lunes, 14 de septiembre de 2009

Cinemanía



El libro de Michael Herr sobre Stanley Kubrick (Anagrama, 2001) es una muestra de sabiduría narrativa y cinematográfica. Herr, que ha trabajo con Coppola y Kubrick, nos ofrece una sorprendente imagen del cineasta neoyorkino –humanista de nobles sentimientos- que contradice la frialdad aparente de sus películas. Esto obliga sin duda a una revisión de sus filmes para tratar de evitar ideas preconcebidas. Leyendo este pequeño librito se aprende más cine que con la mayoría de los “grandes” libros al uso, preñados de tópicos, a veces llenos de un lenguaje enrevesado y vacío que no aporta nada a lo único que verdaderamente importa: la cuestión cinematográfica. No es de extrañar que M. Herr, que ejerció la crítica de cine a principios de los años sesenta, se ensañe con aquellos que denomina “listillos pretenciosamente intelectuales” y señale con verdadero acierto el problema básico de la crítica actual: “Los críticos de cine insensibles a la puesta en escena no son un fenómeno reciente”. A lo que parece el problema viene de lejos. ¿No será que nos encontramos ante el único problema verdaderamente cinematográfico, la puesta en escena, precisamente el más difícil de analizar al reflexionar sobre una película?


Esa estrechez de miras al contemplar una película es la que impide a Evan Hunter, guionista de The Birds (1963), comprender en gran parte de las ocasiones cuáles son las intenciones reales de Hitchcock. En su libro Hitch y yo (Alba, 2002) se muestra sorprendido desde el mismo momento en que el célebre director británico decide contratarlo para adaptar la novela de Daphne du Maurier, aunque Hitchcock ya había "avisado" a Hunter: “He decidido que tengo que saber por dónde van las cosas”. Es una frase ambigua, pero que desvela el talento del cineasta para despistar cuando realmente está diciendo algo muy claro. Hunter era a principios de la década de los sesenta un escritor reputado y dos de sus libros habían dado lugar a excelentes películas: Semilla de maldad de Richard Brooks, y Un extraño en mi vida de Richard Quine. Hitchcock sabía lo que hacía cuando contrataba a Hunter. Es bien sabido que el maestro inglés era un showman que vendía extraordinariamente bien sus productos, pero muchos parecen desconocer que era un verdadero artista. Hunter comenta en el libro que Hitchcock estaba obsesionado por presentar The Birds como una obra de arte llena de simbolismos. “Esto era absoluta basura”, espeta Hunter, quien da la impresión de no entender absolutamente nada cuando afirma: “El problema de nuestra historia, refiriéndose a The Birds era que nada era real”. Ni falta que hace, hubiera respondido Hitchcock. El cine del maestro no puede entenderse en términos de realismo. Es precisamente esa falta de perspectiva la que continuamente atenaza a Hunter en su relación con Hitch. El escritor neoyorkino explica cómo el maestro eliminó diversas escenas de la película porque carecían de valor dramático. Estamos aquí ante una de las mayores lecciones de Hitchcock. En The Birds “había demasiadas escenas “sin escena” en la película”, afirma el maestro, y luego continúa: “Con esto quiero decir que las secuencias menores pueden tener un valor narrativo, pero no tienen valor dramático en sí mismas. Es muy evidente que les falta solidez y que no tienen un clímax como el que debe tener una escena dramatizada a la hora de montarla”. Este troceamiento de escenas sin sentido dramático que trata de evitar Hitchcock es, por ejemplo (¡qué gran desgracia¡), excesivamente habitual en el cine moderno. Hunter, en su afán por explicarlo todo, reprocha a Hitch no haber sabido explicar por qué atacan los pájaros. Ni falta que hace. Ése es uno de los misterios y encantos de la película. Estamos demasiados acostumbrados a películas en donde parece necesario tener que dar todas las claves y todas las explicaciones a los espectadores. Hunter trata de llevar The Birds a su terreno de escritor y olvida el aspecto puramente cinematográfico. No comprende por qué Hitch decide escribir otro final para The Birds ni por qué consulta el director a otros escritores, ni por qué es expulsado del guión de Marnie. El guionista no es un escritor al uso, es simplemente una pieza más del engranaje. Así lo entiende el maestro y así debe ser. Sobre el cine, a fin de cuentas, valgan las palabras del propio Hitchcock: “Algunas veces me pregunto qué sentido tiene todo esto. Dentro de cien años se habrán convertido en polvo dentro de sus latas”.

