lunes, 31 de diciembre de 2018
El nacimiento de la filosofía
En 1975 Giorgio
Colli publica un ensayo sugerente y extraordinario, El nacimiento de la filosofía (Tusquets, 1994), en el que distingue
entre sabiduría y filosofía, dos épocas diferentes de la cultura griega. La
filosofía, precisamente como aspiración a la sabiduría, se inicia con la
actividad literaria de Platón. La época de los sabios es, en cambio, la época
de los antiguos. La veneración platónica del pasado emana de esta consideración
que permite comprender la “tendencia a recuperar lo que ya se había realizado y
vivido”. Giorgio Colli relaciona el origen de la sabiduría con el dios
Apolo y con la adivinación, con la palabra del dios transmitida a través del
oráculo y cargada por tanto de oscuridad y ambigüedad. El dios Apolo comunica la
sabiduría. La interpretación de Colli, como se sabe, parte de Nietzsche pero
concediendo ciertamente a la divinidad una nueva dimensión. La intención de
Colli es ampliar y modificar la perspectiva ofrecida por Nietzsche. “Apolo”,
escribe Colli, “no es el dios de la mesura, de la armonía, sino de la
exaltación, de la locura”. Esta visión trata de superar el carácter
restrictivo y antitético (Apolo-Dionisos) de la interpretación de Nietzsche.
Para justificar esta aseveración, Colli recurre a la interpretación platónica
de la manía, de la locura, que se
formula en el Fedro. Efectivamente,
los bienes más preciados, entre ellos la sabiduría, proceden de la manía, distinguiendo Platón entre cuatro
especies de locura. De Apolo y Dionisos provienen la locura profética y la
locura mistérica. Puede aventurarse al mismo tiempo que la locura poética es
obra de Apolo y que la locura erótica procede de Dionisos.
Más allá de Apolo, la adivinación y
la manía, en el origen se encuentra
el mito. Colli plantea una interpretación simbólica del mito griego
posiblemente más antiguo, el mito cretense de Minos, Pasifae, el Minotauro,
Dédalo, Teseo, Ariadna y Dionisos. El laberinto es en la esfera dionisíaca lo
que el enigma representa en la esfera apolínea. La interpretación de Colli
apunta sin ninguna duda a la relación entre sabiduría y enigma, documentada
desde época arcaica. “Sólo quien resuelve el enigma”, escribe Colli, “puede
salvar a la ciudad y a sí mismo: el conocimiento es la instancia última,
respecto a la cual se libra la lucha suprema del hombre. El arma decisiva es la
sabiduría”. Pero el enigma no sólo está vinculado a la divinidad, se
encuentra también en boca de los sabios griegos, porque los hombres que aspiran
a resolver un enigma son aspirantes a sabios. El enigma tiene un fondo
religioso y sapiencial. Todavía en el siglo IV, las páginas de Platón están
llenas de enigmas que conservan ese carácter sagrado, solemne, antes de
convertirse en agón, en juego de
sociedad, provocando lo que Colli denomina “humanización del enigma”.
Colli también relaciona la sabiduría con el sentido de “lo
oculto”, que adquiere una dimensión esencial en Heráclito, capaz de combinar
este pathos de lo oculto, “la
tendencia a considerar el fundamento último del mundo como algo escondido”, con una visión que parece entrever el alma como principio último, de
modo que se podría aventurar “la hipótesis de que toda la sabiduría de
Heráclito sea un tejido de enigmas que aluden a una naturaleza divina
insondable”. Volvemos en todo caso al terreno del enigma porque la
argumentación de Colli pretende enlazar el enigma y la adivinación con la
primera época de la dialéctica. Colli habla en términos de continuidad. “El
enigma aparece como el fondo tenebroso, la matriz de la dialéctica”. Al
humanizarse el enigma se convierte en agón
y la dialéctica surge del agonismo. El camino de la dialéctica culmina con
Parménides y Zenón, con quienes parece declinar la era de los sabios. El logos pierde poco a poco su fondo
religioso y el nihilismo se impone. “Gorgias” escribe Colli, “es el sabio que
declara acabada la era de los sabios, de aquéllos que habían puesto en
comunicación a los dioses con los hombres”.
Con la centralización de la cultura
en Atenas a partir de mediados del siglo V, la dialéctica pierde su carácter
esotérico y adquiere un carácter público. De la degeneración y vulgarización de
la dialéctica surge la retórica, que también tiene un tono esencialmente oral,
pero que busca esencialmente persuadir a los oyentes. En este proceso juega un
papel esencial la escritura. El orador necesita preparar bien sus discursos,
por lo que resulta obvio pensar que dichos discursos eran redactados antes de
ser pronunciados. La escritura “por regla general es un simple medio
mnemotécnico” antes de alcanzar la autonomía expresiva con la aparición
de un nuevo género literario, la filosofía. Con la generalización de la
escritura se modifica la estructura del logos
y la dialéctica se traduce en literatura. El fenómeno se materializa en los
diálogos platónicos. En este sentido, es importante tener en cuenta dos
consideraciones: en primer lugar, Platón piensa que la era de Heráclito,
Parménides y Empédocles es todavía la era de los sabios y, en segundo lugar,
Platón define su literatura como filosofía
en oposición a la sofía anterior.
Colli señala hacia el final del
libro, y no por casualidad, la importancia de dos textos para la correcta
interpretación del pensamiento platónico. Los dos textos, hasta hace poco
prácticamente olvidados y hoy en día frecuentemente citados a partir de los
estudios de la escuela de Tubingen, se encuentran en el Fedro y en la Carta séptima. Aunque Platón critica la
escritura en estos pasajes, queda claro que la nueva criatura, la filosofía,
surge del fervor literario y artístico de Platón. La filosofía mezcla retórica
y dialéctica a partes iguales. Curiosamente, tanto Platón como Isócrates
denominan a su trabajo con el mismo nombre, filosofía, y enseñan con idéntica
fuerza la paidea entre los jóvenes.
Ambos compiten por la hegemonía en la polis. En realidad, Platón e Isócrates
convergen en los fines y hasta cierto punto en los medios. En la visión de
Colli, la suerte sonríe a Platón por “haber absorbido en su creación la
tradición dialéctica, la tendencia teórica, uno de los aspectos más originales
de la cultura griega”. La filosofía deriva, pues, de la creación
platónica. No obstante, la filosofía es un vástago de la sabiduría, “pronto
atrofiado”, sedimentado y cristalizado en tratados sistemáticos. Por
eso no extraña que Colli, finalmente, considere “más vital” la
sabiduría que la propia filosofía. La sombra de Nietzsche, no cabe duda, es
alargada.
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