sábado, 31 de agosto de 2024

Catedral

  

1. Manuel Amorós ha ganado el VIII Premio de Aforismos Rafael Pérez Estrada con un exquisito libro titulado Catedral (Renacimiento, 2023). Cuando pienso en aforismos me viene a la memoria la airada y sutil reacción de Pushkin ante lo que consideraba una “prosa infantil”, ante el empleo de “blandas metáforas” por parte de determinados escritores. La reacción de Pushkin venía envuelta en una pregunta retórica: “¿Suponen, acaso, que suena mejor por ser más largo?”. Maestro de la literatura de lo mínimo, Amorós huye de las blandas metáforas, como Pushkin. Enarbola la sencillez, la duda, la precisión, la capacidad para nombrar las cosas y escribir de forma distinguible, huyendo siempre del artificio. En este sentido, da la sensación de que la brevedad sienta bien al autor, y da la sensación, también, de que Catedral es un libro que lleva mucho tiempo escribiéndose en papeles y notas dispersas. Cada aforismo, por lo demás, responde a un concepto, una idea que se expresa en el título que antecede a cada texto, a cada una de las invenciones del autor. No es quizá casualidad que el título de uno de los más hermosos aforismos, aquel en el que se lee que “la forma gótica de los paraguas nos hace feligreses de la lluvia”, se haya convertido a la vez en el título del libro. 

2. Como no podía ser de otro modo, los aforismos reflejan la personalidad del autor. Es algo que se intuye, en cada línea, en cada una de las metáforas, en cada una de las bromas del autor. Más que una idea, cada aforismo encierra un mundo: el mundo del autor, por supuesto. ¿Acaso no es posible pensar, por ejemplo, que la melancolía y la nostalgia que desprenden ciertos aforismos responden por entero al estado de ánimo del autor? ¿Acaso no forman parte del escritor el gusto por la invención (fruto de la curiosidad, pero también del tedio) y la paradoja, tal como se deduce de la lectura del libro? ¿Acaso no es evidente que el autor se muestra contario a los dogmas, a la contaminación que provocan las filosofías y las doctrinas? Es evidente, al hilo de estas consideraciones, que Catedral se asemeja a un palimpsesto en el que se va desvelando la identidad del escritor, que se hace transparente, capa a capa, aflorando, como se señala en el texto, desde abajo y desde atrás. 

3. En Catedral se advierte el peso de determinadas tradiciones, desde las greguerías de Ramón Gómez de la Serna a la precisión y la brillantez de la prosa de Julio Ramón Ribeyro, en un trabajo que sin duda alguna recopila años de reflexión sobre lo que el aforismo es y representa. Amorós gusta de las sugerencias, de los contrastes (“se juega al ajedrez para no pensar”), de los juegos de palabras (“la realidad ideal no existe”). Es un bromista que se burla del matrimonio (“si uno engaña a otro es estafa, si dos se engañan es matrimonio”), de la subjetividad, del ego de los seres humanos (“no existe un tumor, existe mi tumor”), de la pedagogía moderna, de la rabiosa actualidad. En ocasiones, el sentido del humor, siempre presente, estalla en brillantes ocurrencias (“el poeta más veloz cruza antes la línea de metáfora”), pero también, en ocasiones, el efluvio poético termina ganando el pulso: “subirse a un tren es recorrer la espina dorsal del paisaje”. Los aforismos recopilados en Catedral funcionan, a veces, como apotegmas, como acertijos o simplemente como juegos, como variaciones humorísticas del refranero (“todo tiene sus desventajas y sus inconvenientes”). También es cierto que algunos aforismos tienen un carácter indescifrable, enigmático, del mismo modo que sabemos que tal como ardió la biblioteca de Alejandría también arden los recuerdos de la mente en una suerte de devastación. Es evidente, llegados a este punto, que para Amorós el aforismo es una estrategia: un camino literario, pero también -casi- un camino de salvación, hacia la ensoñación, hacia la belleza, hacia la poesía, hacia la verdad. Consciente de que el aforismo dignifica el mundo, Amorós “no escribe porque le pasen cosas, escribe para que le pasen cosas”.

 

 

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