5 comentarios:

  1. No creo que películas como estas a las que te refieres se conviertan en polvo dentro de sus latas. La maestría de Hitchtcok no está en la pulcritud absoluta a la hora de atar cabos narrativos. ¿Por qué un falso avión fumigador para matar al igualmente impostado George Kaplan? ¿No es muy forzado eso de huir por las esfinges presidenciales del Monte Richmond?... Y así podemos perdernos por tantas y tantas preguntas como los espectadores con mentalidad de escrupulosos lectores de Agatha Christie han perdido el tiempo haciendo ante las películas de Hitchcock, de Ford, de Welles... ¿Quien quiere ser "realista"? En todo caso yo prefiero que el creador sea honesto, como me lo parece a manos llenas -me refiero a un estreno del momento- "Frozen river", que termino de ver ayer mismo y que les recomiendo entusiasmado. Hay algo metafórico en The Birds, un efecto de ilusión que, dejando abiertas todas las posibles preguntas, establece magistralmente los parámetros de su propia fascinación. Nunca ha mentido tanto el arte como en el western. Pero es que justamente lo que hoy denominamos cine es en gran medida hijo de todo el aprendizaje que se deriva del cine del Oeste. Y sin embargo, el siglo XIX en Norteamérica no era -según explican los historiógrafos- como nos lo han contado Mann, Ford, Daves, Sturges, Hawks. El mejor film jamás realizado -The searchers- contiene considerables desfases temporales e imprecisiones que denotan cierto descuido. No pretendo decir que la narración sea irrelevante, al contrario, este film es un prodigio de ritmo narrativo. Pero cine es sobre todo, como tú dices, puesta en escena. Es una puesta en escena, una propuesta, un enfoque hecho imágenes en movimiento.

    Cualquier mediocre serie de policías actuales tipo CSI te desborda con datos que aniquilan cualquier deseo de "apertura" del relato. No hay efecto ilusorio, solo una gelidez de muerte, como los cadáveres que impúdicamente exhiben para divertir a los niños. Son relatos "perfectos, acabados, sin cabos sueltos... pero carecen completamente de lo que tiene el cine de un maestro como Hitchcock: seducción. ¿Es creíble que la protagonista de Notorius ayude a la CIA por amor a la democracia? Probablemente no, pero perderé poco el tiempo lamentándome por ello. Yo me quedo con esos segundos interminables en los que el protagonista baja las escaleras con ella cogida del hombro ante la mirada impotente del grupo de criminales nazis.Eso es seducción. O la cara de Bette Davis -fíjense qué cosa tan tonta- cuando, al inicio de All about Eve el público de la gala aplaude el premio que Eva acaba de recibir... Eso tiene una fuerza monstruosa, se graba en la mente para siempre a poco que uno tenga mínima sensibilidad. El cine es grande por ello.

    ResponderEliminar
  2. Como ya hemos comentado algunas veces, querido David, nuestras ideas sobre el cine van de la mano: la fascinación por "The Searchers" (antes de morir José Luis Guarner creo que pidió que le pasaran esta película), la obsesión por el western, el desinterés por la acumulacion de nombres y datos en las películas, la fascinación por la seducción de las imágenes. Es interesante lo que comentas a propósito de Ford, Mann, Daves, porque lo que hacen es construir una historia y una imagen de Norteamérica a la medida de sus ideas. Pero ¡qué más da el realismo¡ Pues a fin de cuentas habría que preguntarse primero qué es el realismo. Recuerdo ahora cuando estudiaba cine. Existía una leyenda en torno al malogrado y estupendo cineasta Antonio Drove. Se decía que cuando daba una charla sobre cine no importaba el tema de la conferencia. Al final siempre acababa hablando de "Centauros del desierto". Yo tuve ocasión de comprobar personalmente que la leyenda era cierta. ¡Viva el cine -sobre todo el bueno-¡ Saludos, Notorius.

