miércoles, 29 de junio de 2022

Autobiográfica

 

Desde hace algunos días no dejo de pensar en una frase que escribí hace años para uno de mis cuentos. La frase, en concreto, es la siguiente: “comprendí, al mismo tiempo, que los escritores son unos pobres diablos pues todo lo que intentan en sus libros es una mezcla de su pobre imaginación y las historias que otros han contado”. El texto, sin duda alguna, pretendía ser una broma, una frase irónica que restaba importancia a la labor que como escritor intento desarrollar, pero hace algunos días, mientras disfrutaba de un club de lectura, uno de los avezados lectores, después de leer en voz alta la mencionada frase, me hacía la siguiente pregunta: “¿no le parece que esto es un poco depresivo?”. Trataba yo de conseguir, en aquel momento, que el lector de mis relatos entendiese el carácter irónico del texto, pero la palabra “depresivo” había alzado el vuelo con una fuerza indestructible.


Dándole vueltas al asunto me ha venido a la mente la concepción de
La plegaria de Eos, el segundo volumen de una colección que titulé El rojo y el gris. El libro se publicó en septiembre de 2018. Recuerdo que fue mientras preparaba el libro cuando esa frase esparcida en uno de mis cuentos cruzó mi mente, de nuevo. Como los escritores somos unos pobres diablos que caminamos por el mundo, pensé, en aquel momento, que podría engarzar en La plegaria de Eos algunas de las obsesiones que percibo como comunes en la mayoría de los escritores. La idea que estaba en el centro de todo era la necesidad de buscar vínculos literarios. En un libro de Sebald sobre Robert Walser había leído, precisamente, una frase que no dejaba de martillearme la cabeza: “Todo está vinculado entre sí”. Debo reconocer que esta frase había nacido para acomodarse a mi mente, por lo que no es de extrañar que siga anclada ahí, en el fondo de mi alma. No es de extrañar, tampoco, que me haya acompañado durante mucho tiempo, y que me siga acompañando. Durante toda la elaboración de La plegaria de Eos la frase, en este caso de Sebald, me acompañaba, me inspiraba, me dictaba la búsqueda de conexiones entre escritores, a veces con el acompañamiento del azar o la ayuda de la inspiración del momento.

La melancolía, la necesidad de una nueva identidad, la espera, la ensoñación, la bibliomanía y el afán confesional pasaron a centrar mi atención por aquellos días en que sólo veía vínculos entre escritores. Así fue, pues, como entre determinados escritores advertía un claro afán por la ensoñación, por diluir las fronteras entre realidad y ficción, mientras que en otros autores apreciaba una necesidad clara y evidente de crearse una identidad nueva, un personaje capaz de convertirse en observador de los acontecimientos que tienen lugar en las narraciones. Me dejaba arrebatar también por la voz confesional, autobiográfica, de ciertos escritores, porque esa voz confundía, a propósito, los acontecimientos que se narraban con las vivencias personales. En algunos escritores, además, era evidente una cierta pose, un cierto tono melancólico y nostálgico que no se podía evitar porque formaba parte de la misma esencia del autor. Mis divagaciones, por aquellos días, mientras escribía y organizaba La plegaria de Eos, no podían dejar de lado, tampoco, las continuas referencias literarias, la bibliomanía que se agolpa en cada página que redactan ciertos escritores. Finalmente, la obsesión kafkiana de la espera, con esos personajes que nunca hacen nada y que parecen siempre estar esperando algo, no dejaba de circular por mi cabeza, como si realmente fuese yo, el escritor, el que estuviese esperando algo.

Seguramente, si por aquella época buscaba estos vínculos literarios en otros escritores era porque traducían mis propias obsesiones, esas que en determinado momento no podemos abandonar. Veía, en definitiva, en otros escritores todo que creía o quería ver en mí. Todo ello, además, matizado por una perspectiva personal desde la que abordo siempre los libros, y con ello me refiero no sólo al acto de leer sino también al acto de escribir. Esa perspectiva personal, en última instancia, es la que actuaba para crear esos vínculos literarios que me permitían enlazar en continuidad unos escritores con otros, porque los escritores están sometidos a la tradición, lo quieran o no, lo acepten o no.

Aquí, en este punto, es donde el discurso vuelve al principio: los escritores mezclan “su pobre imaginación” con “las historias que otros han contado”. Por eso, cuando ahora vuelvo a pensar en La plegaria de Eos y retomo el lamento de los escritores, me permito enlazar el viaje al fin del mundo con la necesidad de buscar una nueva identidad, el mar del verano con el retorno a la anhelada infancia, el sufrimiento en una cárcel con la defensa de la humanidad, la transmisión de la tradición con la sabiduría de Shakespeare, el viaje a un faro solitario con la huida hacia la nada y la llegada melancólica del otoño con el trazado de una líneas que ponen fin a un libro o a una frase. Efectivamente, todo está vinculado entre sí, y, tal como yo pensaba, los escritores son unos pobres diablos.

 

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