lunes, 30 de septiembre de 2024

Una semana en Atenas

 

1. El arquitecto Alfonso Pastor emprende en marzo de 2015 un viaje, largamente esperado y proyectado, con un objetivo claro: recrear un sueño dorado -el viaje de los viajes-, que esconde el anhelado deseo, quizá vislumbrado ya en la infancia, de transitar hacia la cuna de la civilización europea, Atenas, el lugar en que, sin duda alguna, se transforma la historia de Europa. A raíz de ese viaje, Pastor escribe un libro, Una semana en Atenas. Entre la deconstrucción del país y el rescate de nuestros orígenes (Europa Ediciones, 2022), una especie de diario que detalla los acontecimientos vividos durante su estancia en Atenas y que, entre notas históricas y costumbristas diversas, con continuos contrastes entre lo antiguo y lo moderno, reflexiona, entre otras cosas, sobre la situación de Grecia en el contexto europeo. El subtítulo del ensayo, en este sentido, es bastante significativo porque Pastor aprovecha cualquier detalle para trasladarse a la historia griega o referirse a la situación actual de Grecia y la necesidad de progreso. Este constante deslizamiento entre el pasado glorioso de Atenas y los problemas del presente define con nitidez los propósitos del autor. Todas las anotaciones que desvelan la importancia de la democracia en Atenas contrastan con la situación caótica de Grecia, sometida a un difícil equilibrio entre democracia y globalización. Ahora bien, cuando se trata de buscar las causas de esta terrible situación, el autor apunta siempre en la misma dirección: las decisiones de los políticos han hundido al país. Este énfasis del autor en el contexto político griego, que observa siempre con cierta congoja, culmina precisamente en el epílogo del libro, escrito en julio de 2015, cuatro meses después del viaje. Pastor insiste, antes de cerrar el libro, en la situación del país, y encuentra que, frente al “vomitivo sistema financiero capitalista”, sigue siendo evidente la incapacidad de Grecia para gestionarse como país.

2. Más allá de las digresiones históricas y de las anotaciones de carácter político, Pastor escribe y piensa como arquitecto. No se puede entender Una semana en Atenas excluyendo este tono artístico que atraviesa todo el libro. Obsesionado con la cartografía de la ciudad, Pastor reflexiona sobre los edificios y las viviendas, generalizando, distinguiendo entre lo común y lo singular. Critica, por ejemplo, la organización del espacio en el Museo de la Acrópolis, porque “las circulaciones están pésimamente resueltas y, salvo dignas excepciones, la iluminación resulta inadecuada”, y deplora la organización del Museo Arqueológico de Atenas, porque impide una correcta observación de la evolución de la historia griega. Tampoco le convencen la Biblioteca Nacional y la antigua universidad, que se presentan como edificios de “una personalidad bastante dudosa”, mientras que el Parlamento, que desilusiona a la vista, es una construcción “burda y pacata”. Es evidente que Pastor, como arquitecto, no duda en definir sus gustos y cita, por ejemplo, la iglesia de Kapnikarea porque está en el recuerdo de su madre y por su peculiar situación, en medio de la calle. En sus observaciones gusta mucho de los contrastes. Así, por ejemplo, frente al jerarquizado espacio de las iglesias occidentales, no duda en señalar que las iglesias ortodoxas, “pequeñas, oscuras y atiborradas de iconos, platerías y candelabros esperando ser encendidos”, se acercan más a los fieles. Y, cuando visita el puerto del Pireo, no duda en comparar la racionalidad del crecimiento urbano en la antigua Grecia con el desorden, la falta de criterio y la fealdad en el desarrollo del puerto. El relato de Pastor está, además, plagado de detalles urbanísticos, como los contrastes, muy acusados, entre barrios. Igual se detiene a observar, cerca del barrio de Plaka, “las somnolientas villas con su jardín alrededor”, con su aire ecléctico y decadente, que se fija en los grafiti del barrio de Exarchia, lo que, a su vez, le impulsa a una reflexión sobre el nuevo arte del grafiti y sus posibilidades expresivas. A pesar de que, en ocasiones, el autor se siente sorprendido o disgustado por determinas cosas que no le convencen, como la “extraña brutalidad” de la plaza Omonia, incapaz de gestionar el tráfico, es evidente que los espacios por los que transita terminan por resultarle familiares. Pastor siente, en este sentido, que se apropia de las cosas.

3. Una semana en Atenas es un diario plagado de notas costumbristas, de digresiones sobre la historia y la mitología de Atenas, pero lo que resulta en verdad interesante es comprobar los caminos por los que transita el autor, las conexiones que establece entre pasado y presente. El recuerdo de la política ateniense, por ejemplo, conduce a una reflexión sobre la identidad griega; la reconstrucción de las murallas de Atenas, que causa recelo en Esparta, se equipara con el recelo de Rusia con Estados Unidos por el tema del escudo antimisiles; el bloqueo del puerto de El Pireo por los espartanos es comparado con el bloqueo inglés durante la guerra de Crimea, para evitar el apoyo griego a Rusia; y el papel insignificante del Areópago en la época democrática se relaciona con el papel del Senado en la España actual. Pero este tipo de comparaciones se manifiestan a todos los niveles, se trasladan a todo lo que observa el autor: las pequeñas estatuillas de carácter votivo, típicas de las islas Cícladas se emparentan con el arte egipcio o el cretense; la suavidad de la comida española se aprecia en contraste con los sabores más fuertes de la comida griega; y una compra de libros se transforma en una reflexión sobre el desconocimiento en España de la literatura griega actual. Finalmente, Pastor se complace en convertir en personajes del diario a las personas con las que se encuentra o se cita en Atenas, las personas que le acompañan en sus paseos, como Eleni, la profesora de español en la universidad de Salónica, o Angélica, la profesora en la universidad de Atenas, o Sandra, profesora en el Instituto Cervantes, o los dueños del hotel donde se hospedan, o su querida Susana. Todo cobra vida porque todo forma parte de la historia.

4. Pastor contempla por primera vez la soñada Acrópolis una tarde del 14 de marzo de 2015. La fecha y la hora es señalada por el autor como un hito en su vida. No en vano se encuentra en la ciudad que “había estudiado, leído, dibujado, imaginado, recreado”. Es compresible, pues, que los momentos decisivos de este viaje iniciático se desarrollen en espacios cargados de historia. Así pues, al llegar a los propileos, el autor tiene “la reconfortante sensación de penetrar el útero de la propia civilización occidental” y cuando se enfrenta al edificio del Partenón tiene la impresión de que es “un delicado cofre dispuesto sobre una bandeja”. Pero es en el ágora donde se produce el momento que define y da sentido al viaje emprendido. Ante la visión del templo de Hefesto, el autor se detiene a dibujar, uno de sus grandes placeres. Mientras los turistas se recrean en continuas fotografías, en una “exaltación del yo” propia de nuestro tiempo, Pastor, aislado de la multitud, se deja llevar por un reconfortante momento de serenidad, dibujando el templo de Hefesto y contemplando desde otro perfil la majestuosidad de la Acrópolis. Con esta nueva perspectiva, que le concede la armonía del tiempo detenido, el autor vislumbra, finalmente, el objetivo del viaje iniciático: el sueño dorado de la infancia.  

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