    ResponderEliminar
  3. VER LO QUE SE VE (I)

    Acabo de constatar, Pedro, que tu crónica del libro de Michael Herr sobre Kubrick no es sino un MacGuffin. Y es que cualquier excusa es buena para hablar de cine, incluso un libro de cine. A las primeras de cambio sacas a colación el libro de Evan Hunter, guionista de Hitchcock. Y no debe ser casual. Tanto Hitchcock como Kubrick son dos cineastas eminentemente visuales, lo cual puede parecer una perogrullada pero no lo es en absoluto. El propio director inglés, en su famosa entrevista con Truffaut, señalaba que muchos directores –algunos, celebres- se limitaban a fotografiar conversaciones. Así pues, ya en los años cincuenta, estos cineastas se lamentaban de la pérdida progresiva del arte de narrar visualmente, que se había desarrollado con los orígenes del cine y se había ido atrofiando con el cine sonoro. ¿ Qué dirían estos directores si viviesen hoy ? Quizá añorasen a esos otros directores que, al menos, filmaban conversaciones que podían verse y entenderse. Y es que con las maneras actuales de filmar, marcadas por la paradigmática cámara zumbona y por la omnipresente fotografía granujienta, los pobres espectadores somos incapaces de distinguir nada, ni detalles, ni rostros, ni acciones, ni escenarios; si entendemos algo, ocurre en nuestra imaginación, porque ver, lo que se dice ver, no vemos un pimiento.

    ResponderEliminar
  4. VER LO QUE SE VE (II)

    Hablas de la importancia de la puesta en escena. Yo iría mas lejos –o más cerca, según se mire- y hablaría de la “dramatización de la imagen”. Dicho de forma menos pedante: Ver algo, lo que sea, cuesta más de lo que creemos. Para apreciar cualquier cosa en pantalla, un gesto de un personaje, una acción, es necesario previamente limpiarlo, aislarlo, iluminarlo, dramatizarlo, estilizarlo –caricaturizarlo incluso-. Es decir, pecar contra la iglesia del Realismo. Buñuel decía en sus memorias que para veamos a alguien en pantalla bebiendo de un vaso –una acción trivial- debía llevarse el vaso a la boca al menos dos veces. Reparemos en un hecho muy corriente: cuando nos muestran en algún video una primicia televisiva, la grabación de un aficionado o cualquier documental de rabiosa actualidad –a la actualidad debe haberle mordido alguien para estar así-, el sonido y las imágenes originales suelen ir acompañadas de explicaciones añadidas, sin las cuales muchas veces no alcanzamos a entender lo que supuestamente es la pura realidad. Parece ser que la dichosa realidad es demasiado cruda, demasiado tosca para poder ser percibida sin un filtro. Ese filtro es el cine.
    A veces, en su afán de dramatizar esa realidad que se nos escapa, algunos cineastas llegan a repetir no sólo imágenes, sino escenas completas de una película, momentos culminantes imposibles de abarcar con una sola visión. En la película “Vértigo”, de Alfred Hitchcock, el detective Scottie sube dos veces a la torre de la iglesia de la misión. La primera de ellas, el vértigo que padece le impide salvar a Madeleine, la mujer a la que vigila y de la que se ha enamorado. En una segunda oportunidad, al final del film, vence ese vértigo pero pierde definitivamente a la mujer que tan trabajosamente consiguió “resucitar”. En “El hombre que mató a Liberty Valance”, el despiadado forajido muere dos veces ante nuestros ojos. Creemos, en primera instancia, que lo mata Ramson Stoddard -James Stewart, como en la película de Hitchcock, encarna al héroe frágil-, el heraldo del orden, de la ley y la civilización. Ford nos muestra la amarga realidad presentándonos la escena desde otro ángulo. Quién ha matado en realidad a Liberty Valance es Tom Doniphon. El triunfo político de Stoddard, por muy noble que sea su causa, se basa irónicamente en una mentira. La verdad –parece decirnos Ford- es violenta y debe ser encubierta con el mito.

    ResponderEliminar
  5. Querido "No soy Stiller", ya sabes que coincidimos en nuestro desprecio a las "actuales" maneras de filmar (la cámara zumbona, la fotografía granujienta...). En la segunda parte del comentario planteas un tema que daría para un ensayo: "la dramatización de la imagen", que daría pie a escribir sobre diferentes temas tales como la repetición de planos como valor estético, la dualidad, la doble oportunidad y toda una serie de cuestiones que tienen realce en el cine clásico y en algunos directores actuales (sólo unos pocos, por desgracia). Sólo hace falta "ponerse" manos a la obra.
    Saludos, Notorius.

    ResponderEliminar