jueves, 30 de enero de 2020
Versos para la Navidad. Villancicos
Para Luis García Arés y Alicia Arés, fundadores de Cuadernos del
Laberinto
La editorial
Cuadernos del Laberinto ha publicado en diciembre de 2019 el volumen número 100
de su colección de poesía. Para celebrar el evento, la editora Alicia Arés ha
decidido sacar a la luz un libro delicioso, Versos
para la Navidad.
Villancicos, de su querido padre, ya fallecido, Luis
García Arés. Cuenta Alicia Arés que estos versos se recitaban o cantaban, tanto
da, en el ámbito familiar, en las fiestas navideñas. Ahora, estos vitalistas
versos pasan del ámbito privado al ámbito público para disfrute del lector. La
editora ha querido con ello recordar en cierta medida los orígenes de la editorial
y continuar con la tradición poética familiar. Hay, pues, algo de emocional en
todo lo que envuelve a la edición de este libro y que el lector acepta con
agrado, porque la espera anhelante del poeta, que se traduce en el resplandor,
en el misterio que se busca, es algo que anida en la mayoría de los
corazones.
Luis García Arés se presenta en el
poemario como un hombre viejo que ante el portal donde se produce el milagro se
transforma en un hombre nuevo, lleno de alegría. Podría decirse que el poeta, convertido
en figura de arcilla, como todas las del belén, espera el momento de salir del
cajón en donde reposan todas las figuritas porque está “a la espera / de la Vida verdadera”, ésa
que obra el milagro de cambiar nuestra condición. Y es que el poeta siente que
el hondo sentido de la Navidad
ha sido remplazado por abetos invernales y lámparas de color. Por eso se
entristece, porque “con su brillo terrenal / el espejismo del mundo / nos vela
el amor profundo”. Y por eso también ansía encontrar un hueco para
Jesús en su alma ocupada “por esta vida tan apresurada, tan vacua”. Y
por eso también la búsqueda de una posada que sirva de refugio a la Virgen y José se convierte
en la metáfora que muestra la necesidad de encontrar un espacio para que “quede
el alma enamorada, / sólo por Dios ocupada”. Y por eso también,
finalmente, se acerca en la noche a ese umbral de algo completamente nuevo, de
algo que nos hace renacer, experimentando la llamada del Señor y aprestándose a
contemplar lo acontecido “con los ojos de la fe”. Es como el pastor
arrodillado ante el pesebre que quiere librarse de “los resabios de un pasado”.
En el poemario, la nieve, con su
pureza, es la metáfora adecuada de la Navidad., pues “la nieve con su blancura /
difumina la distancia / entre la mágica infancia / y la vida ya madura”. La nieve “baja silente del cielo” y nos retrotrae a ese momento en
donde el tiempo se difumina y todo es alegre y sereno. El fuego que brota como
una luz en el portal, a imagen de zarza ardiendo, es el misterio, “la Vida misma, el Sendero / y la
verdad que no cambia”. Los ángeles etéreos o el olor a incienso son
elementos que nos conducen al niño recién nacido. Las lágrimas del ángel
pequeñito oyendo las palabras de Jesús son “como el mejor de todos los
villancicos”. Los reyes y los pastores se adelantan al unísono hacia el
portal, movidos por un resplandor, una estrella singular, “que trasciende toda
ciencia”, parafraseando a San Juan de la
Cruz. Y el pozo, finalmente, se convierte
en manantial de gracia divina. Todo en el poemario, pues, nos conduce al
momento de la gloria.
Pero al mismo tiempo hay una
sensación, ineludible, de paso del tiempo. El poeta, que se ha presentado en el
soneto inicial del poemario como un hombre viejo, siente que los párpados se le
cierran, como cuando era niño y no podía vislumbrar a los reyes, pero ahora lo
que se acerca es el sueño que precede a la muerte. Y aunque sabe que “con el
paso del tiempo / algo se pierde”, el poeta encuentra el consuelo
pensando que, cuando se cierren los ojos definitivamente, llegará un momento de
gozo y plenitud.
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