La reflexión
sobre España ha acompañado a Julián Marías, atravesando su vida, manifestándose en toda su obra con la misma
infatigable vitalidad que en el caso de su maestro Ortega y Gasset. En la
primavera de 1980, seguramente porque era una idea que sobrevolaba su mente
desde hacía mucho tiempo, Marías escribe un breve ensayo titulado La guerra
civil. ¿Cómo pudo ocurrir? Aparecido el ensayo en un libro colectivo, La
guerra civil española, coordinado por Hugh Thomas, y en España
inteligible, del propio Marías, se publica por primera vez de forma
independiente gracias a la editorial Fórcola en 2012, con un prólogo, además,
de Juan Pablo Fusi.
El texto plantea una cuestión que atormenta a Marías en torno a la guerra civil: ¿cómo pudo ocurrir? La compleja respuesta a esta determinante cuestión pone en marcha la narración de Marías. Pero, en realidad, late desde el inicio del ensayo un intento de justificación por parte del autor: una forma de ratificar su posición respecto a la guerra, expresada de forma contundente cuando ya daba sus últimos coletazos en marzo de 1939. Esta idea no debe pasar desapercibida si se quiere comprender la gestación de este libro. En este sentido, la posición de Marías en 1980 es clara, es la misma que en 1939: la resistencia a la guerra, cuyo “ejemplo más eminente fue el de Julián Besteiro”. Marías era partidario de firmar la paz, de no prolongar la guerra, siguiendo la postura que había adoptado Besteiro. Por eso vuelve sobre el tema al final del ensayo, retorna a lo que él denomina “la historia del mes de marzo de 1939”, y por eso insiste en el cansancio y en la desilusión dentro del bando republicano, incidiendo sobre todo en los beligerantes.
Dicho esto, la intención de Marías desde un principio es tratar de
entender la guerra para poder superarla, porque cuando estalló, siendo todavía
un joven de veintidós años, todo le parecía desmesurado, no podía entender cómo
había podido estallar el conflicto. En 1980 Marías tiene claro que la escisión
del país en 1936 es una división moral. Habla de “anormalidad social”.
Ahora bien, ¿cuáles son las raíces del conflicto, qué hechos van deslizando esa
división moral y social? Rastreando en los orígenes de la guerra, Marías
atribuye, en primer lugar, un papel relevante a la quema de conventos el 11 de
mayo de 1931, al poco de iniciarse la segunda República. Este acto que no duda
en calificar de “despreciable”, aunque fuese minoritario, generó en una
parte de la población española un sentimiento de rencor hacia la República.
Luego está el hostigamiento al otro, la oposición automática a todo lo que se
plantea desde el gobierno. Marías pone como ejemplo la ley de Azaña que
pretendía la reducción de las Fuerzas Armadas y que generó “resentimiento” entre los militares.
En este rastreo de los orígenes del conflicto, Marías escribe que “la
falta de entusiasmo es el clima en que brota la desintegración”,
refiriéndose a la incapacidad del gobierno republicano para generar entusiasmo
entre la población. Define a los partidos republicanos como “excesivamente
burgueses”, “prosaicos” y a la sociedad civil con un tono “gris, neutro,
negativo”. Esta idea parece ser algo así como una marca de fábrica, “un
tremendo prosaísmo” que Marías achaca también a la República francesa y
a la República de Weimar.
Otro cuestión en la que incide Marías es la puesta en marcha de “una
reforma agraria demagógica y poco inteligente”, que agravaría la
situación en el campo. A todo ello hay que añadir determinados aspectos y
actitudes en la sociedad española que no deben pasar desapercibidos, como la
pereza, la frivolidad de los políticos, los intelectuales, los representantes
de la Iglesia y los sindicalistas.
Una cuestión que considera decisiva es la extrema politización de la
población, que facilitaría los enfrentamientos y que engendraría, al menos en
una porción del país, el “horror ante la pérdida de la imagen habitual de
España”, por la ruptura de la unidad y el fin de la condición de país
católico, entre otras cosas. Este énfasis que pone en la politización del país
viene acompañado, además, de un clima de extrema violencia en toda Europa en
los años 30, con el auge del fascismo y del comunismo, y la actitud “débil”,
“borrosa”, de las potencias democráticas.
Entre los factores que ponen en
jaque el juego democrático, Marías señala los sucesos acaecidos el 10 de agosto
de 1932 (que no menciona, aunque todos sabemos que se refiere al golpe militar
de Sanjurjo), pero sobre todo “la irresponsabilidad máxima fue la insurrección
del Partido Socialista en octubre de 1934, aprovechada por los catalanistas”
(aquí sí que da nombres), “que llevó a la destrucción de una democracia eficaz
y del concepto mismo de autonomía regional”.
El aspecto más determinante en los
orígenes del conflicto, en la visión de Marías, es la polarización del país por
la influencia cada vez mayor de los partidos más extremistas o radicales.
Falangistas y comunistas, que en principios eran grupos minoritarios, pasan a
imponer poco a poco sus puntos de vista. “El proceso que se lleva a cabo entre
los años 1931 y 1936 (y, si se quiere mayor precisión, de 1934 a 1936)”,
escribe Marías, “consiste en la escisión del cuerpo social mediante una
tracción continuada, ejercida desde sus dos extremos”. Se van imponiendo
determinado tipo de opiniones, más o menos relacionadas con estos grupos más
extremistas y beligerantes, sin ningún tipo de actuación o intervención por
parte de los intelectuales de la época, hasta el punto de que Marías escribe
que “los intelectuales responsables se desalentaron demasiado pronto”.
El fracaso que conduce a la guerra,
entonces, es producto no sólo de los que “creían que se iba a reducir a un
golpe de Estado”, sino también de “los que llevaban muchos meses de
provocación y hostigamiento, los que habían incitado a los militares y a los
partidos de derechas a sublevarse”. Las observaciones de Marías son
bastante significativas y parecen apuntar a una ineludible sublevación militar.
Se llega a la guerra, en definitiva, por una disociación entre “la situación
mental colectiva” y la realidad española en 1936. Aquí es donde Marías
concede un papel decisivo a la “interpretación” que se hace de esa
realidad objetiva y que provoca una “anormalidad de la vida colectiva”.
Acabada su interpretación de los orígenes de la guerra, es interesante
constatar que Marías se hace eco de la dura represión tras el conflicto, una
represión que se podría haber evitado, piensa, si se hubiese llegado a un
acuerdo, a una paz y reconciliación. Sus palabras, llenas de humanismo y
bondad, parecen chocar con el espíritu del momento, que hacían imposible
cualquier tipo de acuerdo. La suerte estaba echada. La prolongación de la
guerra se manifestaba en el exilo y la represión. Resultaba imposible, en ese
contexto, “vencer a la guerra”, tal como esperaba Marías en 1939 e incluso todavía en 1980, cuando escribe este breve ensayo sobre la guerra.
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