1. Montevideo
(Seix Barral, 2022), de Enrique Vila-Matas, arranca con la narración de las
andanzas de un aspirante a escritor en el París de los años setenta del pasado
siglo, algo que se asemeja en cierto modo a un relato autobiográfico sobre la
formación de un escritor. El narrador es alguien que busca una nueva identidad.
Por eso, el primer tramo de la novela de Vila-Matas, el capítulo titulado
“París”, es en realidad un esbozo de autobiografía literaria que aborda el
estilo del autor y que se convierte, claramente, en un callejón sin salida. El
narrador despliega sus obsesiones sobre las tendencias narrativas, sobre la
negación de la escritura. Mientras, sobre el tapiz van surgiendo los nombres
que han poblado la mente de Vila-Matas desde el principio: Ricardo Piglia,
Raymond Roussel, Antonio Tabucchi y Paul Valéry. Pero también, más allá
incluso, están los perseguidores de la totalidad, como Herman Melville, Thomas
Wolfe y Macedonio Fernández, y, sobre todo, los perseguidores de la alegría,
como Laurence Sterne. De hecho, la alegría del Tristram
Shandy sirve como talismán al narrador: “Tristram no sólo
es mi amuleto, sino la columna vertebral de todo lo que he escrito”.
Esta sensación inagotable de búsqueda continua atrapa al narrador, que se
presenta como alguien que deja la escritura durante tres años mientras
reflexiona sobre la forma de dar una nueva orientación a su supuesta novela.
“Buscamos el gran lenguaje olvidado, el perdido sendero”, señala el narrador. Por eso, precisamente, la búsqueda de estilo, el lenguaje y los ritmos
pasan a un primer plano, mientras que la trama, los personajes o la historia se
quedan en un plano secundario. El problema que se plantea es evidente y lo expresa
el narrador de forma clara: “me gustaría saber qué puede hacer uno en este
mundo con tan pesado fardo como el de haberse posicionado contra las tramas en
las novelas”. Planteada de esta guisa la cuestión literaria, cualquier
excusa, como por ejemplo una conferencia sobre “la llegada del invierno”, sirve
como digresión literaria y como narración, es decir, como ficción. Queda claro,
en todo caso, que la propuesta del narrador no permite hablar de autoficción,
porque no existe, “porque cualquier versión narrativa de una historia real es
siempre una forma de ficción, ya que desde el instante en que se ordena el
mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo”.
2. La idea es convertir la vida en literatura. El azar se transforma, pues, en motor de la vida y, por lo tanto, de las historias y de la literatura. Es así como una noche en Cascais, en la costa portuguesa, el azar empieza a hilar la historia: el narrador escucha las risas de Jean-Pierre Léaud en el cuarto contiguo y relaciona esta visión con un cuento de Cortázar, La puerta condenada, en donde el protagonista, que duerme en un hotel de Montevideo, escucha cómo llora un niño en la habitación vecina. Para el narrador-protagonista de Montevideo, visitar ese hotel y esa habitación de la puerta condenada se convierte entonces en “un viaje real al lugar exacto de lo fantástico, quizás el lugar exacto de la extrañeza”. Vila-Matas explota a partir de este momento la metáfora de la puerta como lugar de entrada al misterio. Es la llamada de la oscuridad. Una puerta puede conducir a un nuevo paraje, a un nuevo libro. El “laberinto mental” de Montevideo, tal como lo define el narrador, se convierte así en una excusa argumental que sirve para explorar los territorios de la literatura. La misma experiencia, o parecida, que ha tenido lugar en Montevideo se repite en París, cuando el narrador se adentra en una habitación única, en el Centro Pompidou, en una especie de performance creada por su amiga Madeleine Moore. Al entrar en esta habitación, el protagonista siente miedo y turbación: la narración se ha enredado, definitivamente, en un constante cul-de-sac. La metáfora de las habitaciones y las posibles salidas, tanto hacia adelante como hacia atrás, se asemeja sin duda a un callejón sin salida.
3. En tono confesional, el narrador de Montevideo explica que pretende escribir “unas prosas intempestivas, unas leves notas de vida y letras”. Con dichas prosas estaría buscando averiguar quién es realmente y quién es su escritor preferido. Parece, en principio, una de las típicas bromas de Vila-Matas, pero uno tiene la sensación de que es aquí, justamente, donde se debe sondear el proyecto de Vila-Matas, si realmente se puede hablar de proyecto, porque, en realidad, todas las historias que se van engarzando en Montevideo nos llevan a un terreno concreto: la forma en que se plasma la literatura, la forma en que se ejerce el oficio de escritor. Desde este punto de vista, todos los escritores, reales o imaginarios, clásicos o modernos, que cobran vida, que comparecen en Montevideo, certifican el anhelo intrínseco de Vila-Matas por encontrar una voz literaria única, una senda literaria no trillada. La metáfora del “sendero perdido”, del escritor bloqueado, incapaz de seguir escribiendo, tiene algo de autobiográfico, más aún cuando intuimos que quizá todo esto tenga algo que ver con la vida privada de Vila-Matas y la necesidad de superar los obstáculos y las enfermedades, porque el destino del escritor es “elevarse, renacer, volver a ser”. Como Erasmo de Rotterdam, el autor se mantiene entre dos fuegos, viviendo en la indecisión, en la ambigüedad. La idea, en todo caso, es mantener “la conciencia de haber sido independiente y libre hasta el final”, porque, aunque la realidad siempre termina por imponerse, también sabemos que la imaginación ha sido capaz de crear una historia paralela, capaz de mostrar el carácter ficticio de nuestra existencia.
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