaco que ha viajado por medio mundo, con numerosas andanzas y aventuras, con un destino trágico que le imposibilita quedarse en ningún sitio y que pretende encontrar en el faro “un solitario rincón donde descansar y esperar tranquilamente la muerte”. El aislamiento del mundo exterior conduce a Skawinski a una especie de misticismo. La lectura de unos libros en polaco hace rememorar al torrero su lejano país, la amada patria y su lengua. Es, entonces, cuando su mente se llena de recuerdos. Un sueño conduce a Skawinski directamente a su aldea natal. Despedido de su trabajo, emprende viaje a Nueva York en un vapor, volviendo a su vida peregrina, pero el pobre anciano “ya no iba recto, sino muy encorvado, y sólo sus ojos conservaban un brillo especial”. Su tiempo se acaba. Entre sus brazos sostiene un libro en polaco.
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Hola, ¡qué sorpresa! Antes de ver tu entrada cayó en mis manos por casualidad el tomo II de las obras escogidas de Henryk Sienkiewicz, publicado antaño por Aguilar.
ResponderEliminar"El torrero" me sobrecogió por sus ecos schopenhauerianos, el anciano protagonista no quiere querer, desea aniquilar su voluntad, recluirse para morir tranquilo, de tal manera que parece integrarse a la perfección en el pequeño microcosmos que le rodea, olvidándolo todo (primer paso para la muerte). Pero la inopinada lectura de un libro polaco le despierta la nostalgia por el hogar, es casi un viaje chamánico de lo vivo que resulta. De ahí que este "polaco errante" (igual que su homólogo judío, sin patria) vuelva a ser "esa hoja seca que arrastra el viento" cuando pierde su empleo, y que vuelva a su vida nómada acompañado tan sólo por ese libro que le ha despartado a los recuerdos de su vida pasada y de su hogar. Pero claro no es un libro cualquiera, de las citas mencionadas en el relato se deduce que el libro polaco que le ha arrancado de su faro con todo vigor no es sino la gran epopeya "Pan Tadeusz" de Adam Mickiewicz, el gran romántico polaco, comparado tantas veces con Byron.
Gracias por las referencias al libro polaco. Te recomiendo que leas también "Liliana". No había pensado en los ecos shopenhauerianos de "El torrero" y no sé si Sienkiewicz leyó a Schopenhauer. Saludos. Notorius.
ResponderEliminarExcelente crítica y excelente complemento. Pues sí, este hombre era un gran escritor, a pesar de su obra más famosa "quo vadis" El problema para editarle es que en españa si le conocemos 1000 lectores vamos que chutamos.Por cierto, hay que escuchar a Pedro en Sexto Continente, que nos vas a aconsejar este fuin de semana este libro.
ResponderEliminarSi Polonia es un país de fronteras móviles los polacos bien pueden, con más facilidad que su propio país, moverse por este planeta de herrumbre. No he leído a Sienkiewicz pero me ha interesado mucho la historia de ese emigrante al revés, de ese encorvado señor que vuelve al este con un libro bajo el brazo. Me he acordado del ciego Cerezo persiguiendo eslavos por la ciudad de Murcia, un poco encorvado también y con un libro de por medio, y de Mendel, el de los libros, personaje de Zweig aferrado al libro como objeto. ¿Cómo regresar, me pregunto a veces?
ResponderEliminarA vueltas con Sienkiewicz, ha caído en mis manos "Sin dogma", que os recomiendo...
ResponderEliminarEcos inequivocamente schopenhauerianos he encontrado (con cita directa además) en otra gran novela de Sienkiewicz, "Sin Dogma". No sé si hay edición reciente, creo que no. Yo la he leído en una de comienzos del siglo pasado (¡qué hermoso es leer un libro antiguo!) El personaje central es un individuo ahogado por la cultura, de tal manera que todo es artificio y por consiguiente no ama verdaderamente. Su concepción del amor (porque el libro es una historia de amor), el deseo constante de acallar su voluntad y la irresistible fuerza del erotismo, la concepción de la obra de arte y de la música como algo narcotizante, el obsesivo deseo por hundirse en la muerte y en la nada al final de la historia, todo en fin, me ha recordado a Schopenhauer, sin que por ello dejara de ser Sienkiewicz.
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