domingo, 31 de marzo de 2019

36 maneras de quitarse el sombrero



El escritor y editor Miguel Ángel de Rus ha reunido en 36 maneras de quitarse el sombrero (M.A.R. Editor, 2018) una variopinta y sugerente colección de relatos de humor, creados con “animus jocandi” como el mismo autor apunta en una suerte de advertencia previa a la lectura. La honorabilidad de algunos de los personajes que aparecen en los cuentos, y que podrían identificarse con personas reales, jamás se pone en duda. Con este arranque irónico y humorístico, el libro vuela en todas direcciones. De Rus se fija atentamente en el mundo que le rodea. Y lo que ve, como no podría ser de otro modo, no le gusta.  Por eso, la sociedad que envuelve a los personajes se manifiesta en franca descomposición, porque De Rus no soporta la vulgaridad de los tiempos en los que vivimos, no soporta el progresismo de salón, no soporta lo políticamente correcto y no soporta, en definitiva, a los grandes magnates. No es casualidad, pues, que De Rus encuentre en la ficción el justo castigo que merecen esos nuevos aristócratas que viven ajenos a las desgracias del mundo. Pero más allá de esta sociedad degradada, el espíritu claramente decimonónico del autor, a contracorriente, dedicado plenamente a la observación, se pone en evidencia en esos personajes que sienten náuseas al contemplar el mundo, que no entienden porque en un urinario se vende publicidad o en una cafetería la tecnología te aplasta con su propaganda insulsa. Son seres que buscan la soledad y el aislamiento, acompañados de sus inseparables libros. Pueden ser periodistas, escritores o simples ciudadanos aburridos del devenir de la sociedad, como es el caso de ese personaje de Una justicia horizontal, que vive en un falansterio rodeado de libros y música, dedicado a la meditación y que cultiva un pequeño huerto.
Miguel Ángel de Rus

Conviene no olvidar que algunos de estos personajes que pueblan los cuentos claramente han claudicado, sólo esperan la jubilación porque son ajenos al avance del mundo, como el médico de ¿Y su juramento hipocrático? O, en todo caso, fruto del desamor se dejan arrastrar por la desilusión, la renuncia y la derrota, como en El pan ácimo. Son seres, en definitiva, que muestran una cierta desesperanza, una falta de optimismo ante el futuro de la sociedad. Reflejan la desesperación de no poder hacer nada, porque la opinión pública se ha impuesto, lo políticamente correcto, porque vivimos en una época en donde “la opinión de un sabio vale menos que la de cien locos”. Y si De Rus revive a escritores que adora, como Kafka, Proust o Mihura, es para mostrar siempre un tono pesimista, un cierto desapegado del mundo. Por eso, cuando aparece Mihura en un teatro es para reflejar el distanciamiento del escritor, separado de las prácticas cotidianas de la sociedad actual.
            Algunos cuentos tienen un cierto tono autobiográfico, pero todo parece filtrado por el sentido del humor, desde el feminismo, el animalismo, el ecologismo y el nacionalismo, hasta la madre patria. De Rus bromea a propósito de los Borbones, a los que no soporta, hace escarnio de la monarquía británica, se burla de los servicios de inteligencia y plantea con ironía una posible adaptación de los clásicos a la moral actual. Incluso bromea con la dichosa construcción del muro mexicano, poniendo en solfa los verdaderos intereses políticos que hay detrás de cada acción. Pero no se olvida tampoco de ironizar a propósito de la literatura que se ha impuesto en nuestros días, con la forma en que se escriben la mayoría de los libros, con la disposición de los escritores a recibir premios de antemano. El humor, en definitiva, sirve a De Rus para hacer una radiografía pesimista del avance del mundo, plasmada en el contraste que se establece entre el escritor y el mundo que contempla.
            También hay relatos que hacen gala de un profundo erotismo, de un cierto regusto por los juegos del placer y de la mirada, dando la sensación de que cualquier cosa se puede convertir en un espectáculo. A veces, De Rus saca a la luz de forma algo velada escándalos actuales, haciendo burla de los periodistas. A veces también, muestra las disputas pasionales, producto de los instintos más bajos, y trata con ironía la violencia que ejercen las diversas religiones, las mentiras implícitas en la idea de apocalipsis.
De Rus, en cualquier caso, parece elevarse allí donde el relato camina entre la realidad y la ficción, cuando todo se asemeja a una ensoñación, como en Hieródula bellísima, donde la aventura del protagonista con la joven sacerdotisa tiene los aires de un sueño, o en El rayo rojo, donde un científico consigue dar vida a un héroe soviético para luego devolverlo a la muerte. Y siempre, o casi siempre, mostrando contrastes, allí donde la inteligencia y el silencio se manifiestan como atributos contrarios al ruido que nos acecha por todas partes. Y siempre, o casi siempre, la sensación de que nos envuelve una realidad totalmente manipulada, que más allá de la búsqueda de la verdad, hemos entrado en una fase que irónicamente De Rus denomina “un mundo de posverdad”. Reconociendo que siempre ha sentido debilidad por los placeres estéticos, De Rus, parafraseando a uno de sus personajes, no reconoce más supremacía que la aristocracia del saber.

No hay comentarios:

Publicar un comentario