miércoles, 30 de noviembre de 2016
La larga marcha
Rafael Chirbes
siempre ha estado interesado por la historia. Se ha llegado a decir que leía
con asiduidad los Episodios Nacionales de
Galdós porque veía en ellos posiblemente un modelo que podía aplicar a nuestra
época. En 1996 Chirbes publica en Anagrama una novela que abarca un largo
periodo, desde la postguerra en los años cuarenta hasta finales de los años
sesenta. La novela se titula La larga
marcha. Es el inicio de un proyecto que tiene continuación con La caída de Madrid y Los viejos amigos. Empleando una mirada
poliédrica que incluye el estudio de varias familias en descomposición y con un
estilo ampuloso, minucioso y detallista, Chirbes acomete la tarea ejemplar de
retratar las esperanzas y desencantos de dos generaciones sucesivas en La larga marcha, enlazando los desgarros
y frustraciones de la postguerra con las nuevas posibilidades que ofrecía el
comunismo en los años sesenta.
La primera parte del libro, titulada El
ejército del Ebro, es una recreación histórica de los años cuarenta, un
retrato de grupos de distinto signo social, desde los Amado, una sencilla
familia campesina que vive en un pueblo gallego, vinculada a la tierra y sus
raíces, y que finalmente se ve obligada a emigrar a Madrid por la construcción
de un pantano, hasta las familias acomodadas de la alta sociedad madrileña,
como los Seseña, un claro ejemplo de aristocracia en decadencia. En este amplio
arco social que trata de cubrir Chirbes no faltan las historias de
supervivientes de la guerra, individuos que han permanecido años en la cárcel
por cometer delitos de carácter ideológico. Este tipo de personajes permiten a
Chirbes ahondar en una visión cainita de España, en la imposibilidad de
levantar el país por la falta de intelectuales y poetas, en la pérdida de la
dignidad y en la idea de derrota que anida como un sentimiento en gran parte de
la población española. Tampoco se olvida Chirbes de los jornaleros andaluces,
individuos que no atesoran nada, que viven de lo poco que ganan en temporadas
de recolección, trabajando como temporeros en los arrozales. La degradación
progresiva de los personajes, que afecta incluso a las élites, es un reflejo de
la vida de la postguerra. En Madrid hay gente que debe dedicarse al contrabando
y al estraperlo para sobrevivir y cualquier oportunidad que se presenta provoca
miedo porque es el temor a una nueva vida, a una posible opulencia, a la
riqueza, cuando siempre se ha sido un pobre desgraciado. En este sentido, la
descripción de Madrid en los años cuarenta es la de un lugar sin oportunidades,
que se lo traga todo.
En la primera parte del libro, Chirbes cuenta retazos del final de la
guerra, del exilio, y combina a partes iguales el miedo, el dolor y el hambre.
En la segunda parte, titulada con toda intención La joven guardia, hay un salto cronológico, la narración se sitúa
en los años sesenta, en la generación de los hijos de la postguerra, y se torna
más cercana, como más autobiográfica. Es lícito pensar que en las voces
superpuestas de los jóvenes personajes que afloran en estas páginas se
encuentra el recuerdo de las experiencias de Chirbes en el orfanato y en la
universidad madrileña. Se superponen de este modo las reglas estrictas, el
orden y la violencia que rigen en el internado con las lícitas aspiraciones a
escribir, la influencia ejercida por la formación cinematográfica o la
experiencia de la homosexualidad.
La desbordante vitalidad de Madrid parece acoger a los personajes de la
novela. En la capital confluyen los emigrantes gallegos, que huyen de la
construcción de un pantano y que en la gran ciudad sufren la violencia del
desarraigo, pero también llegan a Madrid los campesinos extremeños que buscan
nuevas oportunidades y que comprueban, tristemente, el contrate con la vida en
Extremadura, experimentando la soledad. El carácter inhóspito de la ciudad se
advierte en los desagradables olores, que contrastan con los olores naturales
del campo. También confluye en Madrid una generación de jóvenes, los niños de
la postguerra, que mayoritariamente va a estudiar en la universidad, un grupo
intelectual de estudiantes que discute sobre literatura y filosofía y que
configura la nueva generación que luego llevará a cabo la transición política.
El desarrollo de las ideas marxistas y la alternativa comunista se presentan
como la esperanza para un nuevo país y una nueva sociedad. Chirbes parece
recrear ambientes que él también vivió, desde la Facultad de Filosofía y
Letras de la Ciudad Universitaria
hasta los cine-clubs del centro de Madrid, pasando por el sindicato clandestino
de estudiantes. Mezclando lo sentimental con lo literario, Chirbes se centra en
la relación existente entre el despertar sexual de los personajes y la
esperanza en una revolución comunista.
La novela está plagada de pequeñas historias que van entrelazándose como
si se tratase de un tapiz, de detalles que enriquecen la narración, de
situaciones sugeridas, de intersticios que el lector debe rellenar. En la larga marcha se habla de los
supervivientes de la postguerra, de la brutalidad de los nuevos ricos, de la
emigración y el desarraigo, de la esperanza en la revolución. En la novela
flota, no obstante, una tenaz melancolía, fruto del desencanto ante las
oportunidades perdidas y la decepción ante los sueños desvanecidos. La larga marcha finaliza en los sótanos
de la Dirección General
de Seguridad. Allí parecen concluir todas las esperanzas depositadas en la joven
guardia.
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